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Universidad de Salamanca
Blog de Antonia Durán Ayago
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Promoción del profesorado

De todos es sabido la situación que ha provocado la tasa de reposición en el profesorado de las Universidades españolas. Desde que comenzó a aplicarse la Universidad de Salamanca, por ejemplo, ha perdido 200 plazas. Debido al envejecimiento de su plantilla ha habido muchas jubilaciones y pocas promociones e incorporaciones. A poco que se ahonde en el tema se puede intuir en que si falta el capital humano, el barco no tardará mucho en irse a pique.
En este estado agónico en que han situado a la Universidad española las políticas de contracción de gasto puestas en marcha por el gobierno popular, algunas Universidades han profundizado en la herida y han hecho aún más doloroso el estado de la cuestión, poniendo en marcha políticas erráticas de promoción del profesorado, cuando no alguna irregularidad.
Se da la circunstancia que al menos en la Universidad de Salamanca los profesores contratados doctores fijos son (somos) los que más hemos padecido esta situación. Entiendo que nadie discute las expectativas legítimas que tod@ profesor/a universitari@ tiene de promoción. Algunos hemos empezado con una plaza de ayudante doctor, y hasta que no se ha agotado la figura (entonces 4 años) no se nos permitió promocionar a la de contratado doctor, pese a haber tenido la acreditación de contratado doctor un año después de la ayudante doctor. Pues bien, en este escenario, para promocionar a Titular de Universidad era preciso contar con la acreditación de la ANECA. Antes de la tasa de reposición había planes anuales de promoción de plazas y todo transcurría dentro de los cauces normales. Pero cuando llegó la limitación de la tasa de reposición y hubo que fijar límites, empezaron algunas universidades a mezclar estabilización con promoción, estableciendo a cada año además distintos criterios, que hacían cada vez más difícil la promoción para determinadas áreas de conocimiento. Entiendo que estabilización y promoción son (deben ser) vías diferentes. Y nadie discute que un ayudante doctor que tenga acreditación a titular pueda promocionar, pero en una época de restricciones como la que vivimos, parece que lo lógico, para no incurrir en injusticias ni discriminaciones, para no abundar en la frustración, sería que hubiera una única vía de acceso y que esta se marcara por la antigüedad en la obtención de la acreditación. Eso, que parece de sentido común, en la USAL no ha estado presente. Ha habido tres criterios de acceso: antigüedad en la obtención de la acreditación; índice dotación del área y méritos. El índice de dotación se basa en polinomios de difícil entendimiento. Además, al haber mezclado estabilización y promoción, se ha dado el caso de que en la misma convocatoria hayan podido promocionar dos personas del mismo área, lo cual es sorprendente, no me lo negarán. De la valoración de los méritos mejor ni hablar. La universidad fijó unos criterios para poder acceder a la promoción de la plaza que luego se vieron sustancialmente alterados por la agencia que evaluó los méritos, fijando criterios que todos ellos podían ser discutibles y dejando a un lado hechos objetivos, como por ejemplo, los sexenios que cada candidato aportarse.
Unido a ello, desde el rectorado se ha empezado a vender la máxima de que hay que promocionar a titular antes a los jóvenes (ayudantes doctores) que a los contratados doctores fijos que ya estamos en la cuarentena. Es decir, se nos desprecia y se minusvalora nuestra carrera académica de tal manera que dice muy poco de quienes ahora están al frente de nuestra Universidad. Porque una Universidad que no valora a su capital humano es una Universidad abocada al desastre. Y en esta tesitura nos hallamos. Otra vez en situación de tener que demostrar a nuestro rectorado que los que somos contratados doctores fijos no somos ningunos privilegiados, como parece que piensan por sus declaraciones, que somos trabajadores que aportamos cada día nuestra experiencia y saber hacer a esta Universidad y que consideramos que la Universidad tiene una deuda con nosotros porque no se nos ha permitido promocionar pese a tener algunos acreditación desde 2012. Y no hemos dejado de trabajar por ello. Hemos seguido publicando, poniendo en marcha iniciativas pioneras, participando en múltiples foros. Así que mejor que recapaciten y cambien el chip de apreciación que están mostrando con nosotros, porque somos conscientes de nuestros derechos y además nos avala el sentido común.

