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Blog de Antonia Durán Ayago
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Archivo | 22 junio 2016

La buena educación

 

En estos tiempos que vivimos, en los que la cantidad ha sustituido a la calidad, en todos los ámbitos, yo hoy quiero romper una lanza por la buena educación. Probablemente no pueda esgrimirse ante ningún tribunal evaluador, ni dé lugar a ningún reconocimiento tangible; puede que no se cotice ni en bolsa ni en ningún otro lugar, pero es tan necesaria para poder vivir que no entiendo cómo no se hace más por promoverla y potenciarla.

La buena educación son hábitos adquiridos normalmente en el entorno familiar más cercano; la que proporcionan los padres y hermanos, los abuelos y los tíos, también los primos. La familia es la primera que debe educar en todos los sentidos, y si en ella rigen los buenos modales, normalmente el niño/la niña los irá adquiriendo. El colegio, creo, no es el sitio idóneo para enseñar buena educación ni modales, aunque ayuda a reafirmar los que ya se tienen y a corregir, si se puede, los malos hábitos. Es muy importante, por ejemplo, inocular el respeto por los compañeros y por los profesores desde bien pequeños. El respeto por el otro es básico en la buena educación. Y el saber hablar correctamente; no verbalizar violencia ni utilizar términos despectivos. Cuando se crece es necesario también ir adquiriendo patrones nuevos acordes a la edad y a los escenarios en que nos movemos. Pero sigue siendo básico siempre el respeto. El respeto por la situación del otro, por su trabajo, por su concepción de la vida. Si pretendemos que todo sea conforme a cómo lo vemos nosotros, estaremos contribuyendo a construir una concepción etnocéntrica, que a la postre nos termina aislando y empobreciendo.

Si algo queremos dejar a nuestros hijos e hijas, más que títulos, más que conocimientos sesudos ni experiencias en tropecientasmil actividades que se nos ocurran que pueden ser interesantes para su crecimiento personal, intentemos que sean respetuosos y comprensivos siempre, y cuando tengan comportamientos nobles con los otros, por más que desde nuestra visión ya curtida podamos dilucidar riesgos, reconozcámosles los buenos actos. En estos tiempos, no se cotiza ser buena persona y, sin embargo, considero que si hubiera más buenas personas este mundo que ahora tenemos sería menos injusto, más habitable y, por supuesto, más humano.

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