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Cómo convertí mi bici en una bicicleta eléctrica

convertir bici eléctrica

 

Desde que el pasado mes de marzo el Covid-19 se instalara en nuestras vidas, la autoprotección y el distanciamiento social se han hecho imprescindibles para seguir con nuestro día a día reduciendo el riesgo de contagio. Quizá uno de los puntos más problemáticos, donde las masificaciones de personas están mas presentes, son los desplazamientos dentro de la ciudad. El riesgo de coger el bus público o el metro en las grandes ciudades es evidente, por lo que somos muchas las personas que hemos sacado la bici del trastero y la utilizamos cada día para ir a la universidad o al trabajo.

Sin embargo, para los que viven lejos de su facultad o su oficina esto es un inconveniente puesto que el tiempo y el esfuerzo necesarios para llegar hasta el destino complican la tarea. Por esto me propuse buscar una solución y dí con ricondelabici.com, donde descubrí justo lo que necesitaba: la mejor forma de convertir mi bicicleta en una bici eléctrica sin tener que gastar demasiado dinero.

El secreto está en el kit de conversión

Hasta hace poco, yo no sabía que un kit de conversión te permite transformar cualquier bicicleta tradicional en tu propia bicicleta eléctrica. Y lo mejor de todo, cuesta hasta cuatro veces menos que una e-bike de gama baja.

De hecho, el kit mas caro y de mayores prestaciones que encontrarás en el mercado siempre te supondrá un ahorro de, al menos, unos cientos de euros respecto a la bicicleta eléctrica mas barata que existe a la venta. Sin duda alguna, es una solución ideal para aquellos que tenemos una buena bici y necesitamos esa ayuda extra que nos permita desplazarnos más rápido y con menos esfuerzo.

Vale, pero ¿qué kit es el mejor?

Haciendo una búsqueda rápida de kits de conversión por internet se pueden encontrar tal variedad de modelos que quizás resulta hasta desconcertante. Muchos de ellos te darán la sensación de que se necesitan conocimientos avanzados de mecánica, electrónica y soldadura para poder poner en marcha tu propia bici eléctrica.

Pero si entras más a fondo en la búsqueda, encontrarás kits de conversión de bici a e-bike que son muy fácil de instalar. De hecho, son tan simples que no te llevará mas de unos minutos su colocación y no se requiere saber mas que simples detalles detalles del funcionamiento de una bici.

Entre los más simples que encontrarás están el Bafang 48V 750W o el Bafang 36V 250W / 350W que además, son líderes en ventas en el sector. Si tienes algo más de conocimientos o eres mas manitas, tendrás la posibilidad de conseguir por ejemplo el TongSheng TSDZ2 que a cambio de un poco más de dificultad en su instalación te dará mejores prestaciones.

El montaje del kit

Mi experiencia convirtiendo mi bicicleta en una con motor eléctrico ha resultado bastante sencilla. Comenzó con la conversión de la rueda, que no requirió más que quitar la rueda vieja, e insertar el mecanismo de la nueva rueda motorizada. El único problema era que el eje no encajaba perfectamente en la horquilla, pero con unos pequeños ajustes lo resolví.

Fijar la batería y el controlador fue pan comido: un soporte lo sujeta a cada lado del eje y actúa como base principal de todo el sistema. Después se debe colocar una correa para impedir que el soporte gire cuando se monta la batería.

El siguiente paso fue instalar el sensor del soporte inferior. Quizás esta me resultó la parte más difícil. Hubo que quitar el brazo izquierdo del pedal y sujetar la unidad circular alrededor del eje del pedalier. Estaba bastante apretado y tuve que recortarlo un poco con un cuchillo para asegurarme de que encajaba en su sitio correctamente. Luego pasé el cableado por el tubo de bajada hasta la unidad de control.

Por último, sólo necesité limpiar los otros cables, encender el sistema y salir a probar su funcionamiento.

Hay muchos sistemas distintos en el mercado que funcionan de manera comparable, aunque el proceso de instalación puede variar en algunos casos del que yo seguí, por lo que te recomiendo informarte bien antes de ponerte manos a la obra.

La gran ventaja de estos sistemas es que, si después de probar la bicicleta con un kit de conversión, no te gusta su funcionamiento, con una simple tarea inversa de desmontaje de las piezas todo volverá a la normalidad y tendrás tu bici de nuevo a la antigua usanza, sin haber perdido miles de euros por el camino.

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Belleza y psique

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Es más que curioso el concepto de belleza y cómo nuestro cerebro la almacena. Cómo nuestro cerebro almacena que un alma, una esencia, puede ser preciosa y olvida lo que también fué.

