Varios acontecimientos de interés han tenido lugar el pasado fin de semana. Aunque parece que el protagonismo en los medios se lo haya llevado el fallecimiento del expresidente Adolfo Suárez. Sin embargo, las marchas por la dignidad que tuvieron lugar en Madrid el pasado sábado, bien merecen unas líneas. Porque aunque no pude asistir me hubiera gustado estar allí, con las cientos de miles de personas que demandaban que otro tipo de sociedad, que otro tipo de convivencia, que otro tipo de democracia es posible. La ciudadanía no está aletargada, como muchos piensan. Somos conscientes de lo que está pasando y debemos demandar nuestro papel en toda esta historia que nos están haciendo vivir.
Tuve la suerte de nacer en los inicios del cambio de la dictadura a la democracia. Aunque era muy pequeña recuerdo perfectamente la imagen de Suárez presente en la televisión a todas horas. Tanto es así que recuerdo que en el colegio, en los teatros que nos inventábamos, intentábamos imitar la voz de Suárez, tan afectada y grandilocuente. Estaba muy presentes en nuestras vidas, y gracias a su voluntad y a la de otros muchos que supieron estar a la altura, pudimos salir de un túnel para empezar a construir una democracia, que aunque formalmente ha dado sus frutos, en los últimos tiempos nos estamos dando cuenta de que el proceso no está ni con mucho terminado. Cuando se sale de una situación tan dura como fue la dictadura, el esfuerzo realizado probablemente haya hecho que los actores políticos (partidos y ciudadanía) disfruten de cierto sosiego, cuando se comprueba que hay pluralidad de fuerzas políticas, que a cada cierto tiempo hay elecciones, que cada uno puede expresar lo que piensa… Sin embargo, la transición real quedó a medias y es necesario un nuevo impulso para terminarla.
La situación ahora no es equiparable a la de hace 40 años, pero la necesidad de regenerar la democracia se ha convertido en imperativo. Veo con cierta esperanza el futuro. Afortunadamente, la dignidad no la hemos perdido, porque ni los recortes ni las políticas regresivas que está poniendo en práctica este gobierno pueden con ella.
Dignidad, recuerdos y futuro
La regresión de derechos continúa: la abolición de la justicia universal
Es curioso que en poco tiempo todo aquello de lo que podía presumir España esté siendo derruido con una indolencia que asusta. Nuestro país ha podido presumir durante años de ser un Estado comprometido con el respeto y la defensa de los derechos humanos; un Estado que se obligaba a perseguir los denominados crímenes contra la humanidad, con independencia de dónde se hubieren producido, si existía un mínimo ligamen con España. Cierto es que paradójicamente la justicia española ha sido y sigue siendo muy renuente a conocer y dirimir casos más cercanos como los que tuvieron lugar en España a raíz de la guerra civil de 1936, pero ese es otro cantar…
Lo cierto es que en los últimos años España había estado a la vanguardia en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, de un plumazo, la Ley Orgánica 1/2014, de 13 de marzo, de modificación de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, relativa a la justicia universal ha abolido la justicia universal, so pretexto de poder violentar a Estados amigos, lo que viene a dar idea de en qué alto escalón están nuestros cualificados legisladores, que someten a la camaradería la protección de derechos que deberían estar por encima de las componendas internacionales. Pero no conforme con ello, la disposición transitoria única obliga a los jueces españoles a sobreseer todas las causas abiertas bajo el amparo de la justicia universal hasta que no se acredite el principio de territorialidad, o que el responsable penal sea español, sin tener en cuenta que los procedimientos ya abiertos se abrieron en función de la legalidad vigente en su momento y que no se pueden cambiar las reglas de juego cuando el partido ya está iniciado. No importa. Aquí el Estado de Derecho está en descomposición desde hace ya tiempo, y esta ley no hace si no abundar en esta idea. La regresión de derechos continúa.
