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Universidad de Salamanca
Blog de Antonia Durán Ayago
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La Universidad como inversión

Ya sabemos que a algunos la educación les parece un gasto demasiado gravoso. No se plantean siquiera que el capital invertido en educación pueda revertir de forma sustancial sobre la sociedad que lo genera y sostiene. Para algunos la educación a la que pueda accederse debe depender de los medios que se tengan para costearla. A mayores medios, mejor educación. Parece ser que de esta opinión hay muchos, y lo peor es que muchos de los que esta opinión tienen están en los puestos de decisión.
No hay que ser muy avezado para darse cuenta que un país será más sólido y solvente si considera a la educación como uno de los servicios más importantes que debe garantizar el Estado. Mientras mejores profesores tengamos al frente de la educación desde primaria hasta la Universidad; mientras mejores medios tengan para desempeñar su labor; mientras más se invierta en investigación, mejores posicionados estaremos. La formación, en un mundo global, es lo que aporta elementos diferenciadores. La formación es un elemento competitivo en toda sociedad centrada que se precie. A mayor formación, mayores oportunidades. Eso es así. Otra cosa es que los mecanismos anquilosados de un país no hayan sido capaces de absorber e incorporar a nuestro tejido productivo tanta materia prima bien formada desaprovechada, que en muchos casos se están llevando otros Estados, sin haber invertido nada en la formación de esas personas que ahora generan riqueza para ellos.
El problema, digámoslo claro, no es lo que cuesta la educación; el problema es que no se ha sabido rentabilizar esa inversión. Y lo peor, tampoco parece que se tenga en mente revertir esta tendencia. Antes al contrario, se han lanzado a desprestigiar también la educación pública, diciendo que es cara y poco rentable. Que es mejor que cada cual pague la educación que demande. Y eso, simple y llanamente, es dejar a muchas personas, a mucho capital humano si se quiere, en términos económicos, desaprovechado. Tiene que poder estudiar todo el que quiera y demuestre que aprovecha la oportunidad que se le da. Si lo hacemos depender de los medios, entonces ya sí que en vez de estar contribuyendo al enriquecimiento de un país, estamos condenándolo al más negro ostracismo.

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Sr. Wert

Recuerdo perfectamente su etapa de opinador en los programas en que se comentaba la realidad, sobre todo política, de España. Tenía fama de moderado, aunque no hacía falta ser muy observador para detectar, tras sus argumentaciones maratonianas, qué había realmente detrás de sus palabras. Ahora, ya encumbrado al cargo de Ministro, no hace falta mirar mucho. Se retrata vez tras vez con sus ocurrentes declaraciones. Va a ser que hay todavía en usted una renuencia a dejar atrás esa etapa en que opinaba de todo por televisiones y radios; algo se le debe haber quedado, puesto que ocupando el puesto que ocupa, sigue teniendo el verbo demasiado fácil.
Probablemente ahora, usted todavía no sea consciente de que pasará a los anales de la historia de España como uno de los peores Ministros de Educación que hemos tenido. Y aunque la afirmación le parezca hosca, créame que estoy siendo muy benevolente.
No sé si usted y su equipo tiene una idea aproximada de lo que es la educación y para lo que sirve. Desde luego, no está entre sus objetivos adoctrinar (como según usted hacía la asignatura Educación para la ciudadanía), sino hacer seres humanos libres, eso que parece que a usted y a los suyos les molesta tanto. Aunque no tengan claro qué es la educación y aunque no hayan hecho un diagnóstico ni siquiera aproximado de la situación de la educación (in genere) en España, se ve que el cargo le ha tentado y ha querido experimentar lo que se siente poniendo manga por hombro todo, o cambiando todo el sistema que, claro está, desde su juicio de opinador, estaba totalmente equivocado. Y ahora resulta que después de los fuegos que está creando con su acción de gobierno, añade sus opiniones irreflexivas, más propias de platós de televisión, pues traslada lo primero que le viene en mente a su boca y pronuncia palabras que son dinamita, no sólo por la que está cayendo, sino porque en sentido estricto lo son.
La verdad es que permítame la licencia, pero no me siento a gusto con usted como Ministro. Creo que ni nos representa, ni nos entiende, ni tiene una idea aproximada de lo que debe ser una educación de excelencia. Ponerse a cambiarlo todo en algo tan delicado como la educación en un momento tan crítico como el que vivimos, dando consignas equívocas del porqué de los cambios, no hace más que aumentar la sensación de incertidumbre y desasosiego de la sociedad, de toda la sociedad, no sólo de los profesores, sino también de los estudiantes o de los padres de los estudiantes, tan extremistas, según usted, por reclamar una educación pública digna.
Sr. Wert, debo reconocer que lo prefería como tertuliano. Al menos entonces su capacidad de hacer daño era menor. Ahora, encumbrado a los altares, ha perdido el norte y allá por donde va, va aumentando la sensación de impotencia que sentimos los españoles ante gobernantes tan mediocres. Quizás, en vez de españolizar a los niños catalanes, se podría haber planteado europeizar a los niños españoles, y apostar por inventir más en educación, en una educación pública de calidad, no la que nos quieren dejar ustedes.

