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Duran Ayago Antonia

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La geopolítica y las personas

Para la población de Ucrania y de Rusia en estos momentos la geopolítica es el leviatán. Una apisonadora inclemente que arrasa la vida de millones de personas. No sabemos si existe o no geoestrategia para poner fin a esta insoportable situación, pero lo cierto es que si atendemos a las noticias que nos llegan, la esperanza o no se la divisa o es percibida a cuentagotas cuando los líderes de países cercanos a Putin, sobre todo de China, deciden aportar un titular apostando por la diplomacia.

Diplomacia puesta en cuestión, en todo caso, puesto que no pudo evitar la invasión de Ucrania por Rusia, ni tampoco ahora parece que esté dando ningún resultado. Repárese que no hay ni siquiera observadores internacionales en las reuniones que están teniendo las delegaciones rusa y ucraniana. Entretanto asistimos con incrédula expectación a lo que está ocurriendo, mientras el pesimismo gana puntos y la incertidumbre campa a sus anchas.

Lo inmediato es acoger y atender debidamente a la población ucraniana desplazada. En estos días se solapan muchas lógicas, todas ellas de justicia, como las que reclaman una correcta acogida también a las personas que provenientes de otras zonas del planeta en conflicto, esperan esa acogida. Como digo, siendo este deseo de justicia, centrémonos en hacer posible lo que en estos momentos es legalmente posible. No nos perdamos en debates infructuosos, al menos ahora.

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Impotencia y frustración: ¿qué está pasando en el mundo?

Necesitamos datos, explicaciones, que nos ayuden a entender qué está pasando en el mundo. Y aún así, aunque pudiéramos hacernos una idea con cierta entidad de lo que está pasando no sería suficiente.

Un mero observador vería que tras meses de tensión, Rusia ha acabado haciendo lo que ya se presumía que iba a hacer. Invadir Ucrania. El objetivo de esta invasión, se puede intuir, pero igual nos quedamos cortos y, en todo caso, la guerra de mensajes y fakenews hace que todo sea ininteligible. Todo menos que siempre pierden los mismos. Una población de más de 40 millones de ucranianos que ven amenazada su pacífica existencia y cuya supervivencia como Estado independiente ahora mismo está en el aire. Del otro lado, la Unión Europea y la OTAN, se muestran impotentes, porque por más sanciones económicas que puedan imponer a Rusia, saben que el paso que ha dado Putin puede traer una crisis sin precedentes. La alerta es máxima, porque aunque Ucrania no es miembro de la OTAN y por ello no han intervenido militarmente en el terreno, existen otros Estados cercanos, que limitan con Ucrania, como Polonia o Rumanía que sí son miembros de la OTAN, además de países miembros de la Unión Europea.

En estos momentos es muy difícil pronosticar qué ocurrirá, más allá del dolor y de la devastación que esto traerá. Entretanto, entiendo que todos los países europeos se están preparando para proporcionar una respuesta humanitaria a los desplazamientos de personas que este conflicto traerá. ¡Qué tristeza todo, qué impotencia y qué frustración!

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Somos la resistencia

Este lunes, mientras presentábamos los objetivos para este curso de la Línea de Migrantes y Derechos de la Clínica Jurídica de Acción Social, un día después de las elecciones celebradas en Castilla y León, les decía a nuestros estudiantes que nosotros somos las resistencia. Afortunadamente, hay personas que siguen formándose y que se acercan al conocimiento con actitud transformadora. En las Clínicas enseñamos que el Derecho, lejos de ser una estructura de dominación, puede suponer un factor de cambio, de mejora para las personas, para los colectivos que necesitan la ayuda de la justicia para ver mejorada su vida y sus aspiraciones. Tenemos la suerte de tener además con nosotros a estudiantes de Ciencia Política. Ellos saben que la verdadera política, la necesaria, consiste en poner en marcha actuaciones que mejoren la vida de las personas.

Así que desde nuestra reducida parcela, por más que los vientos no soplen a favor, desde la Universidad deberíamos recordar que no todo vale y que es, antes que nada, necesario comprometerse con el respeto de los derechos humanos. No sólo diciendo, sino haciendo. Así que seguiremos siendo la resistencia.