10 años del 11-M
Parece mentira que hayan pasado ya diez años. Aquel día amaneció lluvioso, lo recuerdo perfectamente. Recuerdo que estaba escuchando el programa de Iñaki Gabilondo, Hoy por Hoy en la radio. Y recuerdo las primeras informaciones que llegaban confusas y cómo poco a poco la tragedia iba tomando forma. Todos quedamos noqueados ese día. Con los compañeros comentábamos qué podía haber pasado. Era todo tan irreal. Pero pronto al dolor, al desgarro de haber sufrido un revés tan tremendo, se unió el desconcierto sobre las informaciones de la autoría del atentado. Fueron horas de estar pendiente de toda la información; de escuchar a todas horas la radio, en mi caso, la Cadena Ser, porque pronto se vio que desde el gobierno, entonces en funciones, y a tres días de las elecciones generales, ya se había tomado partido por una información que pronto se demostró que era falsa, pero que sus secuaces se encargaron de esparcir buscando con ruin desvergüenza rédito electoral en una tragedia humana tan grave como la que España acababa de sufrir.
Hoy en que se celebran esos diez años de aquel funesto día, mi recuerdo es para todas las víctimas y para sus familiares, también para aquellos que aquel día nos dejaron. Su recuerdo, desde luego, debe ser imborrable. El paso de los años sólo puede contribuir a que el recuerdo sea cada vez más intenso y también más sincero.
Hoy, desgraciadamente, también se celebran diez años de aquel otro 11-M. Ese que basado en la insidia, la mentira y la ruindad muchos han querido perpetuar también en el tiempo. En este caso, se ha demostrado que los que así obraron siguen siendo unos inconscientes o simplemente unos mentirosos.
Igualdad de oportunidades
Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, en su libro “El precio de la desigualdad”, editado por Taurus en 2012, analiza las dramáticas consecuencias que pueden traer consigo las políticas neoliberales. Aquellas que siguen manteniendo su fe ciega en que el mercado se autorregula y que la legislación de los Estados, su intervención (limitación) en la regulación de los mercados resulta contraproducente. El que los poderes democráticos de decisión hayan sido abducidos por esta idea es un hecho innegable. Sus consecuencias fatales. Lo estamos viendo. Esta crisis que padecemos no la ha generado la economía real sino la financiera. Esa economía artificial que genera dinero de la nada, de simples expectativas y que si cae se lleva por delante todo lo que encuentra. Y esa caída se ha hecho desde la connivencia de los Estados, y lo que es peor, han sido rescatados por los propios Estados con fondos los ciudadanos de a pie, esos a los que en muchos casos, ese sistema ha hecho desaparecer de un plumazo sus ahorros con las preferentes o se han visto sin casa y en la calle, por obra y gracia de un banco que los ha desahuciado, cuando no ese banco era de titularidad pública, ya saben, el famoso banco malo o SAREB.
Durante estos años de crisis hemos visto cómo la desigualdad ha ido creciendo exponencialmente en España. Hemos comprobado cómo hay muchas familias en situación de pobreza, niños que comen sólo la comida que hacen en el colegio. ¿No es un drama? Es una tragedia con mayúsculas. Y lo peor es que no hay ni un ápice de esperanza de que esto pueda ser diferente. El poder democrático no es más que un demiurgo del que se sirven los mercados para seguir profundizando en la desigualdad. Y en España que esto es así es tan evidente, que ni siquiera el gobierno se molesta en ocultarlo. Hacen una inversión millonaria en rescatar a las entidades financieras so pretexto de que está en riesgo la economía. Al tiempo, para poder lograrlo, atacan de lleno al ciudadano medio con políticas corrosivas con las que pretenden ahondar en la desigualdad. Lo que parecen ignorar estos paganos neoliberales es que tras la desigualdad no se esconde nada bueno. Y que, por el contrario, un país en el que se profundiza en la igualdad de oportunidades es un país más próspero, más sólido, mejor preparado para competir mundialmente. Tan pacatos en ideas y tan generosos de lo ajeno…
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