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El infierno de los comités de normalización

Traducción: JOSÉ ANTONIO CARRILLO ROJO (2016)

(Karen Coyle (2015): “The Standards Committee Hell”. Coyle’s InFormation)

 

No puedo decir que haya estado en muchos comités de normalización, pero todos ellos han marcado una época importante de mi vida. He pasado incontables horas en estos comités. No olvidemos la de tiempo que se emplea en leer correos electrónicos y en debatir pequeños detalles, como el significado de un asterisco o el lugar de una coma. Lo que siempre ocurre cuando se crean normas es que casi todo el mundo llega al trabajo con sus ideas preconcebidas sobre el que debería ser el resultado final. Da igual lo mucho que oigan (que no escuchen) las ideas brillantes y necesarias que pueden aportar algunos miembros del comité. La mayoría de los que trabajan en estos comités están tan seguros de que sus puntos de vista son los más acertados que apenas prestan atención a lo que tiene que decir el resto.

En uno de los comités en los que estuve, el que parecía ser el friki alpha de turno apareció el primer día con un documento de 30 páginas bajo el brazo. Lo puso sobre la mesa y exclamó: «Aquí lo tenéis, hecho. Nos podemos ir a casa». Sonreía, pero su sonrisa no era de las «jaja», sino más bien de las de «os he pillado». Ese comité se prolongó más de dos años, dos largos y dolorosos años en los que nunca pudimos salir del pozo sin fondo al que nos habían lanzado el primer día. En esos dos años desmenuzamos el documento original, transformamos los párrafos más esotéricos en algo que se pudiera leer y al final presentamos al mundo un documento de cien páginas que era incluso peor que el que teníamos como punto de partida. Así funciona la normalización.

«…es tan perfecto que la base del modelo podría aplicarse a todas, absolutamente a todas, las tecnologías del universo».

Un despropósito de los comités de normalización es lo que denominaré «el modelo perfecto». Solo puedo describirlo con una analogía. Pongamos que estás diseñando un coche (con un comité, claro) y que uno de los miembros del grupo es un ingeniero al que le apasionan especialmente los motores. De hecho, él (sí, hasta ahora han sido «ellos» los que responden a este perfil) sueña con el perfecto motor de combustión interna. Los fabricantes de los motores existentes ya se pusieron de acuerdo en su día sobre diversos aspectos (como la eficiencia o el ahorro) para obtener los mejores resultados. No obstante, ahora surge la oportunidad de crear la norma, esa norma que todo el mundo seguirá y que llevará a cualquier motor de combustión interna al summum de perfección y belleza. El individuo, al que llamaremos IndividuoB (dejando el IndividuoA para nosotros, quizás para el presidente del comité o, dependiendo del organismo de normalización, para el fundador del organismo e inspiración de todo lo tecnológico), ha desarrollado un nuevo motor de cuatro tiempos. Tiene la modestia de bautizarlo con un acrónimo que incluye su propio nombre. Lo llamaremos el motor 4x2IF (ingeniero famoso). Se ha perfeccionado tanto la teoría del 4x2IF como las tolerancias entre sus pistones y cilindro. Todo es tan perfecto que la base del modelo podría aplicarse a todas, absolutamente a todas, las tecnologías del universo. Como la naturaleza de este modelo es casi digna de los dioses, la terminología común se queda corta para describir sus maravillas. Quizás sería mejor no ponerle nombre ni al modelo ni a sus características. ¿Por qué no dejarlo como Yahveh (al que se puede aludir pero nunca interaccionar con él)? Para bien o para mal, los organismos de normalización tienen que describir sus normas en documentos e incluso vendérselas a los creadores potenciales del producto normalizado. Toca elegir nombres para el modelo y sus componentes. Para darle aún más importancia al modelo, eligen los términos más carentes de significado que puedan. Son tan complejos que incluso sobrecogen al lector. Fijaos en que los incultos a menudo interpretan equivocadamente la confusión como sobrecogimiento.

Aunque nuestro comité ya ha descrito el motor perfecto a través del modelo universal, el organismo de normalización vive de las especificaciones de andar por casa que les vende a las almas emprendedoras, que al fin y al cabo son las que crearán e intentarán vender los productos que tengan la certificación del Ilustre Organismo de Normalización Acreditado. Lo que esto quiere decir es que todo aquello que la norma describa tiene que empaquetarse para su venta. Si tenemos en cuenta la perfección del modelo, la caja que lo contenga no se puede quedar atrás. Sería de locos meter el fantástico motor en una caja que se asemeje a la de un horno tostador de una cadena de electrodomésticos barata. No, la caja debe tener clase, estilo y ser algo difícil de usar para que al propietario del producto final le cueste mucho saber para qué sirve cada cosa. En realidad, sería ideal que todos los usuarios tuvieran que asistir a una serie de seminarios sobre el funcionamiento del Objeto Perfecto. Hay un mercado estupendo de consultores dispuestos a encargarse de impartir estos seminarios. Normalmente serán aquellos miembros de la comunidad que no tienen lo necesario para crear el producto por sí mismos. Como dice el dicho, «quien puede lo hace; quien no, lo enseña».

