Recuerdo perfectamente su etapa de opinador en los programas en que se comentaba la realidad, sobre todo política, de España. Tenía fama de moderado, aunque no hacía falta ser muy observador para detectar, tras sus argumentaciones maratonianas, qué había realmente detrás de sus palabras. Ahora, ya encumbrado al cargo de Ministro, no hace falta mirar mucho. Se retrata vez tras vez con sus ocurrentes declaraciones. Va a ser que hay todavía en usted una renuencia a dejar atrás esa etapa en que opinaba de todo por televisiones y radios; algo se le debe haber quedado, puesto que ocupando el puesto que ocupa, sigue teniendo el verbo demasiado fácil.
Probablemente ahora, usted todavía no sea consciente de que pasará a los anales de la historia de España como uno de los peores Ministros de Educación que hemos tenido. Y aunque la afirmación le parezca hosca, créame que estoy siendo muy benevolente.
No sé si usted y su equipo tiene una idea aproximada de lo que es la educación y para lo que sirve. Desde luego, no está entre sus objetivos adoctrinar (como según usted hacía la asignatura Educación para la ciudadanía), sino hacer seres humanos libres, eso que parece que a usted y a los suyos les molesta tanto. Aunque no tengan claro qué es la educación y aunque no hayan hecho un diagnóstico ni siquiera aproximado de la situación de la educación (in genere) en España, se ve que el cargo le ha tentado y ha querido experimentar lo que se siente poniendo manga por hombro todo, o cambiando todo el sistema que, claro está, desde su juicio de opinador, estaba totalmente equivocado. Y ahora resulta que después de los fuegos que está creando con su acción de gobierno, añade sus opiniones irreflexivas, más propias de platós de televisión, pues traslada lo primero que le viene en mente a su boca y pronuncia palabras que son dinamita, no sólo por la que está cayendo, sino porque en sentido estricto lo son.
La verdad es que permítame la licencia, pero no me siento a gusto con usted como Ministro. Creo que ni nos representa, ni nos entiende, ni tiene una idea aproximada de lo que debe ser una educación de excelencia. Ponerse a cambiarlo todo en algo tan delicado como la educación en un momento tan crítico como el que vivimos, dando consignas equívocas del porqué de los cambios, no hace más que aumentar la sensación de incertidumbre y desasosiego de la sociedad, de toda la sociedad, no sólo de los profesores, sino también de los estudiantes o de los padres de los estudiantes, tan extremistas, según usted, por reclamar una educación pública digna.
Sr. Wert, debo reconocer que lo prefería como tertuliano. Al menos entonces su capacidad de hacer daño era menor. Ahora, encumbrado a los altares, ha perdido el norte y allá por donde va, va aumentando la sensación de impotencia que sentimos los españoles ante gobernantes tan mediocres. Quizás, en vez de españolizar a los niños catalanes, se podría haber planteado europeizar a los niños españoles, y apostar por inventir más en educación, en una educación pública de calidad, no la que nos quieren dejar ustedes.
Sr. Wert
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