Seguramente habreis recordado, más de una vez, lo precioso que era un gesto, los ojos y sus miradas, el pelo y su movimiento… un sinfín de aspectos de una persona querida que ya no podemos ver, fallecida, con la que perdimos el contacto… etc. Obviamente ocurre lo mismo con una situación, un paisaje o, incluso, unas palabras.

Lo que más me asombra es la facilidad por escoger de un cerebro humano. Cuando recordamos a alguien querido y ampliamos a recordar todo lo anteriormente citado, es como si olvidásemos las cosas no tan buenas e incluso malas que podría tener esa persona o situación. Esta característica es el mayor error psicológico humano que veo, una vez me paro a pensarlo.

 

Olvidar lo malo

Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y debemos ese segundo golpe, tercero y cuarto, a que olvidamos en mayor o menor medida lo que no nos gusta o nos ha hecho daño. Si realmente fuésemos neutrales frente a nuestros pensamientos todo sería mucho más fácil y no nos daríamos tantas veces con la nariz en el suelo, pero sin embargo… siempre hay un “pero” enorme.

Yo no quiero recordar lo malo y, muy a mi pesar por X razones que no vienen a cuento, lo hago muy a menudo. Quiero recordar a una persona como lo preciosa que era, lo simpática y lo que nos hacía reir a todos y, a su vez, olvidar por qué nos hemos alejado o las cosas malas que han pasado entre nosotros. Quiero recordar una situación y un paisaje por lo feliz que me hicieron y no por lo que pasó despues o lo que perdí en ese sitio.

Sin embargo, “me entrené” para dejar de olvidarlo y, ahora, soy mucho menos feliz y agradable, menos simpático y más tímido. Recuerdo con más facilidad lo malo que he hecho, que he dicho, que he ocasionado y… en ocasiones… me siento cual rata. Por ello me encuentro en el dilema de si he perdido felicidad o la he alcanzado, ya que puedo sentirme menos feliz pero a la vez menos “malo”, con lo que pongo menos piedras en el camino.

Lo único que sé, es que si antes me arriesgaba poco, ahora me arriesgo menos y… es algo que sí es digno de echar de menos.

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Sobrevivir a un día cualquiera

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A veces, generalmente por la mañana, te preguntas cómo vas a conseguir llegar al final del día.

Primero, habrás de tomar una taza de café bien cargado (o té, o chocolate, según tus preferencias). Esto ayudará a que los fantasmas que el sueño ha dejado en ti se alejen, al menos por un tiempo.

Entonces podrás pensar claramente.

Habrá, después, que ocuparse de las tareas cotidianas: El baño, el desayuno, vestirte, lavar los platos del día anterior.

Como son tareas rutinarias y no demandan mucho de tu capacidad mental, piensa en la tarea más desagradable de todas. Habrá decenas, tal vez, pero elige la peor y ponla a la cabeza de tu lista de prioridades. Y como es tan ajena a tus verdaderos intereses, existe el riego de olvidarla, así que es buena idea anotarla en una hoja de papel y guardarla en el bolsillo. Continúa en este orden hasta que te deprimas tanto que no puedas seguir.

 

Ponte en acción

Cuando taches la primera tarea (la peor) te sentirás mejor (garantizado) y según vayas avanzando en la lista maldita (querrás llamarla así, lo digo por experiencia), será como irte liberando de enormes pesos.

Al final, querrás celebrar (dar un paseo, conversar con un amigo, beberte una cerveza), pero abstente, que no hemos acabado.

Ha llegado el momento de soñar, de evadirte, de imaginar cosas nuevas. Es la parte más importante del día, así que tómatelo con seriedad. No hagas trampa. Aquí es donde fallamos la mayoría, y me incluyo. Si eres capaz de planear una sola cosa (algo diminuto, incluso) cada día, y llevarlo a la práctica, habrás superado el día y este tendrá, por ese simple hecho, un significado que lo hará único.

En mi caso, he decidido componer este artículo y no habrá, por lo tanto, un día semejante, porque es irrepetible.

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Empezar de cero

cero

 

En alguna ocasión todos hemos oido hablar sobre tener ganas u oportunidad de empezar de cero. Yo siempre he pensado que debía de resultar bastante difícil para alguien, de pronto, tener que comenzar algo desde la nada…

…pero ¡me equivocaba!. La verdad es que, después de reflexionar al respecto, he llegado a la conclusión de que nunca es posible comenzar de cero.

