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Sobrevivir a un día cualquiera

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A veces, generalmente por la mañana, te preguntas cómo vas a conseguir llegar al final del día.

Primero, habrás de tomar una taza de café bien cargado (o té, o chocolate, según tus preferencias). Esto ayudará a que los fantasmas que el sueño ha dejado en ti se alejen, al menos por un tiempo.

Entonces podrás pensar claramente.

Habrá, después, que ocuparse de las tareas cotidianas: El baño, el desayuno, vestirte, lavar los platos del día anterior.

Como son tareas rutinarias y no demandan mucho de tu capacidad mental, piensa en la tarea más desagradable de todas. Habrá decenas, tal vez, pero elige la peor y ponla a la cabeza de tu lista de prioridades. Y como es tan ajena a tus verdaderos intereses, existe el riego de olvidarla, así que es buena idea anotarla en una hoja de papel y guardarla en el bolsillo. Continúa en este orden hasta que te deprimas tanto que no puedas seguir.

 

Ponte en acción

Cuando taches la primera tarea (la peor) te sentirás mejor (garantizado) y según vayas avanzando en la lista maldita (querrás llamarla así, lo digo por experiencia), será como irte liberando de enormes pesos.

Al final, querrás celebrar (dar un paseo, conversar con un amigo, beberte una cerveza), pero abstente, que no hemos acabado.

Ha llegado el momento de soñar, de evadirte, de imaginar cosas nuevas. Es la parte más importante del día, así que tómatelo con seriedad. No hagas trampa. Aquí es donde fallamos la mayoría, y me incluyo. Si eres capaz de planear una sola cosa (algo diminuto, incluso) cada día, y llevarlo a la práctica, habrás superado el día y este tendrá, por ese simple hecho, un significado que lo hará único.

En mi caso, he decidido componer este artículo y no habrá, por lo tanto, un día semejante, porque es irrepetible.

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