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Sólo una cuestión de amor

Traducción: ROCÍO SÁNCHEZ LAJARÍN (2015)

(THOMAS (2014): “Juste une question d’amour”. Vagabondages)

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El pasado diciembre, Sarah Houghton escribía un artículo [en inglés] sobre las campañas de promoción de la Asociación de Bibliotecas de los EEUU (ALA en sus siglas en inglés) I Love Libraries [en inglés]. La idea de la asociación estadounidense es simple: fomentar el interés impulsando a  los usuarios a demostrar cuánto les gusta su biblioteca. La ALA y el New York Times crearon incluso un premio [en inglés] para recompensar a los profesionales propuestos y elegidos por los usuarios. A saber: 5000$, una placa con su nombre y un bono por un valor de 500$ para asistir a la ceremonia de entrega del premio, en Nueva York. Quizás pueda parecer que la placa está hecha para una consulta psiquiátrica, pero debe quedar impresionante en la pared de un despacho.       

Según Sarah Houghton, demasiadas autocomplacencias.

Lo importante no es saber cuánto nos quieren nuestros usuarios. Sabemos que nos aprecian, algo que se demuestra desde el tímido «gracias» a la recepción hasta las donaciones que realizan los usuarios adinerados (en Estados Unidos, los recursos propios son muy importantes para el funcionamiento de una institución). Entonces, ¿por qué hay tanto interés en recalcar y en gastar tanta energía para garantizar que la gente nos quiere? «Esta postura defensiva no nos sirve de nada», señala. «Esto no prueba en nada nuestro valor, sino que se parece más bien a un adolescente quejica que trata de convencerse a sí mismo de que es guay porque le repite a otros chicos guays: “Eh, soy guay, no, pero de verdad”».

David Lankes [en inglés] iba por el mismo camino cuando proponía, en agosto de 2012, que había llegado el momento de dejar de esforzarse por  salvar las bibliotecas. De esta manera, quería decir que había llegado el momento de dejar de quejarse, de mostrarse herido y débil; bastante hay de ese modelo derrotista. Intentemos comprender mejor las aspiraciones de nuestros usuarios, de los territorios y de las comunidades a las que prestamos servicio, para mostrarles cómo podemos ayudarles a desarrollarse y  crecer. Entonces nos apoyarán, no por obligación o por compasión sino porque reconocerán nuestro valor y nuestro interés.

Sarah continua. En su opinión, lo más importante no es intentar de forma desesperada gustar a la gente, sino simplemente ser útil a la población de la zona a la que prestamos servicio. Es nuestro trabajo, y creemos profundamente en la labor que llevamos a cabo. Creemos en el papel educativo de las bibliotecas, en su papel social, económico (¡sí, sí!) y cultural. Somos conscientes de que apoyamos la formación de los ciudadanos y también por eso luchamos contra la censura. Sabemos que ayudamos a mejorar la sociedad al buscar y favorecer formas de circulación y de apropiación de la información accesible para todos, velando por la libre circulación de conocimientos. Creemos en eso y luchamos por ello.

A decir verdad, somos nosotros y nosotras los que probablemente apreciamos más nuestras bibliotecas. ¿Y qué nos gusta más aún? Las personas. Los usuarios. Las personas y las comunidades a las que prestamos servicio. Porque es a todos ellos a quienes nos dirigimos. Por quienes hacemos todo esto. Y lo que es más importante: debemos sustituir el «Me gusta mi biblioteca» por «la biblioteca se interesa por usted». Una especie de revolución copernicana que sitúa una vez más al usuario en el corazón del sistema.

Es ahí también donde reside el futuro de nuestras instituciones. No en un edificio, ni en una colección, que al fin y al cabo no son más que herramientas. Tampoco en la ejecución de un servicio que no es más que una respuesta adecuada a una necesidad, y mucho menos —incluso si es beneficioso y a veces necesario— en el reconocimiento de los usuarios hacia nuestro trabajo.

El futuro de las bibliotecas reside en crear comunidades a las que prestamos servicio.

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