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Reseña a “Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio” de Patricia Simón (Debate, 2022)

Escuché por primera vez a Patricia Simón en el programa de radio Hoy por Hoy de la Cadena Ser. En la sección que tiene los lunes Edurne Portela. Presentaba su libro “Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio” (Debate, 2022), y su poderoso discurso llamó mi atención desde el primer momento. En cuanto llegué a la Facultad me puse a buscar quién era Patricia Simón e información sobre su libro. Ya entonces había decidido que tenía que leerlo.

En la Clínica Jurídica de Acción Social nos fijamos como propósito traer a la Facultad a personas que desde cualquier ámbito hubieran mostrado su compromiso con los Derechos Humanos. Por eso, no dudamos en invitarla, y su generosa aceptación a nuestro ofrecimiento supuso la posibilidad de reflexionar sobre la función del periodismo y su relación con los Derechos humanos, además de analizar las dificultades para informar de forma adecuada en el clima de polarización que vivimos. Su conferencia y el posterior debate puede verse y escucharse en https://youtu.be/kxEj92k3USM.

Esta conferencia y la posterior presentación de su libro en la Librería Santos Ochoa de Salamanca me llevaron a escribir  algunas notas sobre las impresiones que me había provocado la lectura de su libro, que ahora voy a intentar ordenar.

Miedo es un libro escrito sin miedo. Es un libro valiente, me atrevería decir. En él Patricia va narrando sus miedos, que son nuestros miedos. Miedo al otro, miedo a la pobreza, miedo a la soledad, miedo a la muerte. Y su yo, se va deconstruyendo en otros muchos yo de personas a las que ha entrevistado y que están presentes en el libro. Sus miedos son también nuestros miedos.

Su libro es un ensayo hecho de jirones de vida. Vida captada en sus trabajos como periodista, a través de sus entrevistas que cobran vida de forma magistral en la narración y que va intercalando con numerosas citas a variados autores, de los que se nutre para aderezar sus reflexiones. Es un libro muy humano, intenso, duro en ocasiones, profundo, honesto, desgarrador. En que habla de la desigualdad, la injusticia, la manipulación, la desinformación. Pero también de la desesperanza, el ecofascismo, las ecoansias, la aporofobia, la soledad, los suicidios… A mí me ha parecido un verdadero tratado contra la indolencia. Porque realmente las historias que se van sucediendo en el libro nos ponen frente al espejo y nos demuestran con cuánta facilidad hemos asumido las muertes en el mediterráneo, por citar solo un ejemplo.

Pero el libro no es pesimista. Antes al contrario, Patricia reivindica la empatía y más allá de la empatía, la compasión como medio de verse atravesado por el otro, única manera de transformar la escucha en comprensión. Porque para informar hay que saber escuchar y para comprometerse hay que comprender, lo que solo es posible desde el respeto al otro.

Para ella buena parte de los miedos que nos asolan nacen de la deshumanización. Y el odio, también muy presente en nuestros días, nace del desconocimiento y en muchas ocasiones de la mentira.

En un pasaje de su libro nos dice: “Frente a la industria multimillonaria de la desinformación, el periodismo que investiga, revela y contrasta los hechos es más necesario que nunca. Además de cumplir con su función democrática, logra importantes victorias. La mayor: recordar un día tras otro que, aunque la indecencia, la maldad y la corrupción gocen a menudo de impunidad y, cada vez más, de la aprobación de las urnas, no son aceptables.” Y más adelante: “Por eso es tan importante la función del buen periodismo, dedicado en cuerpo y alma a contextualizar, relativizar, entender. No es un trabajo sino una forma de estar en el mundo.”

Para Patricia Simón su profesión no solo es eso, sino una forma de estar en el mundo.

“Hacer bien lo nuestro es la mejor manera de comprometerse”, decía Luis García Montero hace un par de semanas en su sección La mirada del Hoy por Hoy en la Cadena Ser. Si esto es así, como también creo, Patricia Simón es una periodista comprometida. Basta leer su libro.