Se puede comenzar de nuevo, pero de cero solo cuando acabamos de nacer. Y aún entonces no es del todo cierto, ya que la genética nos ha puesto ya en una posición algo distante de la línea de salida.

Lo difícil es, pues, reconciliarnos con el pasado, perdonar los errores que hemos cometido y dar un giro brusco al volante para reiniciar desde otro ángulo. No todo el mundo está capacitado para algo así.

Normalmente, nuestros esfuerzos en la vida tienen un aspecto concéntrico. Centrípeto. Sintético. Convergente.

Esto quiere decir que buscamos lo mismo pero desde diversas trayectorias y muchas veces no somos conscientes de nuestro verdadera meta hasta que ese se concreta, o alguien nos lo dice, o lo intuimos pero sin confirmarlo hasta que nos alcanza la muerte.

Y en el transcurso de esos muchos intentos vamos, sin darnos cuenta, aprendiendo cosas sobre la vida, sobre nosotros mismos y sobre los demás. No siempre es agradable, pero si todos los caminos llegan a Roma, también nuestros esfuerzos todos suelen ir en una dirección específica.

Por eso es que no podemos comenzar de cero. Solo un cigoto recién creado tiene esa prerrogativa.

Es cierto, a veces nos desviamos de nuestro camino, pero una especie de imán vital tiende a regresarnos a la ruta correcta. Y si somos lo suficientemente tercos como para persistir en nuestros intentos, tarde o temprano las condiciones se darán y tendremos éxito o, al menos, sabremos que nos faltó tiempo, suerte o tesón como para llegar al punto que teníamos destinado desde el principio.

¿Que si creo en el destino? No, en absoluto. Creo en la vocación.

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Mentiras y otras mentiras

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Podría decirse que hay muchos tipos de mentiras, y la forma de medirlas varía de persona a persona. Esto se convierte en un problema enorme cuando se trata de identificar cual es la peor de todas ellas, el engaño más descarado o aquella frase que, de creérnosla, provoque más daño.

Si tuviese que definir la mentira, aunque me da un poco de pereza, creo que no basta sólo con decir que se trata de algo que no es verdad. Yo añadiría que se trata de una falsedad voluntaria, pues las cosas que no son ciertas pero dichas sin intención de engañar se llaman errores.

 

La mentira más grande

Así pues, hasta el menos avispado podrá darse cuenta que me he metido en camisa de once varas al abordar este tema tan enredado, pues para identificar a la madre de las mentiras habría que inventar un mentirómetro o un aparato semejante, y buscar todas las mentiras dichas y por decir en todos los idiomas y naciones, incluso aquellas que solo han sido pensadas y no dichas, pues estarán de acuerdo conmigo que una mentira no necesita ser pronunciada para serlo, ¿verdad?

Siendo así las cosas, ni las fortunas conjuntas de Carlos Slim y Bill Gates alcanzarían para contratar los mentirólogos suficientes que, a jornada completa, se dedicaran a evaluar y contrastar mentiras, y ni el genio del individuo más inteligente sobre la Tierra bastaría para inventar una mentira tan perfecta que derrotase a todas las demás.

¿Estamos en un callejón sin salida? Probablemente. Aunque, si me lo preguntan, resulta que, amén de todo lo argumentado y como el burro que tocó la flauta, distingo una luz al final del túnel y esa luz promete una respuesta.

Sé bien que se sentirán decepcionados (yo mismo lo estoy) con la burda solución al acertijo, pero la mentira más grande del mundo es, evidentemente y por mucho que se empeñen nuestros políticos en soltarlas cada vez más grandes, que esta pueda ser alguna vez hallada.

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Catarsis y emociones

catarsis

El mundo no es tan complicado. En realidad está hecho para tomárselo a broma, aunque convivir con otros lo enreda un poco. Para colmo, está el hecho de que llevamos dentro un manojo de ideas que no se llevan bien unas con otras. Y a menos que tengamos la inteligencia de un mosquito y solo tres ideas en la cabeza: Alimentarnos, reproducirnos y evitar que alguien nos aplaste, el resultado suele ser la infelicidad. Infelicidad generalizada, que esto no es cosa de uno solo.