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Ser profesor universitario hoy

La verdad es que no sé muy bien cómo abordar el tema sobre el que hoy quiero escribir.
Puedo comenzar diciendo que me siento una privilegiada por poder trabajar en lo que considero que es mi vocación. Me gusta la enseñanza y me gusta la investigación y que pueda hacer lo que me gusta y además se reconozca como trabajo, es algo que verdaderamente suena a privilegio, más en estos tiempos.

Pero seguro que a todos los que nos dedicamos a la enseñanza universitaria les ha llegado un momento en el que se han sentado a reflexionar sobre qué es verdaderamente lo que implica ser profesor universitario. Y más en estos tiempos, en los que sin saber muy bien a dónde nos dirijimos, nos hemos propuesto cambiarlo todo.

Hubo un tiempo en que la principal misión del profesor universitario era instruirse e investigar para poder publicar trabajos de interés para la comunidad científica y la sociedad en general y formarse lo mejor posible para poder trasladar el conocimiento a los alumnos de la forma más completa.

De un tiempo a esta parte, la Universidad del conocimiento ha ido dejando paso a otra Universidad, más centrada en la burocracia y en hacer méritos según los patrones que de fuera nos llegan. En algún momento, la Comunidad universitaria se tendrá que sentar a reflexionar sobre los cambios que está experimentado la Universidad y que no están en el Espacio Europeo de Educación Superior, que creo que es algo positivo si se sabe afrontar bien, sino que los principales cambios nos están llegando de fuera, impuestos por Agencias de Evaluación de muy diverso tipo y ámbito, que pretenden, y lo están consiguiendo, crear patrones de conducta alejados de lo que la Universidad ha sido hasta tiempo recientes.

Pareciera como si hubiera solo un camino que hubiera de transitarse por todos los que quieren lograr hacerse un hueco en la Universidad española. Sin tener en cuenta que a veces el mérito se encuentra en otros recovecos más difíciles de evaluar; que el impacto, aun pretendiendo ser elemento de lo más objetivo, también puede resultar un indicio vacuo. Y lo peor de este sistema es que está lastrando la energía de muchas personas que con verdadera vocación se encuentran prestando servicio en las Universidades españolas. En muchos casos, estos procesos selectivos o de evaluación se convierten en espirales turbias que desenfocan la lente de aquellos que no son considerados aptos para desempeñar según qué categoría en la Universidad. Pareciera que este sistema se convierte para algunos en una prueba de obstáculos que hay que superar; en una carrera de fondo con trampa puesto que la meta se va alejando a medida que uno va recorriendo el camino. Luego, como es sabido por todos los que nos encontramos en el mundo universitario, mientras que a algunos se les presumen los méritos a otros no sólo no se les presume sino que se intenta ningunearlos.

Soy consciente de que es muy difícil elegir un buen sistema de selección del profesorado. Y ello porque cuando los que deciden están dentro, en muchas ocasiones la objetividad brilla por su ausencia. La endogamia ha sido, es y será un mal endémico de la Universidad española. La cuestión es que percibo en el sistema de acreditaciones, fundamentalmente, que es el que ahora está en vigor, importantes carencias sobre todo en lo que respecta a la seguridad jurídica de los evaluados y además, un error tremendo de enfoque. Como decía, no se premia el trabajo, sino que se menosprecia alegando criterios de muy diferente tipo y muy dudosa justificación, como por ejemplo, alegar que no se ha publicado en editoriales de reconocido prestigio, cuando en las mismas editoriales han publicado otros que sí han obtenido una evaluación favorable; o percibir como demérito no haber realizado estancias postdoctorales en centros de reconocido prestigio en el extranjero, cuando en cambio otros han recibido evaluación positiva sin salir un día siquiera de España. Es todo tan relativo; o mejor, es todo tan ARBITRARIO…

Este sistema de acreditación del profesorado, con sus brechas y tropiezos, se une a la ola de desprestigio de la Universidad pública española que está encabezando el Ministro de Educación en los últimos meses. Lo último, ya saben, aumentar el número de créditos a impartir para aquellos profesores que no tengan un sexenio vivo; otra vulneración de la Constitución española (art. 9.3) y otro varapalo para la seguridad jurídica.

