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Universidad de Salamanca
Blog de Antonia Durán Ayago
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Archivo | junio, 2016

Querer hacer. Poder hacer

A pesar de lo que se dice, no siempre querer es poder. Y es una pena, porque si todo empeño constructivo tuviera visos de materializarse, probablemente el progreso sería otro, mucho más transversal y equitativo.

Muchas veces los frenos llegan de los poderes preestablecidos que actúan como rémoras. Hay que ser consciente de que el statu quo es tan sumamente embaucador, que en ocasiones vencer la inercia ya supone grandes dosis de esfuerzo que, en ocasiones, si no se logra movimiento, se convierte en frustración.

Pero aunque no siempre se pueda hacer lo que se quiere, es importante no dejar de idear, y avanzar, aunque sea con pasos cortos. A veces, hay que saber esperar, hasta que quien frena deje de hacerlo.

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¿Qué significa no dejar a nadie atrás?

Seguro que han escuchado este lema en más de una ocasión en las comparecencias de los miembros del Gobierno. Forma parte de los Principios rectores de la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible. Sin embargo, a poco que se profundice, surgen grietas en ese compromiso, archipublicitado.

En los últimos días se ha hecho más conocida la situación que sufren las personas mayores en su relación con las entidades bancarias. No ya que se estén eliminando cada vez más oficinas, hasta desaparecer por completo en los municipios más pequeños, sino que en muchas ocasiones los bancos rehúsan la atención presencial y personal, obligando a sus clientes a utilizar cajeros que en muchos casos son complejos de entender o a tener que realizar operaciones utilizando internet que muchas veces no tienen. Sin duda, la brecha digital es uno de los principales obstáculos que existen en nuestra sociedad. El dar por hecho el manejo y uso de las TIC por parte no solo de las empresas, sino también de las administraciones públicas está generando importantes exclusiones.

Los compromisos con la Agenda 2030 no se pueden traducir en meros eslóganes publicitarios. Porque queda muy bien hacer declaraciones ampulosas, como viene siendo habitual ya en la rueda de prensa tras los Consejos de Ministros por parte de la portavoz del gobierno, pero si tras ello no hay verdaderas políticas que obliguen tanto a los actores privados como a las propias administraciones a poner en marcha acciones que eliminen esta brecha y que prioricen el buen trato a todos los usuarios o clientes, en el caso de las empresas privadas, todo será humo. Más vale que se ponga remedio cuanto antes, porque lo contrario es avanzar dejando a muchos atrás.

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¿Quién sabe escuchar?

El nuevo año comenzó hace ya unos días. Dependiendo del enfoque que queramos darle podemos decir que tenemos por delante más de 3oo días para cumplir nuevos o renovados propósitos, o caer en el abatimiento tras comprobar que seguimos exactamente en el mismo punto en el que nos dejó el año anterior. Para ser honestos, y atender al siempre necesario equilibrio, quizás la mejor postura sea reconocer lo limitado de nuestras acciones e intentar fijarnos propósitos realistas y alcanzables.

Yo llevo ya un par de años dando vueltas acerca de lo operativo que es reflexionar en voz alta sobre los temas sobre los que los medios de comunicación, de forma efervescente, deciden fijar su atención. Creo que me he cansado de hacer eso porque realmente no conduce a nada. Por eso, uno de los propósitos realistas (y espero que alcanzables) de este año de este blog es no rendirse al ruido que hay fuera e intentar traer a este humilde espacio otros temas, que quizás no interesen a muchos, sin que esto tampoco importe.

No sé si se han parado a pensar en los últimos tiempos en cómo se está perdiendo el hábito (o el arte) de escuchar. Que no es lo mismo que oír, sin más, sino prestar atención a lo que se oye. Estamos tan centrados en nuestro ombligo, en decir lo que pensamos (o mejor, opinamos), que escuchar a otro se nos antoja, en muchos casos, una pérdida de tiempo. Esa falta de capacidad de escucha está, creo, claramente emparentada con el respeto. Por un momento, piensen en un niño cuando escucha a alguien que le cuenta un cuento. Esa capacidad de escucha, estrujando cada palabra, requiriendo explicación a cada rato es la sublime forma de escuchar. Reconocernos como adultos en una situación equiparable implica que respetamos a quien nos habla, que nos interesa lo que nos dice, que estamos atentos a lo que nos cuenta. No estaría mal como propósito que, para empezar, fuéramos conscientes de que a veces sólo oímos, no escuchamos.

La falta de atención creo que se está convirtiendo en un mal endémico. Si nos asomamos a las redes sociales, extensiones de los medios de comunicación, podemos intuir sin demasiada dificultad de dónde derivan las causas. Un botón como muestra: seguro que han oído hasta la saciedad el tema de las macrogranjas, la ganadería extensiva y la actitud de buena parte del gobierno sobre el Ministro de Consumo, A. Garzón. La pregunta es simple: ¿nos hemos parado a escuchar lo que ha dicho? A la vista está que muchos no.

Y ya ven, primer propósito del año incumplido.

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