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Contra Goliat

Es una pena que la Universidad sea noticia por asuntos como los que aparecen en la prensa durante estos días. Rector plagiador, catedrático condenado a siete años de prisión por abusos sexuales a tres compañeras… No digo yo que en sí mismos estos hechos no merezcan ser objeto de tratamiento informativo, pero tengo la impresión de que la Universidad no está bien tratada por la prensa en nuestro país. Quizás debiera haber un espacio informativo que sirviera de escaparate para todo lo que se hace (y bueno) en la Universidad.  Parece que eso no importa y, sin embargo, el I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) genera más riqueza y conocimiento de lo que a primera vista se pudiera pensar y por supuesto de lo que se publicita a través de los medios. Pero es una lucha contra Goliat. Los mensajes negativos no sólo provienen de los medios, sino de los máximos responsables de educación, como el ministro del ramo afirmando que en España sobran estudiantes universitarios o declaraciones de similar o parecido cariz. Yo creo, sinceramente, que a la Universidad habría que mimarla. Precisamente porque representa un espacio vital para poder sobrevivir en un mundo en que priman intereses espúreos. Está claro que como todo espacio humano, es perfeptible, y que cuando tienen lugar conductas como el plagio o el abuso, sea del tipo que sea, toda la comunidad universitaria debería levantarse para aislar a quien así denigra la causa común. En esto último aún nos queda mucho por hacer. Como en todas las relaciones humanas, no siempre se hace lo correcto por muy claro que se tenga qué es lo que se debería.  Pero más allá de todo, creo que también deberían potenciarse las buenas prácticas, los buenos resultados, la multitud de proyectos, ideas y ganas que hay en la gente que trabajamos en y para la Universidad que a la postre significa trabajar en y para la sociedad.  Quizás sea una percepción equivocada, pero tengo la impresión de que a la Universidad no se la mima todo lo que sería necesario.

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La Universidad que necesitamos

Hay pocos lugares en que fluya la vida de forma tan manifiesta y evidente como en la Universidad. Quienes se forman en la Universidad o han pasado por ella saben que es un medio que imprime carácter. Es un escenario apto para soñar, para elucubrar, para gestar y desarrollar ideas, para discutir, para reflexionar, para contribuir desde el conocimiento a la riqueza de un país. La Universidad no es algo estático. No se trata sólo de una institución centenaria, sino que su abolengo es el patrimonio quizás más importante con el que contamos y es por ello que no debemos dejarla morir.
Con las políticas puestas en marcha por el anterior gobierno, las plazas universitarias se han vinculado a la tasa de reposición; en los primeros años de aplicación de esta limitación sólo se cubrían el 10 % de las jubilaciones. Esto ha conducido de forma inexorable al envejecimiento de la plantilla y a que muy poca gente joven se haya podido incorporar a la Universidad. También es verdad que mientras se ha asfixiado a la universidad pública, se han concedido numerosas autorizaciones para poner en marcha universidades privadas que en muchos casos han absorbido al capital humano formado en la pública y que no ha podido encontrar en ella su sitio. No sé si el actual gobierno tiene intención de poner en marcha políticas más racionales y de impulso de la Universidad pública, pues este tema no ha estado presente en ninguna de las dos campañas electorales, ni es noticia casi nunca en los medios. Pero si no toma medidas, estará finiquitando un pulmón muy necesario para la sociedad.
Y llegados a este punto, ¿saben lo que me gustaría? Que las universidades nos convirtiéramos en un lugar incómodo para los que no nos respetan. Que denunciáramos siempre que tuviéramos ocasión las políticas neoliberales suicidas; políticas que terminan con la vida de la gente común al tiempo que fortalecen a los de siempre, grandes grupos económicos. La Universidad, a la postre, siempre fue eso. Que se lo digan a Miguel de Unamuno, ilustre rector que fue de la Universidad de Salamanca, cuando asolado por la barbarie de la guerra, se atrevió a decir a Millán Astray, “Venceréis pero no convenceréis”. Esa es la Universidad que necesitamos. Aquella que denuncie y haga frente a la sinrazón. Para estar callados ya tendremos tiempo.

