En una época especial en la que nos estamos “acostumbrando” a vivir mano a mano con una epidemia, no somos realmente consciente de otras epidemias que no atienden al rigor de la palabra pero que llevan mucho tiempo junto a nosotros. Silenciosas, sin hacer ruido, pero igualmente peligrosas y capaces de llevarse vidas por delante.
En los últimos años, varios estudios han llegado a la conclusión de que estamos sufriendo una revolución en nuestros niveles de felicidad, que se están desplomando de una forma como nunca antes había pasado. Parece ser que convivimos con otra epidemia, la de la tristeza, que es capaz de desconsolar nuestra vida poco a poco y sin que nos demos cuenta.
La tristeza, epidemia del siglo XXI
Todos quisiéramos ser más felices, es obvio. Pero lo cierto es que alcanzar la plena felicidad muchas veces no depende de nosotros, sino de aspectos que quedan fuera de nuestro control. Desde pequeños aprendemos a ver el mundo a nuestra manera, unos de color rosa y otros de color negro. Pero esa percepción puede ir cambiando a lo largo de la vida y el ser humano está más predispuesto a cambiar su visión para mal que para mejor.
Esto sucede porque nos dejan huella los malos momentos, las cosas negativas que nos suceden. Estas priman por encima de las pequeñas cosas reconfortantes de las que nos rodeamos, como una quedada de amigos o disfrutar de una cena con la pareja. Si a esto añadimos que el contacto físico poco a poco va desapareciendo para dar lugar a las relaciones online, donde los teléfonos móviles cada vez tienen más presencia, pues blanco y en botella.
Los estudios señalados, después de varios experimentos relacionados con la felicidad, dejaron claros resultados. Las actividades que incluyen el uso de tecnología y una pantalla están directamente relacionadas con la infelicidad. Aquellas personas que pasan más de 5 horas al día conectados tienen dos veces más posibilidades de no alcanzar la felicidad que los que se relacionan online menos de una hora diaria.
Otro de los datos sorprendentes de estos niveles revela que hay mucha más diferencias entre niveles de felicidad en adultos que en adolescentes. Los adolescentes que usan poco las tecnologías relaciónales son solo un poco más felices que quienes abusan de ellas. Quizás esto sea debido a que en estas edades se nació de la mano de estos sistemas digitales y se han interioridad. Sin embargo, los adultos, que han pasado una parte de su vida sin que existieran, ven en su desuso como una vuelta a sus orígenes, a su niñez, aumentando sus niveles de felicidad.
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