Con tanto bamboleo, estarán conmigo que la calma que un profesor necesita para llevar a cabo con acierto su trabajo se torna difícil de conseguir. Al final, presiento que o mucho cambia todo o la Universidad quedará reducida a una especie de educación secundaria de grado superior con carácter profesionalizante, y en el camino se habrán ido perdiendo los caracteres más definitorios durante siglos de esta institución como crisol de saberes.

Pero como me sabe mal terminar esta reflexión en términos tan pesimistas, quiero decirles que es verdad que para que esta premonición se cumpla deberían haberse vencido antes muchas voluntades, y lo cierto es que los que estamos en esta lucha, otra cosa no, pero VOLUNTAD tenemos, y mucha.

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Contra la Universidad

Dejo para otro post unas reflexiones sobre lo que significa ser profesor universitario hoy, en el actual contexto tanto económico como evaluador en el que nos hallamos sumidos.
Pero hoy quiero compartir con ustedes algunas ideas que me sugiere el Real Decreto-ley 14/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo.
Antes de llegar a él, tengo por fuerza que detenerme en las declaraciones del Sr. Ministro de Educación, verdaderas perlas, sobre su diágnostico sobre el sistema universitario español. En su opinión y basado en datos que contrastadamente no son ciertos, hay en la Universidad española un 30 % de abandono, lo que supone un gasto de 3000 millones de euros para las arcas públicas. Según la Conferencia de Rectores, la tasa de abandono es del 12 % y el 18 % restante corresponde a traslados de expedientes. Además, señala que el paro entre titulados universitarios es del 21 %, como si por tener un título estuvieran en paro y no por las circunstancias económicas que tan mal están sabiendo gestionar. No dice que entre los no titulados el paro aumenta al doble.
Luego se descuelga afirmando que en España hay demasiadas Universidades, 79, entre las que se incluyen 28 privadas cuya financiación, me parece a mí, que no depende del Estado. En España tenemos una Universidad por cada 500.000 habitante; en Reino Unido, por ejemplo, una por cada 253.000 habitantes. Y respecto a que ninguna Universidad española está en el ránking de las más prestigiosas, vuelve a equivocarse. La Conferencia de Rectores ha informado que España es la novena potencia científica mundial y la octava en publicaciones por habitante con resultados similares a Japón, y además, si se relaciona la producción científica por habitante con el porcentaje de gasto en I+D, resulta que España es uno de los cuatro sistemas más eficientes del mundo.
En conclusión, con un diagnóstico equivocado, las soluciones no pueden sino estar equivocadas. Y en este momento vamos al Real Decreto-Ley que, aparte de permitir una subida de las tasas académicas y reajustar (disminuir) las becas universitarias, carga contra el profesorado imponiendo a aquel que no cuente con un sexenio de investigación vivo la carga de impartir 32 créditos ECTS sobre los 24 anteriores a la reforma, lo que obliga al profesor a dedicar únicamente a la docencia 422 horas por curso académico, olvidando que el profesor también tiene que investigar no sólo para publicar sino para que sus clases tengan mayor calidad y que con esta carga docente muy difícilmente podrá hacerlo. De esta manera se aboca a una parte del profesorado únicamente a la docencia, sin permitirle que avance en su carrera investigadora, sin haber tenido posibilidad de elegir este camino. Lo que a la postre supone convertir un premio que hasta ahora era un sexenio (complemento salarial con repercusiones en la carrera científica) en una necesidad y el problema es que en la concesión de sexenios también puede haber intereses de todo tipo más allá de los puramente científicos. Todo esto, claro está, no va a redundar en beneficio de la Universidad española, antes al contrario.

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Racionalizar la oferta universitaria

Aparece en la prensa de hoy la noticia de que el Ministro de Educación pretende reducir la oferta de títulos universitarios que le parece excesiva. Esta noticia contrasta con otra que aparecía ayer por la que la Agencia para la calidad del sistema universitario de Castilla y León, donde es sabido, gobierna el Partido Popular, aprobaba la impartición de ocho Grados en una Universidad privada en Burgos, de nueva creación. A mí esto me parece contradictorio.
Porque si lo que vamos a hacer es reducir el número de titulaciones en las Universidades públicas, y al tiempo ir dando mayores titulaciones a las Universidades privadas, la ecuación parece que no es complicada.
De acuerdo, en que la oferta universitaria ha de racionalizarse. Pero si de lo que verdad se trata es de racionalizar, más que enviar mensajes contradictorios por parte de los dirigentes del mismo partido según donde se encuentren, quizás lo más razonable sería sentarse a pensar en una distribución racional del mapa de titulaciones, si es que es eso lo que buscamos. Si no, llamemos a las cosas por su nombre y digamos que lo que queremos también es terminar con la Universidad pública y apostar por la privada. Y entonces, cuando esa sinceridad aflore, habremos de actuar todos en consecuencia.