En él la utopía se nos aparece como la energía para caminar, entre las dudas, que son necesarias para vencer sectarismos, tan presentes en nuestros días. Para Patricia, el periodista no debe limitarse a ser escriba del horror, sino que debe analizar las causas de lo que sucede y mostrar una información completa y veraz, para ayudar a entender, algo de lo que tan faltos estamos. Para eso hace falta tiempo. Ese tiempo que a veces parece que no tenemos.

En definitiva, Miedo no deja indiferente. Y ya solo por eso merece la pena su lectura.

Gracias, Patricia, por escribir un libro tan necesario.

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El precio de la crispación

A estas alturas, deberíamos dar el juego por perdido. No vamos a conseguir que el principal partido de la oposición baje el tono ni salga de la espiral de acoso y derribo en que se ha convertido su ¿estrategia? No es preciso que glose la larga lista de exabruptos que el Sr. Casado va vertiendo allá por donde hay un micrófono. El problema es que de una manera u otra todos le seguimos el juego. Quizás si eleváramos el nivel de exigencia para con nuestros representantes y simplemente decidiéramos no oír tonterías, nuestra realidad sería muy otra.

Los liderazgos se fraguan a base de trabajo, de ideas, de propuestas. Parece que nada de eso hay en algunos políticos. Lo peor es que con ello están poniendo la alfombra a otros que ni siquiera tienen claro su compromiso con los derechos humanos.

Ojalá existiera el tamiz de la ética pública para estar en política.

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Los silencios

Es muy difícil poder escuchar entre tanto ruido. Es difícil pensar. Moldear el pensamiento. Vivimos alborotados. Saltando vallas con traspiés. Siempre con la bulla de fondo. Sin mesura. Sin arrestos para pararse a escuchar el silencio. Que a veces es necesario. Para ordenar, para clasificar, para priorizar y para poder actuar.

Ayer, en el debate que se emitió en RTVE sobre las elecciones en Castilla y León me gustaron los silencios de Luis Tudanca. Frente a las lanzadas que Igea intentaba poner en Mañueco y los exabruptos que éste expandía por doquier, Luis Tudanca estuvo mesurado. Atento, educado. También nervioso, como requiere, por otro lado, un debate de esta envergadura. Si se toma en serio. Me sorprendió que el moderador del debate, Xavier Fortes, le animara a interrumpir a los otros dos candidatos, mientras él, con la mano, hacía un gesto de calma. Estamos tan acostumbrados a la bulla, que parece que si no interrumpes al contrario, si no lanzas pullas, no estás a la altura. Los silencios de Tudanca fueron para mí más clamorosos que cualquier palabra. Estilo sosegado y respetuoso del que estamos faltos. En un momento en que la política está tan presente a todos los niveles, no ayuda comprobar la talla de algunos. Y sorprende para bien que haya gente educada que sepa del valor de los silencios.

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Querer hacer. Poder hacer

A pesar de lo que se dice, no siempre querer es poder. Y es una pena, porque si todo empeño constructivo tuviera visos de materializarse, probablemente el progreso sería otro, mucho más transversal y equitativo.

Muchas veces los frenos llegan de los poderes preestablecidos que actúan como rémoras. Hay que ser consciente de que el statu quo es tan sumamente embaucador, que en ocasiones vencer la inercia ya supone grandes dosis de esfuerzo que, en ocasiones, si no se logra movimiento, se convierte en frustración.

Pero aunque no siempre se pueda hacer lo que se quiere, es importante no dejar de idear, y avanzar, aunque sea con pasos cortos. A veces, hay que saber esperar, hasta que quien frena deje de hacerlo.

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¿Qué significa no dejar a nadie atrás?

Seguro que han escuchado este lema en más de una ocasión en las comparecencias de los miembros del Gobierno. Forma parte de los Principios rectores de la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible. Sin embargo, a poco que se profundice, surgen grietas en ese compromiso, archipublicitado.