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3+2

El pasado jueves, en la Junta de Facultad aprobamos por unanimidad adherirnos a los planteamientos (DFDUSAL)3+2 que la Delegación de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la USAL había realizado sobre el Real Decreto 43/2015. El famoso Decreto que tira por tierra lo que al parecer pretendía ser Bolonia, en cuanto a la convergencia de los títulos entre las distintas Universidades europeas, y por contra inaugura la posibilidad de que cada Universidad española regule a su arbitrio la duración que debe tener cada uno de los títulos que imparte. Todo un despropósito. Apenas hubo debate. El sentir era generalizado y hablar sobre lo evidente a veces cansa, también a los profesores de Derecho.
Sin embargo, lo que me llamó la atención de esa junta fue el interés del Decanato por promover nuevos dobles grados. Así, unidos a los que ya existían, Derecho-ADE y Derecho-Ciencias Políticas, se promovió el de Traducción-Derecho, Documentación-Derecho y Criminología-Derecho. Mientras escuchaba al Decano entonar las bondades de estas dobles titulaciones, pensaba si realmente el clima actual de incertidumbre animaba a dar tales pasos. Pero fue solo un momento, porque después pensé que suponía reafirmar lo que entre todos habíamos construido. Los Grados no han sido (ni están siendo) fáciles de implantar, pero al menos en la Facultad de Derecho de la USAL y por lo que se refiere a la titulación que mejor conozco, Derecho, el cambio ha sido positivo. Se trata por tanto de seguir desarrollando lo que hace 5 años iniciamos y aplaudo la idea del Decanato por lanzarse a ello, aunque los vientos no soplen a favor.

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Las locuras de Wert

No han pasado ni 5 años desde que se impuso a todo el sistema universitario, a través del Plan Bolonia, los grados de 4 años. Desapecieron entonces las licenciaturas, normalmente de 5 años, y las diplomaturas, de 3. Ahora, cuando apenas hemos tenido tiempo para valorar el cambio, el sr. Wert quiere introducir grados optativos de 3 años más 2 de máster. Es decir,que cada universidad pueda decidir si quiere mantener los grados de 4 años o cambiar a 3 más 2 de máster. Es una locura tan grande, que hasta el Consejo de Estado se lo ha hecho ver a este ministro que siempre es noticia por alguna idea buena (entiéndaseme la ironía). Lo peor de todo es que algunos en la universidad española le siguen en su locura, y ahí están los rectores de las universidades catalanas preparados para ponerse al frente de este desaguisado. Quedan apenas 9 meses para las elecciones generales y este gobierno desafía con hacerlo todavía peor. Deshacer para tener que volver a rehacer, y siempre que esto se pueda.
No alcanzo a ver qué hay detrás de este maquiavélico juego, más que números fríos y cuentas varias. La formación, la buena formación necesita tiempo y reposo. Con 4 años ya era difícil enseñar lo que antes se hacía en 5. En tres será sencillamente imposible. Y si la idea es converger con otras universidades, antes que en tiempo, debería converger en medios. ¿O es que eso no es importante, sr. Wert?

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A vueltas con la Universidad

No alcanzo a ver qué finalidad tienen los artículos que se están publicando últimamente en el Diario El País sobre el estado de la Universidad española, a cual más alentador (entiéndaseme la ironía). Ayer, otro autor, catedrático para más señas de Derecho Constitucional, se descolgaba con un artículo que no tiene desperdicio. De los tres problemas que él considera que tiene la Universidad española, me detendré sólo en uno de ellos: en los criterios de acceso al profesorado. Para él el actual sistema de acreditaciones favorece la endogamia (otra vez, la palabra maldita), frente a los tradicionales sistemas de oposición en los que el aspirante tenía que medirse ante cinco profesores de su misma especialidad y en esa lid, a su juicio, sí podía elegirse a los mejores. El Pfr. Carreras ignora que tras haber obtenido una acreditación hay que pasar todavía ahora una oposición. Es más, seguro que se le ha olvidado que antes, cuando no existían las acreditaciones ni las habilitaciones, uno podía llegar a catedrático a muy temprana edad, probablemente sin sexenios, cuando ahora se puede pasar perfectamente de los 40 sin haber llegado a profesor titular. Los que somos más jóvenes hemos pasado ya por tres acreditaciones, las de ayudante doctor, las de contratado doctor y las de titular de universidad. Para llegar a lo más alto del escalafón hay que pasar además la acreditación de catedrático de Universidad. Que este sistema pueda no ser el idóneo, no justifica que el otro lo fuera. En el anterior sistema de oposiciones desempeñaban un papel vital las escuelas, como también lo juegan ahora en el sistema de acreditaciones. Pero puestos a medir los filtros que permiten seleccionar a los mejores, no podrá negar que existen ahora más que antes. Está visto que nadie mejor que el “homo universitarius” para contribuir a un debate vano. En la Universidad habrá profesores mejores y peores, los habrá más o menos cualificados, y el sistema para seleccionarlos será más o menos objetivo, pero de lo que no cabe duda es de que los que nos dedicamos por vocación a la enseñanza universitaria estamos ya muy cansados de quienes erigiéndose en defensores de no sé muy bien qué valores y desde su cómoda cátedra universitaria se dedican a enfangar más a una institución que debería mimarse y no vapulearla.

