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Universidad de Salamanca
Blog de Antonia Durán Ayago
Miscelánea
 
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Archivo | junio, 2016

Yo también estudié en la pública

Que cada uno reivindique lo que quiera o le corresponda. A mí me van a permitir que hoy rinda un pequeño homenaje a todas aquellas instituciones públicas que han contribuido a mi formación y a los magníficos profesores que he tenido en cada una de ellas. No está de más reivindicarlo ahora, cuando la enseñanza pública está siendo tan vapuleada y maltratada.
Me siento orgullosa de haber estudiado en el Colegio Público Nuestra Señora de Gracia, de Santa Marta de los Barros. En él empecé mi formación y en él me encontré profesores tan queridos como Don Luis, Don Ricardo, Doña Carmen o Doña Loli…, que me enseñaron ya entonces la importancia del esfuerzo.
Luego vino el Instituto Suárez de Figueroa de Zafra, donde realicé BUP y COU, y guardo muy buenos recuerdos de esa época en la que también tuve excelentes profesores. Recuerdo a José María Cruz y su forma tan peculiar de enseñar Historia o a Marisa Montes, con sus magníficas clases de Literatura o a Maribel, con la que todos aprendimos a analizar las frases hasta el más mínimo detalle.
Mi Universidad de origen es Extremadura, allí, en la Facultad de Derecho de Cáceres viví muy enriquecedores años. Tuve a muy buenos profesores como Pablo Pérez Tremps, Pilar Blanco, Julio Gerardo, tan entreñable… Y finalmente cuando terminé mi doctorado, también en la Universidad de Extremadura, recalé en la Universidad de Salamanca, donde ahora trabajo.
Me siento muy orgullosa de haber estudiado siempre en centros públicos, tanto que me gustaría que mi hijo también estudiara en ellos. Espero que entre todos tengamos cordura suficiente para mantenerlos y seguir aumentando su calidad.
Por una educación pública de todos para todos.

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Catarsis

Es verdad que entre tanta noticia preocupante, necesitamos alguna dosis de optimismo. Quizás no estaría mal que intentáramos sosegarnos un poco e intentáramos reflexionar con racionalidad sobre todo lo que está ocurriendo en los últimos tiempos. Es verdad que las noticias que se suceden no parecen augurar nada bueno; al contrario, parece que de alguna manera predeterminan lo que se va convirtiendo en inevitable. Sin embargo, necesitamos creer que este bache lo vamos a superar y que saldremos reforzados de esta crisis. Quizás necesitamos una catarsis, para limpiar todo lo malo que se ha ido acumulando y reconducir el camino. Reivindicar la conciencia de ciudadano que está en la sociedad, que participa de ella, que quiere aportar lo que desde sus posibilidades pueda, creo que es una de las claves para poder salir de esta agónica situación.
Hay que reivindicar el peso de un sí; todos somos necesarios y todos podemos con nuestros actos contribuir a que todo pueda cambiar a mejor. No hay nada peor que sentir que uno/a no puede hacer nada. Eso es como rendirse. Y necesitamos ser positivos; necesitamos reafirmarnos, creer en lo que somos y en lo que hacemos o hemos venido haciendo para intentar invertir la tendencia de pesimismo que estamos viviendo.
Es verdad que muy bien no sé cómo se hace, pero probemos por cuidarnos a nosotros mismos un poco más y también por qué no, mimarnos, sólo de esa manera, podremos revertir lo bueno que tenemos en los demás.

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Otra forma de hacer las cosas debería ser posible

Ha llegado un momento en toda esta historia en que cualquier capítulo nuevo puede ser peor que el anterior. Y eso dice mucho de lo mala que es la historia. Al parecer, según se cuenta en los mentideros de los medios de comunicación pero que ya ha llegado hasta la Unión Europea, aunque desde el Gobierno aún no se haya ni confirmado ni desmentido, parece que se pretende intervenir la entidad financiera Bankia. Bueno, matizo, acabo de leer que en un breve comunicado el Ministro de Economía ha negado “rotundamente” que Bankia vaya a ser intervenida, sino que “el objetivo es ejecutar un plan de saneamiento, reestructuración y mejora del gobierno corporativo que garantice su viabilidad futura”. Esto no es más que un circunloquio para decir lo que todos dicen ya hace tiempo.
Si esto se confirmara y con dinero público se intentara sanear una entidad privada, en los tiempos que corren, de recorte tras recorte a los servicios básicos de los ciudadanos, ¿qué tendríamos que hacer?
Esto es una tomadura de pelo tan grande que ya parece imposible que pueda crecer más. Y sin embargo, ahí están los hechos, cada capítulo supera al anterior.
No vale ya la argumentación facilona de que todo lo que se está haciendo es consecuencia de la mala gestión del gobierno anterior. Está claro que hay decisiones políticas de envergadura detrás de todo lo que se está haciendo. Se intenta demoler lo público para fortalecer lo privado. Y si no es así, qué mal están sabiendo disimular. Porque lo que los ciudadanos percibimos es eso.
Estoy completamente segura de que hay otra forma de hacer las cosas. Nada de prestar ni ayudar a las entidades bancarias. Quizás lo que habría que hacer, entre otras cosas, es crear un banco público que con los ahorros de todos los que creemos en una sociedad más igualitaria, tuviera la encomienda de prestar a los empresarios que lo necesitan para sacar adelante sus negocios. Quizás lo que habría que hacer es poner a disposición de todas las personas que se han quedado sin casa, todas las viviendas que ahora tienen los bancos y cobrándoles un alquiler simbólico permitirles tener un espacio donde poder vivir. Quizás lo que habría que hacer es disminuir el presupuesto de defensa o eliminar el de la Casa Real para destinarlo a lo que verdaderamente se necesita: sanidad, educación, servicios sociales. Quizás lo que habría que hacer, en vez de ningunear a las Universidades públicas, pensar que con más inversión en I+D se pueden generar patentes que a la larga acaben beneficiando al Estado. En fin, son muchas cosas las que deberían hacerse y no se hacen simplemente por tener una opción política gobernando que claramente no cree en lo público.
Esto es lo que tenemos, pero no estoy ya muy segura de si es esto lo que nos merecemos.

