El lenguaje es la única dimensión que necesita de otras personas para su desarrollo. Durante los primeros años de vida, los padres son los agentes más importantes para favorecer dicho desarrollo. Es cierto que el niño se entretiene solo desde muy temprana edad aprende sobre el mundo que le rodea, sobre los objetos y la relación tiempo-espacio, explora y experimenta, pero si estuviera solo no aprendería a hablar. El bebé necesita de un interlocutor que lo escuche y hable con él.
Los niños, desde que llegan al mundo, están recibiendo constantemente información de todo lo que le rodea: sonidos, luz, textura de su pañal, de la piel de su madre, etc. Todo estas cosas influyen y el niño lo asimila, ya que durante los 4 ó 5 primeros años de vida son como una esponja que todo lo absorbe.
En esta época es cuando el niño aprende la mayoría de las cosas que va a saber cuando sea un adulto. Todo lo que hacen y/o dicen los padres influye en la conducta del niño, cada una de las actitudes lo esculpe, cada una de las palabras lo marca indeleblemente, influyendo y condicionando día a día su desarrollo.
A veces se tiene la idea de que los niños se desarrollan solos, que aprenden a hablar de todas las maneras. Pero esto no es del todo cierto, la estimulación es muy importante para el desarrollo en general y es indispensable para el desarrollo del lenguaje en particular.
Hablar con el niño desde que nace
Desde que el niño nace hay que hablarle en las distintas situaciones cotidianas: en el baño, la alimentación, aprovechando todos los momentos en los que el niño está despierto.
Mientras le habla, aunque el niño no pueda hablar, va aprendiendo el significado de palabras: el biberón, el zapato, la cuchara, el chupete…aprendiendo que cada cosa tiene un nombre.
Los primeros meses, no tiene capacidad para repetir, está grabando. Debemos estar seguros de que nos está escuchando y guardando todo el vocabulario que oye. Esto le ayuda a poner nombre a todo lo que le rodea, empezando por mamá y papá, y aunque al principio no pueda repetirlo, dirige su mirada hacia todo aquello que para él, internamente ya tiene un nombre.
Algo importante pues que debemos hacer es distinguir entre la comunicación y el lenguaje. Antes de hablar, el niño se comunica y aunque no pueda decir papá, dirige su mirada cuando oye la palabra porque ya la ha almacenado, ya la comprende, ya sabe a qué se hace referencia.
La primera forma de comunicarse el bebé es a través de la mirada y el llanto. Las primeras conversaciones tienen lugar mirando (desde cerca) al adulto. Estos momentos deben ser aprovechados para que aprenda las reglas de la comunicación básicas: mirar, escuchar y respetar los turnos. Este aprendizaje durará toda la vida: para comunicarse con alguien hay que mirar, escuchar y responder.
Poco después, utilizará los sonidos y ruidos para entender que tienen un significado y los utilizará como palabras. Son las palabras naturales. Por este motivo, tendremos que empezar con las onomatopeyas: pi pi (el coche); pum (se cae); puf (cuando algo huele mal); animales: miau, guau, quiquiriquí, brummmm…
Poco a poco irá ampliando su repertorio con palabras familiares: objetos que le rodean muy familiares, las partes de la cara y las partes del cuerpo, las prendas de ropa, algunos animales domésticos, nombres de las personas más cercanas, etc.
Saber escucharle
Si hablamos del lenguaje como instrumento de comunicación, además de hablarle es importante saber escuchar lo que dice. El que sabe escuchar muestra interés activo por lo que dice el otro e incita a que el otro hable. Es así de simple: si nadie escucha ¿para qué necesitamos hablar?
En las primeras conversaciones con los bebés, éstos miran mientras el adulto les habla y cuando éste para, ellos intentan hacer sonidos. Entonces el adulto debe mirar, escuchar y luego repetir estos sonidos para esperar a que el niño nuevamente “hable”. Son, como hemos dicho, los rituales de la comunicación.
Cuando los niños van aprendiendo palabras sueltas y quieren decir cosas o dar explicaciones, hay que escuchar, tener paciencia sin anticiparse a adivinar lo que quiere y dárselo de antemano. El niño se esforzará por hablar. Si el adulto no tiene paciencia, el niño esperará a que éste adivine qué quiere y no dirá nada.
A veces, aunque no se interrumpa al niño, no se le escucha por mucho tiempo y el adulto continúa con su actividad. Estos errores los cometemos continuamente, escuchamos a medias al otro. El niño pequeño si no es escuchado, no hablará. Esta es la situación se repite con mucha frecuencia entre adultos, pero cuando se trata de los niños tiene peores consecuencias: la falta de atención genera falta de comunicación.
Ya sabemos que los niños no saben elegir el momento, interrumpiendo una actividad (a veces para llamar la atención). El adulto tendrá que saber cuándo pedirle que espere u cuándo es el momento de responder a sus deseos de comunicación. Los padres son los mejores conocedores de su hijo para saber cuándo responder o cuándo iniciar una conversación con su hijo.
Muchos niños llaman continuamente la atención en los momentos en los que saben que el adulto va a responder. Por eso es importante para ambos, acostumbrarse a disponer regularmente de tiempo para charlar y escucharlo con paciencia. Así el pequeño sabrá que su necesidad será satisfecha y dejará en paz a la madre cuando ella no disponga de tiempo. De ese modo él aprenderá poco a poco a esperar, porque sabe que puede confiar en sus padres.
Para que el niño tenga la posibilidad de aprender a hablar sin dificultad, a gusto y con soltura, debe tener cantidad y calidad de estimulación lingüística, así como oportunidades y seguridad afectiva que le dan los padres.
- Un niño aprenderá a hablar del mismo modo que oye hablar a sus padres y demás personas próximas a él. Si no pronuncia bien las palabras, es que así lo ha aprendido de sus padres.
- En un comienzo los padres deben imitar las emisiones fónicas de su niño para estimularlo a que repita y perfeccione su expresión, ya posteriormente, a medida que crece, el niño imitará y no ha de ser imitado. Es cuando los mayores no deben utilizar el lenguaje de de bebés, es decir, todo es casita, bebito, osito….para el niño “atita, otito, atito” o balbuceos pueriles, sino en un lenguaje claro y sencillo pero correcto.
- Si los padres hablan entre ellos y con el hijo de una manera sensata, clara e inteligible, el niño aprenderá a hablar exactamente de la misma forma.
- El niño necesita un modelo para aprender a hablar, pero esto no quiere decir que deba ser corregido continuamente. Será suficiente con que oiga hablar siempre a sus padres en un lenguaje claro y en forma correcta para que los errores desaparezcan paulatina y automáticamente.
- Se aprende a hablar bien si se tiene la ocasión de ejercitarse lo bastante para ello. Si seguimos la máxima de nuestros tatarabuelos de que los niños “no deben hablar si no se les pregunta”, será difícil que el niño hable en forma despreocupada y espontánea. Similarmente, el hijo de familias “teleadictas”, siempre obligado a estar en silencio, no podrá desarrollar mucho mejor.