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Universidad, endogamia y otras creencias

De vez en cuando algún medio saca en portada a la Universidad. Y curiosamente siempre o la mayoría de las veces no es para ensalzar su labor, sino para destacar algún que otro de sus males. Hoy en el Diario El País, se publica una noticia en la que se pone el acento en la endogamia. Al parecer el Ministerio de Educación se ha puesto a gastar el tiempo y el dinero de todos en cuantificar cuántos profesores pertenecen a la Universidad en la que se han formado, y a eso lo califican, sin pudor, como endogamia. No seré yo la que diga que el sistema universitario es un sistema inmaculado en el que el mérito y la capacidad alcancen el sitio constitucional que le corresponde. Todos somos perfectamente conscientes de que hay muchos casos, muchos de ellos judicializados, en los que la pugna por una plaza se ha convertido en guerra cruenta que ha desgastado tanto a las personas (muchos más a ellas) como a la propia Universidad. Pero no me parece justo extender la idea de que porque un profesor se haya formado en esa Universidad ya a priori estemos ante un caso de endogamia.
A la Universidad le asolan muchos males, entre otros y el principal, si hablamos de la Universidad pública, la falta de financiación. Desde que trabajo en la Universidad no he apreciado en ninguno de los partidos que han gobernado verdadera creencia en lo que supone un buen sistema universitario. Siempre se va a lo anecdótico, sin reparar en que el germen y desarrollo de uno de los principales principios constitucionales, la igualdad, está en ella. A los que provenimos de orígenes humildes nuestros padres nos inculcaron desde bien pequeños el valor del esfuerzo. Para ellos poder enviar a estudiar a la Universidad a sus hijos era una especie de premio, que alcanzaban con mucho sacrificio. Todos los que tienen la suerte de llegar a la Universidad deberían reparar que llegan a ella no sólo por méritos propios, que también, sino porque sus padres o sus familiares han creído que esa era una buena opción para labrarse el futuro. Ojalá esto siga siendo así y no cambie nunca. La Universidad, con mayúscula, encierra todo lo que uno quiera y más.
Eso que llaman endogamia, es sólo una piedra en el zapato, pero no es el zapato.

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La Universidad como inversión

Ya sabemos que a algunos la educación les parece un gasto demasiado gravoso. No se plantean siquiera que el capital invertido en educación pueda revertir de forma sustancial sobre la sociedad que lo genera y sostiene. Para algunos la educación a la que pueda accederse debe depender de los medios que se tengan para costearla. A mayores medios, mejor educación. Parece ser que de esta opinión hay muchos, y lo peor es que muchos de los que esta opinión tienen están en los puestos de decisión.
No hay que ser muy avezado para darse cuenta que un país será más sólido y solvente si considera a la educación como uno de los servicios más importantes que debe garantizar el Estado. Mientras mejores profesores tengamos al frente de la educación desde primaria hasta la Universidad; mientras mejores medios tengan para desempeñar su labor; mientras más se invierta en investigación, mejores posicionados estaremos. La formación, en un mundo global, es lo que aporta elementos diferenciadores. La formación es un elemento competitivo en toda sociedad centrada que se precie. A mayor formación, mayores oportunidades. Eso es así. Otra cosa es que los mecanismos anquilosados de un país no hayan sido capaces de absorber e incorporar a nuestro tejido productivo tanta materia prima bien formada desaprovechada, que en muchos casos se están llevando otros Estados, sin haber invertido nada en la formación de esas personas que ahora generan riqueza para ellos.
El problema, digámoslo claro, no es lo que cuesta la educación; el problema es que no se ha sabido rentabilizar esa inversión. Y lo peor, tampoco parece que se tenga en mente revertir esta tendencia. Antes al contrario, se han lanzado a desprestigiar también la educación pública, diciendo que es cara y poco rentable. Que es mejor que cada cual pague la educación que demande. Y eso, simple y llanamente, es dejar a muchas personas, a mucho capital humano si se quiere, en términos económicos, desaprovechado. Tiene que poder estudiar todo el que quiera y demuestre que aprovecha la oportunidad que se le da. Si lo hacemos depender de los medios, entonces ya sí que en vez de estar contribuyendo al enriquecimiento de un país, estamos condenándolo al más negro ostracismo.

