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Archivo | octubre, 2019

La resiliencia, el arte de aprender de las malas experiencias

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Seguro que a lo largo de nuestra vida todos nosotros hemos conocido u oído testimonios de personas que a pesar de haber vivido situaciones adversas o altamente estresantes que suponían un importante cambio en sus vidas como perder a un ser querido, padecer una enfermedad, sufrir una ruptura sentimental o perder su trabajo han conseguido adaptarse a los cambios. Es decir, encajarlos, superarlos y seguir viviendo incluso a un nivel superior, como si hubieran aprendido y crecido a partir de esa experiencia. A este tipo de personas se las conoce como resilientes.

Pero, ¿qué es exactamente la resiliencia? ¿Qué características tiene una persona resiliente? ¿Qué diferencia a una persona resiliente de la que no lo es? ¿Se nace siendo resiliente o se puede aprender a serlo?

La resiliencia se define como la capacidad que tienen las personas para atravesar situaciones difíciles y condiciones adversas, superarlas y salir fortalecidas de ellas. Cabe destacar que ser resiliente no significa no sentir malestar, tristeza, culpa, ira o confusión ante las adversidades, sino experimentar estas emociones sin dejar que se vuelvan permanentes o que le sobrepasen. La investigación ha demostrado que las personas resilientes conciben y afrontan la vida de un modo más optimista, entusiasta y enérgico. Son personas curiosas y abiertas a nuevas experiencias caracterizadas por experimentar un mayor número de emociones positivas. Y si bien podría pensarse que estas personas experimentan emociones positivas por el hecho de ser resilientes, se ha visto que estas utilizan las emociones positivas como estrategia de afrontamiento ante las situaciones adversas.

Por el contrario, las personas no resilientes atribuyen las dificultades a los demás, a la mala suerte o a la injusticia, de forma que no dan ningún paso para superarlas. Son personas más inflexibles a las que les cuesta adaptarse a los cambios constantes. Normalmente, no confían en sus propios recursos para superar las dificultades, por lo que consideran los problemas como amenazas con las que hay que acabar lo antes posible. Asimismo, dejan que sus emociones les embarguen impidiéndoles pensar de forma realista.

 

Cómo conseguir potenciar tu resiliencia

Mejorar las relaciones sociales: Dedicar tiempo a las amistades y tener buenas relaciones familiares con las que se pueda contar cuando se encuentre en una situación difícil.

Usar un pensamiento constructivo: Ante una dificultad, pararse a pensar: ¿Cuál es el problema? ¿Qué puedo hacer para mejorar esta situación? ¿Qué consideraría un resultado satisfactorio? Es importante interpretar las situaciones de forma realista. Es decir, no ver los problemas o las crisis como catástrofes terribles e insoportables que durarán para siempre, sino como retos a superar. Del mismo modo, nos ayudaría tener una perspectiva amplia y flexible a la hora de buscar posibles soluciones.

Plantearse metas y objetivos aceptando la realidad: Las metas establecidas deben ser realistas, pues quién se niega a aceptar la realidad nunca podrá cambiarla. Por ejemplo, ante una situación irreversible como perder a un ser querido o padecer una enfermedad crónica, la solución no puede consistir en salir de esa situación. Sería importante que empezáramos a considerar que hay situaciones que no podemos cambiar, o que de hacerlo, se necesita algún tiempo para observar los cambios. En estos casos es importante dar pequeños pasos en la dirección hacia la que se desea avanzar.

Actuar: Una vez elegidas las posibles soluciones u objetivos a conseguir es hora de actuar. No importa que al principio no se obtengan los resultados esperados, aunque si la situación se prolonga en el tiempo sería conveniente analizar qué cosas se están haciendo mal o qué más se podría hacer, y cambiar la estrategia.

Confiar en uno mismo: A veces un problema parece tan difícil de resolver que pensamos que será imposible hacerlo. Este modo de pensar puede conducir a un sentimiento de impotencia o indefensión, haciéndonos creer que no hay nada que nosotros podamos hacer para cambiar la situación en la que nos encontramos. Para evitar sumirse en esos sentimientos de desesperanza, resulta esencial confiar en las capacidades y recursos propios para hacer frente a las dificultades.

Ser optimista: Implica esperar que ocurran cosas buenas en su vida. Creer que eres capaz de controlar tu vida y llevar a cabo los cambios necesarios para que la situación mejore en el futuro.

Aprender de las adversidades: Por supuesto, a nadie le gusta que ocurran cosas malas, pero si ocurren, al menos pueden aprovecharse para aprender algo de ellas. Esto es posible si los problemas o las crisis se conciben como retos que se presentan en la vida y que empujan a sacar lo mejor de uno mismo, a ser fuerte, a pensar y buscar soluciones, a actuar. A menudo nos obligan a cambiar la forma en la que percibimos, haciendo que seamos más flexibles, maduros y realistas. También puede ocurrir que tras situaciones altamente estresantes, las personas cambien su sistema de valores o sus prioridades valorando en mayor medida a las personas que les rodean.