En los últimos días se ha hecho más conocida la situación que sufren las personas mayores en su relación con las entidades bancarias. No ya que se estén eliminando cada vez más oficinas, hasta desaparecer por completo en los municipios más pequeños, sino que en muchas ocasiones los bancos rehúsan la atención presencial y personal, obligando a sus clientes a utilizar cajeros que en muchos casos son complejos de entender o a tener que realizar operaciones utilizando internet que muchas veces no tienen. Sin duda, la brecha digital es uno de los principales obstáculos que existen en nuestra sociedad. El dar por hecho el manejo y uso de las TIC por parte no solo de las empresas, sino también de las administraciones públicas está generando importantes exclusiones.

Los compromisos con la Agenda 2030 no se pueden traducir en meros eslóganes publicitarios. Porque queda muy bien hacer declaraciones ampulosas, como viene siendo habitual ya en la rueda de prensa tras los Consejos de Ministros por parte de la portavoz del gobierno, pero si tras ello no hay verdaderas políticas que obliguen tanto a los actores privados como a las propias administraciones a poner en marcha acciones que eliminen esta brecha y que prioricen el buen trato a todos los usuarios o clientes, en el caso de las empresas privadas, todo será humo. Más vale que se ponga remedio cuanto antes, porque lo contrario es avanzar dejando a muchos atrás.

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¿Quién sabe escuchar?

El nuevo año comenzó hace ya unos días. Dependiendo del enfoque que queramos darle podemos decir que tenemos por delante más de 3oo días para cumplir nuevos o renovados propósitos, o caer en el abatimiento tras comprobar que seguimos exactamente en el mismo punto en el que nos dejó el año anterior. Para ser honestos, y atender al siempre necesario equilibrio, quizás la mejor postura sea reconocer lo limitado de nuestras acciones e intentar fijarnos propósitos realistas y alcanzables.

Yo llevo ya un par de años dando vueltas acerca de lo operativo que es reflexionar en voz alta sobre los temas sobre los que los medios de comunicación, de forma efervescente, deciden fijar su atención. Creo que me he cansado de hacer eso porque realmente no conduce a nada. Por eso, uno de los propósitos realistas (y espero que alcanzables) de este año de este blog es no rendirse al ruido que hay fuera e intentar traer a este humilde espacio otros temas, que quizás no interesen a muchos, sin que esto tampoco importe.

No sé si se han parado a pensar en los últimos tiempos en cómo se está perdiendo el hábito (o el arte) de escuchar. Que no es lo mismo que oír, sin más, sino prestar atención a lo que se oye. Estamos tan centrados en nuestro ombligo, en decir lo que pensamos (o mejor, opinamos), que escuchar a otro se nos antoja, en muchos casos, una pérdida de tiempo. Esa falta de capacidad de escucha está, creo, claramente emparentada con el respeto. Por un momento, piensen en un niño cuando escucha a alguien que le cuenta un cuento. Esa capacidad de escucha, estrujando cada palabra, requiriendo explicación a cada rato es la sublime forma de escuchar. Reconocernos como adultos en una situación equiparable implica que respetamos a quien nos habla, que nos interesa lo que nos dice, que estamos atentos a lo que nos cuenta. No estaría mal como propósito que, para empezar, fuéramos conscientes de que a veces sólo oímos, no escuchamos.

La falta de atención creo que se está convirtiendo en un mal endémico. Si nos asomamos a las redes sociales, extensiones de los medios de comunicación, podemos intuir sin demasiada dificultad de dónde derivan las causas. Un botón como muestra: seguro que han oído hasta la saciedad el tema de las macrogranjas, la ganadería extensiva y la actitud de buena parte del gobierno sobre el Ministro de Consumo, A. Garzón. La pregunta es simple: ¿nos hemos parado a escuchar lo que ha dicho? A la vista está que muchos no.

Y ya ven, primer propósito del año incumplido.

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2021, un año sin comentarios

En estos últimos días del año es costumbre hacer balance. Estoy aquí solo por no faltar a la cita, pero no haré comentarios. Ha sido un año demasiado difícil. A pesar de todo, y porque no hay otro remedio, me quedo con lo positivo que también ha habido cosas buenas.

Esperemos que en el 2022 las palabras fluyan mejor. Feliz año para todos.

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