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Sr. Wert

Recuerdo perfectamente su etapa de opinador en los programas en que se comentaba la realidad, sobre todo política, de España. Tenía fama de moderado, aunque no hacía falta ser muy observador para detectar, tras sus argumentaciones maratonianas, qué había realmente detrás de sus palabras. Ahora, ya encumbrado al cargo de Ministro, no hace falta mirar mucho. Se retrata vez tras vez con sus ocurrentes declaraciones. Va a ser que hay todavía en usted una renuencia a dejar atrás esa etapa en que opinaba de todo por televisiones y radios; algo se le debe haber quedado, puesto que ocupando el puesto que ocupa, sigue teniendo el verbo demasiado fácil.
Probablemente ahora, usted todavía no sea consciente de que pasará a los anales de la historia de España como uno de los peores Ministros de Educación que hemos tenido. Y aunque la afirmación le parezca hosca, créame que estoy siendo muy benevolente.
No sé si usted y su equipo tiene una idea aproximada de lo que es la educación y para lo que sirve. Desde luego, no está entre sus objetivos adoctrinar (como según usted hacía la asignatura Educación para la ciudadanía), sino hacer seres humanos libres, eso que parece que a usted y a los suyos les molesta tanto. Aunque no tengan claro qué es la educación y aunque no hayan hecho un diagnóstico ni siquiera aproximado de la situación de la educación (in genere) en España, se ve que el cargo le ha tentado y ha querido experimentar lo que se siente poniendo manga por hombro todo, o cambiando todo el sistema que, claro está, desde su juicio de opinador, estaba totalmente equivocado. Y ahora resulta que después de los fuegos que está creando con su acción de gobierno, añade sus opiniones irreflexivas, más propias de platós de televisión, pues traslada lo primero que le viene en mente a su boca y pronuncia palabras que son dinamita, no sólo por la que está cayendo, sino porque en sentido estricto lo son.
La verdad es que permítame la licencia, pero no me siento a gusto con usted como Ministro. Creo que ni nos representa, ni nos entiende, ni tiene una idea aproximada de lo que debe ser una educación de excelencia. Ponerse a cambiarlo todo en algo tan delicado como la educación en un momento tan crítico como el que vivimos, dando consignas equívocas del porqué de los cambios, no hace más que aumentar la sensación de incertidumbre y desasosiego de la sociedad, de toda la sociedad, no sólo de los profesores, sino también de los estudiantes o de los padres de los estudiantes, tan extremistas, según usted, por reclamar una educación pública digna.
Sr. Wert, debo reconocer que lo prefería como tertuliano. Al menos entonces su capacidad de hacer daño era menor. Ahora, encumbrado a los altares, ha perdido el norte y allá por donde va, va aumentando la sensación de impotencia que sentimos los españoles ante gobernantes tan mediocres. Quizás, en vez de españolizar a los niños catalanes, se podría haber planteado europeizar a los niños españoles, y apostar por inventir más en educación, en una educación pública de calidad, no la que nos quieren dejar ustedes.

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Ser profesor universitario hoy

La verdad es que no sé muy bien cómo abordar el tema sobre el que hoy quiero escribir.
Puedo comenzar diciendo que me siento una privilegiada por poder trabajar en lo que considero que es mi vocación. Me gusta la enseñanza y me gusta la investigación y que pueda hacer lo que me gusta y además se reconozca como trabajo, es algo que verdaderamente suena a privilegio, más en estos tiempos.

