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Universidad de Salamanca
Blog de Antonia Durán Ayago
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Archivo | 22 junio 2016

Ser profesor universitario hoy

La verdad es que no sé muy bien cómo abordar el tema sobre el que hoy quiero escribir.
Puedo comenzar diciendo que me siento una privilegiada por poder trabajar en lo que considero que es mi vocación. Me gusta la enseñanza y me gusta la investigación y que pueda hacer lo que me gusta y además se reconozca como trabajo, es algo que verdaderamente suena a privilegio, más en estos tiempos.

Pero seguro que a todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria les ha llegado un momento en el que se han sentado a reflexionar sobre qué es verdaderamente lo que implica ser profesor universitario. Y más en estos tiempos, en los que sin saber muy bien a dónde nos dirijimos, nos hemos propuesto cambiarlo todo.

Hubo un tiempo en que la principal misión del profesor universitario era instruirse e investigar para poder publicar trabajos de interés para la comunidad científica y la sociedad en general y formarse lo mejor posible para poder trasladar el conocimiento a los alumnos de la forma más completa.

De un tiempo a esta parte, la Universidad del conocimiento ha ido dejando paso a otra Universidad, más centrada en la burocracia y en hacer méritos según los patrones que de fuera nos llegan. En algún momento, la Comunidad universitaria se tendrá que sentar a reflexionar sobre los cambios que está experimentado la Universidad y que no están en el Espacio Europeo de Educación Superior, que creo que es algo positivo si se sabe afrontar bien, sino que los principales cambios nos están llegando de fuera, impuestos por Agencias de Evaluación de muy diverso tipo y ámbito, que pretenden, y lo están consiguiendo, crear patrones de conducta alejados de lo que la Universidad ha sido hasta tiempo recientes.

Pareciera como si hubiera solo un camino que hubiera de transitarse por todos los que quieren lograr hacerse un hueco en la Universidad española. Sin tener en cuenta que a veces el mérito se encuentra en otros recovecos más difíciles de evaluar; que el impacto, aun pretendiendo ser elemento de lo más objetivo, también puede resultar un indicio vacuo. Y lo peor de este sistema es que está lastrando la energía de muchas personas que con verdadera vocación se encuentran prestando servicio en las Universidades españolas. En muchos casos, estos procesos selectivos o de evaluación se convierten en espirales turbias que desenfocan la lente de aquellos que no son considerados aptos para desempeñar según qué categoría en la Universidad. Pareciera que este sistema se convierte para algunos en una prueba de obstáculos que hay que superar; en una carrera de fondo con trampa puesto que la meta se va alejando a medida que uno va recorriendo el camino. Luego, como es sabido por todos los que nos encontramos en el mundo universitario, mientras que a algunos se les presumen los méritos a otros no sólo no se les presume sino que se intenta ningunearlos.

Soy consciente de que es muy difícil elegir un buen sistema de selección del profesorado. Y ello porque cuando los que deciden están dentro, en muchas ocasiones la objetividad brilla por su ausencia. La endogamia ha sido, es y será un mal endémico de la Universidad española. La cuestión es que percibo en el sistema de acreditaciones, fundamentalmente, que es el que ahora está en vigor, importantes carencias sobre todo en lo que respecta a la seguridad jurídica de los evaluados y además, un error tremendo de enfoque. Como decía, no se premia el trabajo, sino que se menosprecia alegando criterios de muy diferente tipo y muy dudosa justificación, como por ejemplo, alegar que no se ha publicado en editoriales de reconocido prestigio, cuando en las mismas editoriales han publicado otros que sí han obtenido una evaluación favorable; o percibir como demérito no haber realizado estancias postdoctorales en centros de reconocido prestigio en el extranjero, cuando en cambio otros han recibido evaluación positiva sin salir un día siquiera de España. Es todo tan relativo; o mejor, es todo tan ARBITRARIO…

Este sistema de acreditación del profesorado, con sus brechas y tropiezos, se une a la ola de desprestigio de la Universidad pública española que está encabezando el Ministro de Educación en los últimos meses. Lo último, ya saben, aumentar el número de créditos a impartir para aquellos profesores que no tengan un sexenio vivo; otra vulneración de la Constitución española (art. 9.3) y otro varapalo para la seguridad jurídica.

Con tanto bamboleo, estarán conmigo que la calma que un profesor necesita para llevar a cabo con acierto su trabajo se torna difícil de conseguir. Al final, presiento que o mucho cambia todo o la Universidad quedará reducida a una especie de educación secundaria de grado superior con carácter profesionalizante, y en el camino se habrán ido perdiendo los caracteres más definitorios durante siglos de esta institución como crisol de saberes.

Pero como me sabe mal terminar esta reflexión en términos tan pesimistas, quiero decirles que es verdad que para que esta premonición se cumpla deberían haberse vencido antes muchas voluntades, y lo cierto es que los que estamos en esta lucha, otra cosa no, pero VOLUNTAD tenemos, y mucha.

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