Es curioso el grado de abstracción al que pueden llegar nuestros políticos. No sirven ni las encuestas del CIS que vez tras vez muestran que los españoles percibimos como tercer problema a la clase política; tampoco, que la gente salga a la calle y pretenda rodear el Congreso pidiendo una regeneración democrática; no sirve que en las elecciones del pasado domingo haya habido muchos votantes que haya preferido no ejercer su derecho al voto; tampoco que el clamor en las redes sociales sea cada vez mayor pidiendo un cambio de rumbo; no sirve que se pida un referéndum. No sirve nada. Ellos siguen instalados en su mundo, aislados del mundo, seguros en su mundo, justificando que si ocupan el puesto que ocupan es porque legítimamente en unas elecciones democráticas, así se ha decidido. Y no les falta razón. Es verdad que son legítimos representantes porque por el pueblo han sido elegidos; pero la legitimidad no la da sólo el voto; ha de mantenerse durante toda la legislatura. El contrato programa que los políticos han celebrado con los ciudadanos no puede traducirse a papel mojado el día después de las elecciones, porque entonces estaríamos, como al parecer estamos, ante un fraude de tremenda categoría. La legitimidad democrática, por tanto, no la dan sólo los votos; también el compromiso que los partidos tienen de cumplir el programa con el que se han presentado a las elecciones.
Lejos de eso, tenemos un Gobierno que desde el primer día ha aparcado su programa y ha comenzado a destruir todo lo que tanto esfuerzo había costado construir. Con pulso firme; sin sentirse constreñidos; creyéndose acreedores de no se sabe muy bien qué voluntades, se han lanzado a demolerlo todo sin que les tiemble el pulso.
No contentos con eso, tenemos al frente del Gobierno a una serie de personas que distan mucho de ser los mejores gobernantes. Ayer, cuando una multitud clamaba fuera del Congreso y dentro se debetían esos presupuestos para 2013 en los que nadie, salvo el Sr. Montoro, cree (quizás tampoco él), éste se jactaba de que eran los presupuestos más sociales de la democracia. ¡Habráse visto mayor grado de cinismo! Y no sólo eso, como en muchas otras ocasiones, se permitía incluso hacer bromas y reírse cuando la situación no está para eso. Desde luego, si se permite ese lujo es porque a él no le están tocando de lleno esos recortes que su gobierno está poniendo en marcha.
No sé cómo puede permitirse llegar al Congreso y en vez analizar los datos que nos dicen que una de cada cinco pesonas en España vive en la pobreza y proponer un presupuesto que nos pueda sacar del ostracismo, en vez de eso, se dedica de decir vanalidades.
Más vale que él y sus compañeros se pusieran a trabajar en firme para que esta caída en picado cese y eschuchen a los que los han votado y a los que no, que algo tendrán que decir en todo esto.
Archivo | 22 junio 2016
Cuando no se quiere escuchar
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