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Pensar en grande

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Pensar en grande, contra lo que parece, es meditar a pequeña escala, en las minucias, en los detalles, en todas esas cosas que no queremos que se nos pasen por alto. Pensar en grande implica visualizar el objetivo final sin descuidar los puntos intermedios.

No es algo tan sencillo como parece, pues se debe tener una imagen bastante clara del destino y de las escalas, las metas parciales, los objetivos. Son bastantes los parámetros a tener en cuenta.

Mucha gente llama a esta pareja de objetivos y metas “estrategia y táctica”, ignorando que ambos procesos son parte del mismo camino: ¿Qué clase de persona vislumbra un destino sin considerar las escalas, las obligadas pausas antes de conseguir el objetivo?

Pero hay personas de todas clases. Unas piensan solo en las metas parciales y otras están obsesionadas con el resultado final, aunque no sepan qué hacer cuando lo consigan. Ese “después de…” marca la diferencia entre un estratega y un táctico, y por desgracia la mayor parte de nosotros estamos preocupados por lo que sucederá mañana y no por lo que haremos en unos años, cuando los esfuerzos cristalicen, cuando la realidad largamente imaginada se transforme por fin en un hecho.

Si nos preocupamos solo por aquellas cosas que sucederán a corto plazo, probablemente quemaremos más energías de las que tenemos y nuestros esfuerzos, aunque generosos y llenos de ambición, terminarán siendo una colección de acciones inconexas, que no llevan a ninguna parte o que no apuntan en una dirección específica. Podremos trabajar de sol a sol, pero sin un punto que marque el destino, puede que andemos en círculos y jamás avancemos, que cuando hagamos un balance caigamos en la cuenta de que estamos tan lejos del final como cuando comenzamos.

Esos pequeños logros obtenidos mientras tanto pueden deslumbrarnos, hacernos creer en el espejismo que tenemos ante nuestros ojos y, al final, dejarnos con un palmo de narices: vacíos, cansados y algo decepcionados por haber malgastado nuestro tiempo de esa manera.

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