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Archivo | 22 junio 2016

La tolerancia y los intolerantes

Desde que un partido político con ideas claramente xenófobas, homófobas, negacionistas, machistas y fascistas se empezó a hacer hueco en la sociedad española, muchas veces he pensado acerca de cómo se le están facilitando los espacios-altavoz para hacer propaganda de ideas que, en un contexto de democracia militante, no tendrían cabida.

Los medios de comunicación, incluidos los públicos, le han ofrecido un seguimiento desproporcionado a todo lo que hacen o dicen. Y lo han hecho amparándose en la libertad de expresión. Pero desde hace días, a raíz de una rocambolesca situación en este partido, una de sus exmiembros se pasea por las Universidades españolas dando conferencias. Ante esto, algunos grupos se han manifestado en contra, y las Universidades han querido lavarse las manos o se han parapetado tras la libertad de expresión.

Que el pensamiento involucionista que este partido defiende se extienda por la sociedad es consecuencia de muchos factores, pero quizás el más destacado es la caída de hombros de todos los espacios/sectores que están ocupando sin que apenas se le oponga resistencia.

Y ahí aflora la paradoja de Popper, acuñada en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, en la que considera que una sociedad que manifiesta una tolerancia ilimitada frente a los intolerantes pone en riesgo la existencia de dicha tolerancia. Esto es, que si apelamos a la tolerancia como idea máxima y sin matices, estaremos contribuyendo a que los intolerantes cada vez se hagan con más espacio público, hasta que llegue el momento en que lo ocupen y acaben con esa tolerancia.

Esto es lo que está ocurriendo. Y desde la perspectiva universitaria quizás deberíamos reflexionar acerca de lo que un espacio como este debe ofrecer a sus estudiantes y resto de su personal. Si posibilitamos que sea un espacio para que se viertan ideas que niegan la evidencia y vulneradoras de derechos, estaremos entregando nuestra conquista más preciada. La ideología por supuesto que debe estar presente. Y los debates siempre son bienvenidos, pero también deberíamos saber discriminar lo que es un debate. Y a mi juicio, quienes niegan la dignidad de la persona, según a qué grupo pertenezca, no deberían tener ni espacio ni altavoz, al menos, en las universidades públicas.

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