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Blog de Antonia Durán Ayago
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Archivo | 22 junio 2016

Pobreza, a secas

Nunca me ha gustado que se adjetive la pobreza, como si su adjetivación fuera capaz de modularla, en una especie de juego macabro en que no estoy muy segura de quién gana y de quién pierde. Estos días, cuando tanto se ha hablado de pobreza energética, cada vez que se pronunciaba el término, algo me chirriaba. Somos muy dados a ponerle nombres rimbombantes a las cosas; nos gusta vestirlas, adornarlas con vocablos que disimulen su verdadero contenido. Yo me pregunto sin embargo si es distinta la pobreza, a secas, de la pobreza energética. Quizás eso nos lleve a un análisis más profundo de por qué los precios de la energía en España están por las nubes, tanto que convierte a muchas familias en pobres, puesto que deben elegir entre comer o tener electricidad, por ejemplo. Pero a la postre, quien no puede pagar los servicios indispensables para vivir dignamente es pobre, y por mucho que se adjetive su pobreza, eso no lo hará menos vulnerable.
Hay algunas Comunidades Autónomas que obligan a las eléctricas a comunicar a las administraciones públicas con carácter previo un corte de luz, para que puedan analizar si esa persona está en situación de exclusión social. Yo me pregunto si no sería más operativo garantizar un suministro mínimo energético por ley. Sería más barato para todos, porque con los cortes y enganches, que deben abonarse además a las eléctricas, las únicas que ganan son ellas, y pierden los ciudadanos y también la administración. No puedo llegar a entender cómo nos hemos convertido en una sociedad que prioriza el respeto de los intereses empresariales antes que las necesidades básicas de los ciudadanos. Y que lo aceptemos como algo normal, connatural a la vida misma. Yo creo que esto es la señal inequívoca de que la sociedad de consumo nos ha abducido tan intensamente que ya no somos capaces de diferenciar lo que son derechos de intereses. Y eso es grave.

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