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Gracias abuelos

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Los cambios sociales que han ido asentándose durante estas dos últimas décadas han producido cambios fundamentales en los roles familiares. Para mantener el nivel de vida del llamado “estado del bienestar” es preciso atender a las ofertas del consumo, prestar una mayor atención a la vivienda y a los bienes que conseguir con el fin de satisfacer un nuevo elenco de necesidades creadas. Por eso, la crianza y cuidado de los hijos ya no queda exclusivamente en manos de los padres; otros apoyos familiares se han incorporado asumiendo mayor responsabilidad e implicación.

Los abuelos ejercen de cuidadores y educadores de los nietos en aquellos casos en los que éstos comparten mucho más tiempo con los niños que los propios padres. Al menos así ha sido hasta el pasado mes de marzo, cuando por culpa del Covid-19, esos abuelos garantes de la felicidad de sus nietos, por seguridad dejaron de pasar tiempo junto a ellos.

No es mi propósito analizar las ganancias o mejoras generadas a partir de dichos cambios (vivienda mayor frente a menor convivencia familiar, por ejemplo), sino intentar analizar las implicaciones de estos cambios en los roles familiares, concretamente en el de los abuelos. Y más hoy, tras la tragedia que se ha llevado por delante a miles de ancianos de forma injusta y cruel.

 

Los abuelos en el rol de educadores

Los padres con frecuencia muestran preocupación, a veces descontento, con las actitudes de los abuelos, llegando incluso a solicitar orientación para éstos esgrimiendo razones del tipo “sí, si yo intento educar y pero luego vienen los abuelos y…”

En presencia de ambas figuras (abuelos y padres), se pueden crear discrepancias de criterio educativo explícitas, con la correspondiente descalificación de la autoridad de unos u otros en presencia de los niños. Los niños, en algunas ocasiones son testigos de reproches y de reprobación recíprocos, que pueden ocasionar en él inseguridad e incertidumbre o, cuando menos, tristeza.

Ha quedado atrás la imagen de los abuelos como viejecitos pacientes, tranquilos… que contaban historias de miedo a sus nietos, estampas más propias de una ideación o de algunos cuentos, que de la propia realidad. ¿Alguien ha disfrutado de estos abuelos?, si la respuesta es sí ENHORABUENA.

Ahora la imagen es de abuelos jóvenes, algunos no tan jóvenes, arrastrando la mochila de los nietos crecidos que caminan hacia el colegio tres metros por delante hablando con un amigo, o abuelos empujando un cochecito por el parque o camino a casa, o bien, abuelos en el autobús de pie intentando mantener el equilibrio junto al nieto cómodamente sentado.

Los niños distinguen perfectamente desde muy pequeños hasta dónde pueden llegar para satisfacer sus caprichos con cada persona. El umbral de paciencia que tiene cada uno, cuántos gritos se necesitan para “ponerse en marcha”… Los abuelos tienen esa capacidad de “dar la vuelta” a las cosas, de transformar una negativa en una situación de broma y suelen conseguir las cosas sin peleas ni conflictos, como por ejemplo para que se coma un plato de verdura o que se tome una manzanilla cuando nosotros ni siquiera hemos conseguido que la pruebe…no entienden de comida rápida.

Por su parte, los niños ayudan a los abuelos a mantener su animosidad y júbilo, siempre y cuando no supongan una excesiva carga y su edad y estado de salud se lo permita. Se alegran tanto cuando llegan como cuando se van. También y, por qué no, les ayudan a olvidar sus achaques y dolencias y les dan ánimo porque les mantiene útiles y dan sentido a sus vidas.

Por estos motivos quiero reivindicar la labor de los abuelos en la vida de sus nietos. Si no se tuvieran los unos a los otros, la vida no sería igual. Gracias abuelos.

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