Entrenar la resiliencia no es fácil, implica experimentar malestar, estrés y hacer un esfuerzo consciente para cambiar formas de percibir, pensar y actuar. No obstante, con un poco de práctica y esfuerzo se puede afrontar las situaciones difíciles y aprender de ellas.

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Meriendas fáciles y bajas en calorías

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Muchos de nosotros pensamos que salteándonos alguna de las comidas, lograremos bajar de peso. Por las tardes es común sentir hambre y ganas de comer algo dulce, es tal vez una de las partes más difíciles de las dietas. Lo que hay que evitar es que, en ese momento concreto, dé ansiedad de ingerir golosinas, dulces o bizcochos. Igualmente evitar la merienda es un error, los especialistas aconsejan que hay que respetar cinco comidas al día y para cumplir con la merienda, te dejo algunas ideas fáciles y sanas que contribuyen a tu salud.

Con la merienda le aseguras a tu cuerpo los nutrientes que necesita, como calcio, proteínas y vitaminas. Si meriendas correctamente, a la hora de la cena llegarás con menos hambre y evitarás comer en forma impulsiva alimentos poco saludables. Como dije, es importante hacer todas las comidas porque favorece el funcionamiento del metabolismo, lo que significa un mayor gasto de calorías. A través del diseño de una dieta acorde a tu cuerpo, puedes distribuir los distintos nutrientes en las diferentes comidas para no pasar hambre y tendrás energía todo el día.

 

Algunos alimentos fáciles de conseguir

Opta por fruta fresca, una manzana o un plátano es muy fácil de llevar por ejemplo al trabajo y es una forma de amortiguar ese deseo de comer por las tardes. Los frutos secos también aportan beneficios, recomendado principalmente para quienes trabajan haciendo un gran desgaste mental, o para quienes después del trabajo van al gimnasio.

Aquí es importante no pasarse de la porción porque aportan muchas calorías. Algunos ejemplos son 3 o 4 nueces que hacen bien para controlar el colesterol, de 6 a 8 almendras que aportan proteínas, ciruelas, pasas secas que son más sanas que las dulces y con menos valor calórico.

También se puede acudir a las galletas o barritas integrales, también a las galletas de arroz o galletitas tipo María con una porción de 3 o 4 por persona. Aunque parezca mentira, los chocolates no están del todo desaconsejados para la merienda por tener propiedades antioxidantes. Si se come con moderación, de chocolate negro se permite comer hasta dos onzas, pero no todos los días.

Otra opción para combinar pueden ser los yogures desnatados o los batidos que aportan proteína y calcio a la dieta. Si no, siempre puedes tomar té con edulcorante. Eso sí, conviene dejar de lado el café y los zumos no naturales, pues contienen muchos elementos artificiales en su composición, como conservantes, colorantes y saborizantes.

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La furia y el éxito

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Es incómodo tener que admitirlo, pero somos seres iracundos por naturaleza.

De niño alguien me inculcó en la memoria que el que se enfada pierde, así que procuraba no enfurecerme y aún así perdía. Luego intenté competir furioso y el resultado fue el mismo. Claro, no siempre fracasaba, pero comencé a darme cuenta que la furia y el éxito tienen poco que ver.

Basta fijarse en cómo hablamos: “Este tipo tiene coraje” o “luchó con furia y venció”. Por otra parte, se asocia al miedo con la derrota y a la falta de arrojo con la cobardía y la ausencia de logros.

 

Valentía y miedo. Inteligencia y perseverancia.

En la fantasía (y en la historia), los héroes siempre son valientes, intrépidos, llenos de coraje y a veces bravucones. Los derrotados tienen miedo, dudan, huyen y se esconden. Eso ha sido siempre así.

Pero estos arquetipos de la era de las cavernas se están derrumbando. Los machos alfa podrán gustarles aún a las chicas pero, independientemente de ello, golpearse el pecho como un gorila o intimidar a los demás con despliegues de fuerza ya resulta anticuado, por no decir ridículo.

Estamos en la era de la inteligencia, de la serenidad, de la perseverancia. Vale más un tipo reflexivo y dedicado que diez heroicos gigantes con músculos como montañas, bañados en sudor y sangre y con la espada en todo lo alto.

…y la relación entre el enojo y el éxito (o el fracaso) solo tiene validez si esto influye sobre la razón, una situación que a veces sugiere la búsqueda de ayuda profesional.

El valor, pues, se ha ido redefiniendo y aunque los chicos (y algunas chicas) seguirán usando los puños, en el mundo adulto los valientes pueden ser sujetos como Einstein o Stephen Hawking o Spinoza, que han conquistado no solo mundos, sino universos enteros con la asombrosa fuerza de sus cerebros y, en muchos casos, sin levantarse de la silla.

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