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Ser profesor universitario hoy

La verdad es que no sé muy bien cómo abordar el tema sobre el que hoy quiero escribir.
Puedo comenzar diciendo que me siento una privilegiada por poder trabajar en lo que considero que es mi vocación. Me gusta la enseñanza y me gusta la investigación y que pueda hacer lo que me gusta y además se reconozca como trabajo, es algo que verdaderamente suena a privilegio, más en estos tiempos.

Pero seguro que a todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria les ha llegado un momento en el que se han sentado a reflexionar sobre qué es verdaderamente lo que implica ser profesor universitario. Y más en estos tiempos, en los que sin saber muy bien a dónde nos dirijimos, nos hemos propuesto cambiarlo todo.

Hubo un tiempo en que la principal misión del profesor universitario era instruirse e investigar para poder publicar trabajos de interés para la comunidad científica y la sociedad en general y formarse lo mejor posible para poder trasladar el conocimiento a los alumnos de la forma más completa.

De un tiempo a esta parte, la Universidad del conocimiento ha ido dejando paso a otra Universidad, más centrada en la burocracia y en hacer méritos según los patrones que de fuera nos llegan. En algún momento, la Comunidad universitaria se tendrá que sentar a reflexionar sobre los cambios que está experimentado la Universidad y que no están en el Espacio Europeo de Educación Superior, que creo que es algo positivo si se sabe afrontar bien, sino que los principales cambios nos están llegando de fuera, impuestos por Agencias de Evaluación de muy diverso tipo y ámbito, que pretenden, y lo están consiguiendo, crear patrones de conducta alejados de lo que la Universidad ha sido hasta tiempo recientes.

Pareciera como si hubiera solo un camino que hubiera de transitarse por todos los que quieren lograr hacerse un hueco en la Universidad española. Sin tener en cuenta que a veces el mérito se encuentra en otros recovecos más difíciles de evaluar; que el impacto, aun pretendiendo ser elemento de lo más objetivo, también puede resultar un indicio vacuo. Y lo peor de este sistema es que está lastrando la energía de muchas personas que con verdadera vocación se encuentran prestando servicio en las Universidades españolas. En muchos casos, estos procesos selectivos o de evaluación se convierten en espirales turbias que desenfocan la lente de aquellos que no son considerados aptos para desempeñar según qué categoría en la Universidad. Pareciera que este sistema se convierte para algunos en una prueba de obstáculos que hay que superar; en una carrera de fondo con trampa puesto que la meta se va alejando a medida que uno va recorriendo el camino. Luego, como es sabido por todos los que nos encontramos en el mundo universitario, mientras que a algunos se les presumen los méritos a otros no sólo no se les presume sino que se intenta ningunearlos.

Soy consciente de que es muy difícil elegir un buen sistema de selección del profesorado. Y ello porque cuando los que deciden están dentro, en muchas ocasiones la objetividad brilla por su ausencia. La endogamia ha sido, es y será un mal endémico de la Universidad española. La cuestión es que percibo en el sistema de acreditaciones, fundamentalmente, que es el que ahora está en vigor, importantes carencias sobre todo en lo que respecta a la seguridad jurídica de los evaluados y además, un error tremendo de enfoque. Como decía, no se premia el trabajo, sino que se menosprecia alegando criterios de muy diferente tipo y muy dudosa justificación, como por ejemplo, alegar que no se ha publicado en editoriales de reconocido prestigio, cuando en las mismas editoriales han publicado otros que sí han obtenido una evaluación favorable; o percibir como demérito no haber realizado estancias postdoctorales en centros de reconocido prestigio en el extranjero, cuando en cambio otros han recibido evaluación positiva sin salir un día siquiera de España. Es todo tan relativo; o mejor, es todo tan ARBITRARIO…

Este sistema de acreditación del profesorado, con sus brechas y tropiezos, se une a la ola de desprestigio de la Universidad pública española que está encabezando el Ministro de Educación en los últimos meses. Lo último, ya saben, aumentar el número de créditos a impartir para aquellos profesores que no tengan un sexenio vivo; otra vulneración de la Constitución española (art. 9.3) y otro varapalo para la seguridad jurídica.

Con tanto bamboleo, estarán conmigo que la calma que un profesor necesita para llevar a cabo con acierto su trabajo se torna difícil de conseguir. Al final, presiento que o mucho cambia todo o la Universidad quedará reducida a una especie de educación secundaria de grado superior con carácter profesionalizante, y en el camino se habrán ido perdiendo los caracteres más definitorios durante siglos de esta institución como crisol de saberes.

Pero como me sabe mal terminar esta reflexión en términos tan pesimistas, quiero decirles que es verdad que para que esta premonición se cumpla deberían haberse vencido antes muchas voluntades, y lo cierto es que los que estamos en esta lucha, otra cosa no, pero VOLUNTAD tenemos, y mucha.

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