Aunque, pensándolo bien, hay algún que otro mosquito a quien le caería bien una visita al psicoanalista: ¿Comer primero o reproducirse? ¿Huir o dejarse aplastar para terminar de una vez por todas con su insignificante vida? Y si la vida de nuestro hipotético mosquito resulta complicada, ¿Qué podemos decir de la nuestra? Quizás mejor sea no pensarlo demasiado

Claro, hay mosquitos que tienen sus prioridades en la vida bien claras y no andan lloriqueando por los rincones como algunos de nosotros. Podríamos aprender un par de cosas de ellos. Razonar al estilo mosquito requeriría, en primer lugar, tirar por la borda  toda la basura que nos mete en conflictos (hacer catarsis). Luego, libres de esos pensamientos incómodos, volar ligeros en busca de un buen festín, o de la dueña de nuestros zumbidos.

De la muerte no hemos de preocuparnos mucho, pues nos llegará pronto por causas naturales o tan repentinamente que no tendremos tiempo de ver pasar la vida frente a nuestros ojos. Un sólido golpe con una revista hecha rollo y descender exánimes al suelo donde, con surte, alguien barrerá nuestros despojos.

…pero somos humanos y eso lo complica todo. No nos basta con vivir en el mundo sino que hemos de cambiarlo y, desde niños, nos enseñan que tenemos un destino que cumplir. Lo difícil es hallarlo.

No conozco a un solo mosquito que sienta envidia de los hombres, pero hay miles de personas que, sabiéndolo o no, añoran la simplicidad de una vida plena y simple, aunque sea breve como la de un mosquito o inconcebiblemente larga como la de algunas tortugas.

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La furia y el éxito

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Es incómodo tener que admitirlo, pero somos seres iracundos por naturaleza.

De niño alguien me inculcó en la memoria que el que se enfada pierde, así que procuraba no enfurecerme y aún así perdía. Luego intenté competir furioso y el resultado fue el mismo. Claro, no siempre fracasaba, pero comencé a darme cuenta que la furia y el éxito tienen poco que ver.

Basta fijarse en cómo hablamos: “Este tipo tiene coraje” o “luchó con furia y venció”. Por otra parte, se asocia al miedo con la derrota y a la falta de arrojo con la cobardía y la ausencia de logros.

 

Valentía y miedo. Inteligencia y perseverancia.

En la fantasía (y en la historia), los héroes siempre son valientes, intrépidos, llenos de coraje y a veces bravucones. Los derrotados tienen miedo, dudan, huyen y se esconden. Eso ha sido siempre así.

Pero estos arquetipos de la era de las cavernas se están derrumbando. Los machos alfa podrán gustarles aún a las chicas pero, independientemente de ello, golpearse el pecho como un gorila o intimidar a los demás con despliegues de fuerza ya resulta anticuado, por no decir ridículo.

Estamos en la era de la inteligencia, de la serenidad, de la perseverancia. Vale más un tipo reflexivo y dedicado que diez heroicos gigantes con músculos como montañas, bañados en sudor y sangre y con la espada en todo lo alto.

…y la relación entre el enojo y el éxito (o el fracaso) solo tiene validez si esto influye sobre la razón, una situación que a veces sugiere la búsqueda de ayuda profesional.

El valor, pues, se ha ido redefiniendo y aunque los chicos (y algunas chicas) seguirán usando los puños, en el mundo adulto los valientes pueden ser sujetos como Einstein o Stephen Hawking o Spinoza, que han conquistado no solo mundos, sino universos enteros con la asombrosa fuerza de sus cerebros y, en muchos casos, sin levantarse de la silla.

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Me encantan las biografías

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Soy un entusiasta lector de biografías y no me importa si son noveladas o históricas. Incluso, disfruto de las autobiografías, aunque en este caso hay que leer entre líneas para descubrir algunas cosas que el autor se calla por pudor o por el simple deseo de ocultar sus defectos.

La razón de mi afición a las biografías (he leído cientos) tal vez se oculte detrás de un oscuro voyeurismo o, quiero pensarlo así, del deseo de aprender cómo es que esos importantes personajes llegaron a obtener logros tan marcados, no importa si se trata de un músico de rock o de un científico, un escritor o un caudillo revolucionario.

Lo cierto es que siempre me parecen apasionantes. Aportan puntos de vista distintos del que uno puede tener de muchas concepciones de la vida misma. En ocasiones sirven para hacerte ver cosas que, hasta ese preciso momento, nunca te habrías terminado de plantear.

 

Aprender de las biografías

Claro, nadie experimenta en cabeza ajena como dice el dicho y leer la biografía de Miguel Ángel no nos convertirá en soberbios escultores, arquitectos o pintores pero, al menos a mí, me resultan lecturas inspiradoras. Descubrir los rasgos de carácter que hicieron a Leonardo Da Vinci un hombre universal, o saber cómo Santiago Ramón y Cajal venció los inconvenientes que le planteó la vida hasta convertirse en un científico que será recordado por siempre me estimula, me entusiasma, me divierte y, al mismo tiempo, se alzan como una fuente de inspiración.