Pero seguro que a todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria les ha llegado un momento en el que se han sentado a reflexionar sobre qué es verdaderamente lo que implica ser profesor universitario. Y más en estos tiempos, en los que sin saber muy bien a dónde nos dirijimos, nos hemos propuesto cambiarlo todo.

Hubo un tiempo en que la principal misión del profesor universitario era instruirse e investigar para poder publicar trabajos de interés para la comunidad científica y la sociedad en general y formarse lo mejor posible para poder trasladar el conocimiento a los alumnos de la forma más completa.

De un tiempo a esta parte, la Universidad del conocimiento ha ido dejando paso a otra Universidad, más centrada en la burocracia y en hacer méritos según los patrones que de fuera nos llegan. En algún momento, la Comunidad universitaria se tendrá que sentar a reflexionar sobre los cambios que está experimentado la Universidad y que no están en el Espacio Europeo de Educación Superior, que creo que es algo positivo si se sabe afrontar bien, sino que los principales cambios nos están llegando de fuera, impuestos por Agencias de Evaluación de muy diverso tipo y ámbito, que pretenden, y lo están consiguiendo, crear patrones de conducta alejados de lo que la Universidad ha sido hasta tiempo recientes.

Pareciera como si hubiera solo un camino que hubiera de transitarse por todos los que quieren lograr hacerse un hueco en la Universidad española. Sin tener en cuenta que a veces el mérito se encuentra en otros recovecos más difíciles de evaluar; que el impacto, aun pretendiendo ser elemento de lo más objetivo, también puede resultar un indicio vacuo. Y lo peor de este sistema es que está lastrando la energía de muchas personas que con verdadera vocación se encuentran prestando servicio en las Universidades españolas. En muchos casos, estos procesos selectivos o de evaluación se convierten en espirales turbias que desenfocan la lente de aquellos que no son considerados aptos para desempeñar según qué categoría en la Universidad. Pareciera que este sistema se convierte para algunos en una prueba de obstáculos que hay que superar; en una carrera de fondo con trampa puesto que la meta se va alejando a medida que uno va recorriendo el camino. Luego, como es sabido por todos los que nos encontramos en el mundo universitario, mientras que a algunos se les presumen los méritos a otros no sólo no se les presume sino que se intenta ningunearlos.

Soy consciente de que es muy difícil elegir un buen sistema de selección del profesorado. Y ello porque cuando los que deciden están dentro, en muchas ocasiones la objetividad brilla por su ausencia. La endogamia ha sido, es y será un mal endémico de la Universidad española. La cuestión es que percibo en el sistema de acreditaciones, fundamentalmente, que es el que ahora está en vigor, importantes carencias sobre todo en lo que respecta a la seguridad jurídica de los evaluados y además, un error tremendo de enfoque. Como decía, no se premia el trabajo, sino que se menosprecia alegando criterios de muy diferente tipo y muy dudosa justificación, como por ejemplo, alegar que no se ha publicado en editoriales de reconocido prestigio, cuando en las mismas editoriales han publicado otros que sí han obtenido una evaluación favorable; o percibir como demérito no haber realizado estancias postdoctorales en centros de reconocido prestigio en el extranjero, cuando en cambio otros han recibido evaluación positiva sin salir un día siquiera de España. Es todo tan relativo; o mejor, es todo tan ARBITRARIO…

Este sistema de acreditación del profesorado, con sus brechas y tropiezos, se une a la ola de desprestigio de la Universidad pública española que está encabezando el Ministro de Educación en los últimos meses. Lo último, ya saben, aumentar el número de créditos a impartir para aquellos profesores que no tengan un sexenio vivo; otra vulneración de la Constitución española (art. 9.3) y otro varapalo para la seguridad jurídica.

Con tanto bamboleo, estarán conmigo que la calma que un profesor necesita para llevar a cabo con acierto su trabajo se torna difícil de conseguir. Al final, presiento que o mucho cambia todo o la Universidad quedará reducida a una especie de educación secundaria de grado superior con carácter profesionalizante, y en el camino se habrán ido perdiendo los caracteres más definitorios durante siglos de esta institución como crisol de saberes.

Pero como me sabe mal terminar esta reflexión en términos tan pesimistas, quiero decirles que es verdad que para que esta premonición se cumpla deberían haberse vencido antes muchas voluntades, y lo cierto es que los que estamos en esta lucha, otra cosa no, pero VOLUNTAD tenemos, y mucha.

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