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Archivo | 22 junio 2016

Apurando al máximo: la estrategia del desconcierto en la educación

En marzo y en abril, cuando vivíamos los momentos más duros de la pandemia, ante las críticas voraces que se le hacían al Gobierno de la nación, yo reclamaba templanza y confianza. En junio, cuando estamos a días de terminar el plan de desescalada y entrar en la confusamente denominada “nueva normalidad” considero el momento de poner de relieve algunas contradicciones, al menos aparentes, que percibo en todo lo que estamos viviendo.

Son muchos los aspectos que me desconciertan, pero hoy voy a fijarme solamente en dos. En primer lugar, en el papel que se ha dado a los menores en esta crisis. Y en segundo lugar, en el trato (maltrato) que se le está proporcionando a la educación, a todos los niveles.

Coincidirán conmigo en que los menores prácticamente han estado ausentes del debate. Al principio, se les achacó un importante factor contagiador, que ahora parece que no ha existido. Nadie ha explicado suficientemente este cambio de parecer a qué se ha debido. Luego, bastantes días después de iniciado el confinamiento se les permitió comenzar a salir, racionando en tiempo y compañía estrictamente sus salidas. Hubo un momento, tampoco bien explicado, en que la economía volvió a ser lo preponderante y la desescalada se descompresó. Ahí están las terrazas atestadas de los bares, algunas de ellas en plenos parques que continúan cerrados mientras los niños revolotean alrededor. No sé si habrá alguna explicación para que los parques continúen cerrados, mientras los bares y sus terrazas no. A lo mejor, nos merecemos alguna explicación.

Estos niños vienen además de pasar un tiempo sin estar con sus amigos, haciendo todo en casa, teniendo la escuela en casa, pero no han tenido en todo este duro periodo ningún papel protagónico. Ni siquiera ahora. Ahora parece que todo abunda en el aislamiento durante el verano. No se plantean actividades lúdicas por los ayuntamientos, no hay planes en los colegios, pese a que al principio se habló de ello, por no haber no habrá en muchos casos ni piscinas.

Y luego la educación. Es absolutamente inadmisible cómo se está gestionando por las distintas administraciones este tema. Que no haya plan a estas alturas para el próximo curso, teniendo en cuenta cómo se ha llevado a cabo el segundo cuatrimestre de este curso, ya dice mucho de todo. No se puede decir un día una cosa y al otro la contraria. Si la presencialidad máxima es lo deseable, adóptese con las debidas garantías, pero con un plan B correctamente diseñado desde el principio, porque ahora no puede decirse que un nuevo hipotético confinamiento nos pillará de improviso. Sería preciso hacer encuestas para evaluar la actividad docente del profesorado también en colegios e institutos y que los padres pudiéramos expresar nuestra opinión acerca de cómo los profesores han organizado su docencia. Porque ha sido muy desigual y no debería servir el sálvase quien pueda que han entonado muchos. Si bien la mayoría habrá cumplido con su deber, no todos lo han hecho con el mismo nivel de implicación, y entiendo que la administración educativa debería estar interesada en saberlo.

A nivel universitario, por ejemplo, en la Universidad de Salamanca, durante todo el mes de mayo hemos estado preparando una encuesta para valorar el impacto académico del COVID 19 en Estudiantes, Profesores y Personal de Administración y Servicios. El objetivo conocer debilidades y fortalezas ante un probable escenario que no permita, al menos durante el primer cuatrimestre, la presencialidad. De este estudio se pueden sacar conclusiones que tienen que traducirse en acciones que deberían adoptar los diferentes vicerrectorados para estar mejor preparados. Refuerzo de plataformas virtuales, cursos sobre competencias digitales para profesores, fórmulas de conciliación de trabajo y familia, etc. A nivel universitario se goza de una autonomía que debiera traducirse en responsabilidad. Y a estas alturas ya deberíamos haber empezado a hacer. Porque como nos quedemos a expensas de lo que quieran decirnos las administraciones públicas, vamos listos.

Está claro que la educación no ha sido hasta ahora un argumento de peso político. Los ministros del ramo Celaá y Castells no parecen estar demasiado abrumados por la situación. Pero quienes estamos en el ruedo sabemos que el próximo curso puede ser un despropósito si no se asume con responsabilidad y autonomía su organización. Veremos.

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