Claro, no todas las biografías son reflejos del éxito. Las hay tristes y con finales trágicos, como la de Van Gogh. Pero asomarse a otra vida además de la nuestra nos enseña siempre algo.

A veces, cuando la biografía es buena, es como sentarse a tomar una larga taza de café con alguien prodigioso y escuchar de sus propios labios cómo fue su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. No se nos permite hablar ni hacer preguntas, pero con frecuencia él o ella se adelanta nuestras dudas y, tras estrechar su mano y despedirnos, somos otros, sutilmente diferentes y, con frecuencia, mejores.

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El arte de los sueños

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Los sueños son uno de esos fenómenos que ni los entendidos en la materia han podido descifrar por completo. Y si bien algo se sabe sobre los mecanismos que los provocan, la forma en que se producen y la función que desempeñan en nuestro cerebro permanecen siendo un misterio que se ha abordado desde todos los puntos de vista posibles sin encontrar una respuesta definitiva.

Queda claro que soñar, no simplemente dormir, es indispensable para la salud mental de un individuo. Y todos soñamos, lo recordemos o no. A veces podemos reconstruir el sueño completo, ocasionalmente un trozo y, con frecuencia, nada. Lo perdemos todo pero hay una región de la memoria, inaccesible, que guarda la historia entera: las aventuras, miedos y personajes que nos han tenido ocupados durante la noche.

 

Sueños e historias

Unos dicen que los sueños existen para ser olvidados, pero a mí me pasa con frecuencia que sueño que escribo, y de ahí han surgido no pocas historias breves que, mezcladas con la lógica del que ha despertado, se convierten en narraciones, así que el mérito de algunos de mis textos lo debo, al menos en parte, a esa zona irracional del pensamiento que sucede lejos de mi voluntad, en el terreno donde moran los fantasmas, lo imposible y lo francamente ajeno a la forma y a las reglas que gobiernan el mundo real.

A veces pienso que es como si viviésemos dos vidas independientes: La que transcurre mientras estamos despiertos y otra, compuesta de ese otro ser que somos pero que apenas asoma la nariz de vez en cuando. Hay elementos intermedios, pero son solo residuos del día que hemos dejado atrás. La verdad, la auténtica, sigue un curso oculto y subrepticio que nos hace libres como solo podemos serlo cuando hemos abandonado el yugo, la cadena y los prejuicios… cuando somos únicamente nosotros.

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Siempre pretextos

pretextos

 

Pasamos buena parte de nuestra corta vida buscando atajos… una pérdida de tiempo, porque la vía más corta para llegar a algún lugar es la línea recta.

Sin embargo, nos inventamos rutas alternas, a veces más largas que el camino original. Y hacemos pausas, con el pretexto de retomar fuerzas o de recapacitar acerca de nuestra decisión.

En el peor de los casos, arrastramos a otros que creen en nuestra intuición, en la visión del futuro que les hemos expuesto, porque es siempre un camino más sencillo, que implica menos esfuerzo, menos originalidad, menos riesgo. Creer en otro es infinitamente más sencillo que confiar en uno mismo.

El camino se convierte entonces en una parodia del explorador que todos llevamos dentro. En lugar de correr hacia nuestro destino, detenemos la marcha cada pocas horas, tomamos fotografías, encendemos una fogata para recapitular acerca de lo ya visto y hacemos un cómodo y aparentemente conveniente alto en nuestra travesía.

Actuamos con cobardía, porque enfrentar el problema de forma directa o atravesar la espesa maleza de la selva conlleva riesgos. Y una parte primitiva de nuestro cerebro nos dice que los riesgos deben ser evitados, aunque estos impliquen solo la frustración, algunos obstáculos que han de ser vencidos o, lo peor, cierta incertidumbre sobre la certeza del rumbo.

Y la vida cotidiana no es tan distinta de ese panorama estilo “safari”. Proponer una idea original, acortar los caminos hacia una meta o enfrentarnos con la autoridad cuando esta es irracional y obtusa, requiere coraje, convicción y cierto grado de arrojo, de riego al desafiar las reglas y tomar la iniciativa, por irrelevante que parezca.

Lo demás, es el simple y despreciable deseo de trabajar menos y tener a todo el mundo contento, de quedarnos flotando en una piscina tibia y plácida bajo los cálidos rayos del sol mientras la vida sucede en otra parte.

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