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Otra reforma en la Educación

Probablemente haya quien piense que España es un país serio y puede incluso que no se equivoque. Pero la percepción que yo tengo de este país está muy lejos de verlo como un país en que se hacen las cosas seriamente. Podría poner muchos ejemplos, todos ellos muy próximos y ligados posiblemente a la coyuntura tan gris que estamos viviendo, pero hoy sólo quiero detenerme en la enésima reforma de la Educación anunciada ayer por el ministro del ramo.

Quien piense que modificando cada dos por tres la Educación, ésta va a ser mejor, se equivoca. El problema que existe en España es que una cuestión tan importante como la Educación no se concibe como una política de Estado, sino que está al albur del partido que gobierne o del ministro que toque. No sé por qué reforma vamos ya en la educación en los últimos 20 años, pero han sido muchas y ninguna ha tenido la duración suficiente para comprobar si era útil. Abducidos por lo inmediato, parece que el legislador tiende a pensar que sólo con cambiar las leyes se mejoran las situaciones que regulan, y eso dista mucho de ser cierto. En la Educación se necesita estabilidad y mucho sentido común, y recuperar la cultura del esfuerzo y del trabajo bien hecho. Lo volátil de las reformas habidas anteriormente hace presagiar lo peor para ésta.

Por otro lado, que el debate de todo lo que esta reforma implica se haya centrado en la redefinición de la asignatura de Educación para la ciudadanía, dice mucho, por cierto y también, de la seriedad de este país.

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Universidad, ¿mediocridad?

Me van a perdonar si hoy me tomo la licencia de criticar algunas cuestiones del sistema universitario. No es que quiera tirar piedras contra mi propio tejado. No seré yo  quien sostenga que la Universidad está en coma irreversible y que poco o nada tiene que aportar a la sociedad de nuestros días. No acostumbro a ser tan extremista en mis posiciones. Pero lo cierto es que un poco enferma sí que parece estar la Universidad, al menos la Universidad española que es la que más directamente conozco.

Quien es ajeno al mundo universitario podría pensar que para formar parte del claustro de profesores, para impartir docencia y para investigar, únicamente hace falta tener cualidades y haber demostrado solvencia primero con el expediente académico de licenciatura y doctorado y luego con las evaluaciones que los distintos organismos evaluadores van realizando a lo largo de la vida académica de un profesor. Eso en parte es así. El problema es que no siempre los mejores están en la Universidad y que no siempre quien evalúa lo hace objetivamente.

Desgraciadamente, y aunque ha habido intentos por combatirla, la endogamia es un mal que está haciendo mucho daño a la Universidad española. Antes, con el anterior sistema de selección del profesorado, la endogamia se llevaba a cabo a un nivel territorial (colocar al de casa en casa, sin permitir que pudiera venir otro de fuera mejor; eso ni se planteaba). Ahora la endogamia es a más alto nivel, las escuelas a nivel nacional luchan por colocar a sus acólitos en los puestos de decisión (llámense ANECA o anequitas) que evaluarán positivamente a sus correligionarios y negativamente a quienes no lo son. Es triste, pero es así. Por no hablar de que en estas evaluaciones, no siempre se evalúan de la misma forma los méritos. Así, puede suceder que  lo que para unos es un demérito, para otros pueda ser percibido como algo positivo. Y no quiero poner ejemplos más concretos. Pero los tengo y todo el que trabaje en este mundo sabe a lo que me estoy refiriendo.

Con este sistema de evaluación del profesorado, el principio de mérito y capacidad no sólo brilla por su ausencia, sino que se prevarica sin escrúpulos para echar por tierra los méritos y la capacidad  que puedan tener según qué candidatos. Claro, esto tiene una trascendencia para la vida profesional de muchas personas que han hecho de la Universidad su vida. Trascendencia que también se mide por la desconfianza que este sistema puede inocular en aquellos que son maltratados por el mismo.

La consecuencia es clara. Si en vez de premiar al que trabaja, se le castiga, la Universidad pierde fuerza, pierde vitalidad, pierde ilusión. Si en vez de valorar al que trabaja, se le cuestiona, la Universidad gana en mediocridad y pierde en energía.

La Universidad española todavía es mediocre, y lo seguirá siendo hasta que el principio de mérito y capacidad, no sea sólo palabra muerta que sí, está en la Constitución española, pero bueno, ya se sabe, en la Universidad hay muchos que se creen por encima de la Constitución y de todo lo divino y humano. Y cuando eso sucede, y ya digo, sucede con bastante frecuencia, el tufillo a prevaricación tiñe de mediocridad lo que debería ser sólo y únicamente crisol de saberes.

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