La caja final también tiene que justificar el precio que los proveedores del producto se encargarán de fijar. Tiene que ser compleja, pero elegante. Te tiene que recordar el pasado al mismo tiempo que te promete un futuro incierto en el que las cosas irán a mejor. El comité del coche tiene que diseñar un chasis digno del Motor Perfecto. A los miembros del comité les encantaría que se diseñara con un material que aún esté por desarrollar. Un material que gritara «¡Mañana!». No obstante, de nuevo, hace falta venderles la idea a fabricantes reales, por lo que el comité le suma a la norma un chasis hecho de materiales de eficacia probada a los que se les tiene que dar una forma que podría ser (aunque probablemente no) lo que permitirá la tecnología futura que aún no tenemos.

«¿Y qué pasa con los niños?»

Independientemente de tu labor, no seas la típica persona del comité que pregunta: ¿Pero qué pasa con el conductor? ¿Estará cómodo? ¿Estará seguro? ¿Los niños pueden manejarlo? (Respuesta: no, cualquiera que se preocupe por el Motor Perfecto caerá en la cuenta de dejar de lado a los niños, que lo único que hacen es distraer la atención del adulto maravillado con el Motor Perfecto). Y nunca, sobre todo nunca, señales que el diseño no incluye puertas de acceso al vehículo. Está perfecto así, ¿vale? Ni se te ocurra tocarlo. Esa es la manera en la que funcionan las normas y, en definitiva, la industria de la normalización. Dicha industria existe porque la norma es tan sumamente legítima, verdadera y correcta que nadie sabe cómo sacarle partido. Y bueno, no nos olvidemos tampoco de que es una norma hecha por el Ilustre Organismo de Normalización Acreditado; nadie en su sano juicio pondría en entredicho su rigidez y verdad. Después de todo es una norma y las normas existen para cumplirlas.

«¡Ya tengo el mío!»

Otro despropósito de los comités de normalización es la existencia de uno o más miembros del tipo «Ya tengo el mío» en el comité. Estos son los individuos que ya tienen un producto de un género parecido al que la norma intenta dirigirse. Su participación en el comité se resume en asegurar que su diseño del producto sea la norma. Son muchas las variaciones que se dan de esta situación. Un comité en el que solo haya un «Ya tengo el mío» se convierte en una simple competición entre lo que se tiene y lo que no. Un comité con más de un «Ya tengo el mío» se convierte en un campo de batalla. Los que no lo tienen en este comité se podrían ir directamente a casa porque sus opiniones sobre lo que es necesario carecen de relevancia en el proceso. No haría falta que estuvieran allí, el resultado del trabajo de normalización sería el mismo. No hay duda de que son muchos los factores que determinan quién gana la batalla. No obstante, yo que tú apostaría por el «Ya tengo el mío» más grande y rico. Te será de mucha utilidad si el «Ya tengo el mío» cuenta con patentes en el área y puede soltar perfectamente (basado en hechos reales): «Créalo y nos los cargaremos con reivindicaciones de patentes».

Como el ingeniero del modelo perfecto, el «Ya tengo el mío» tiene una idée fixe. No obstante, en este caso, la idée puede que no sea perfecta, completa o incluso utilizable. Pero se observan casos así y el «Ya tengo el mío» no tiene planeado cambiar. Así, cualquier idea que no forme parte del producto del «Ya tengo el mío» se encontrará con una fuerte resistencia. En numerosos momentos de la discusión, el «Ya tengo el mío» amenazará con dejar el comité, lo que traería consigo, a su juicio, consecuencias negativas para todos. Por razones que escapan a mi entendimiento, el comité se toma en serio su amenaza y cede ante el «Ya tengo el mío». Sí, sí, aunque la mayoría de los miembros sepa que el comité iría mucho mejor sin él.

«…por mucho que se repita el mantra de que «Siempre se puede empezar desde cero», nunca empieza desde cero».

Todo ello me lleva al despropósito número 3: por mucho que se repita el mantra de que «Siempre se puede empezar desde cero», cuando un comité de normalización se encierra a sí mismo en un agujero, cuando ha tomado una dirección que sin duda no le llevará a buen puerto, nunca empieza desde cero. La norma resultante siempre se asemeja a la no-norma a partir de la cual se empezó el primer día, a pesar de sus deficiencias y errores. Esta es una de las razones por las que hay normas en los libros que se desarrollaron con mucho esfuerzo y con muchas horas de trabajo (que equivaldrían a cientos de miles o incluso millones de dólares invertidos) y que aún no se han adoptado. El sentido común permite a los individuos ajenos a la burbuja de los comités de normalización admitir que todo ello no va a ninguna parte. De ninguna manera. Ese es el mejor resultado posible; el peor, que tras un exceso de obediencia, una comunidad con mentalidad de colmena adopte las normas y lo arruine todo durante décadas hasta el comienzo de un nuevo comité de normalización.

«…podemos adoptar un nuevo conjunto de normas, pero nada va a cambiar de manera significativa».

Si piensas que el comité solucionará el problema, te sugiero que vuelvas al principio de este artículo y que lo leas de nuevo. Ahora deberías ser capaz de anticipar el despropósito número 4: podemos adoptar un nuevo conjunto de normas, pero nada va a cambiar de manera significativa. El resultado final de la aplicación del nuevo conjunto de normas tiene que ser exactamente el mismo que el resultado obtenido con el antiguo. Así, el comité puede afirmar que ha sido todo un éxito y todo el mundo puede suspirar aliviado tras seguir haciendo las cosas tal y como se ha venido haciendo, quizás con pequeñas modificaciones en la terminología y con un puñado de nuevos acrónimos.

Ahora voy a leer algunos correos más, preguntándome a mí misma: «¿Es este el momento de preguntarse qué pasa con los niños?».

 

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