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Archivo | 22 junio 2016

15 M

Hoy, 15 de mayo, se celebra la festividad de San Isidro Labrador. Evoco mi infancia, cuando iba a la romería que se celebra en mi pueblo con mi familia y la alegría que se respiraba con el desfile de las carrozas y el disfrute de un día de campo compartido por todo el pueblo y vecinos de los alrededores. Desde hace dos años, a esos recuerdos, además, se ha añadido uno que tiene un simbolismo especial y que parece estar llamado a consolidarse con el paso de los años. El movimiento de los indignados que surgió ahora hace dos años en la Plaza del Sol de Madrid sólo es quizás el embrión de la lucha que se ha emprendido para recuperar la soberanía popular; esto es, para que el pueblo sea de verdad soberano, como dice la Constitución española, y pueda en consecuencia decidir cómo quiere abordar su futuro.

Es verdad que resulta complicado canalizar en el sistema democrático angosto que tenemos que pasa siempre por los partidos políticos, las formas de participación ciudadana. El artículo 6 de la Constitución española dice: “Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”. Esa “concurrencia a la formación y manifestación de la voluntad popular” y el que sean considerados “instrumentos fundamentales para la participación política” les compele a estar abiertos a lo que la ciudadanía siente y piensa; a no permanecer al margen de sus reivindicaciones y de sus necesidades. Deben ser conscientes de que la legitimidad no es un concepto estático que se refiera únicamente al momento de las elecciones y que una vez obtenida la mayoría, esa legitimidad se conserva como si fuera un derecho adquirido. La legitimidad es un concepto que debe estar construyéndose siempre. Como ya he dicho en muchas ocasiones, si el contrato programa con el que un partido se presenta a las elecciones, al día siguiente de ganarlas se convierte en papel mojado, podemos decir que ese gobierno y el partido que lo sustente carece de legitimidad, porque la legitimidad la otorga la voluntad popular y no designios divinos u órdenes metafísicas que te conminan a hacer lo que hay que hacer (ya saben, nuestro presidente es muy dado a utilizar este tipo de expresiones). Si uno no es capaz de cumplir lo que ha prometido, convoque nuevas elecciones. Lo contrario es engañar y adulterar la voluntad ciudadana que es la única que puede darle legitimidad en el poder. Por tanto, los partidos políticos son y están llamados a ser vehículos esenciales de nuestra democracia. Y está bien que así sea. Pero dotémonos de normas firmes que promuevan la democracia interna de los partidos; que eviten el sistema de cooptación; que sólo puedan estar en políticas aquellos que demuestren haber tenido un historial incólume; que hayan demostrado que saben hacer otra cosa antes de dedicarse a la política; que sólo se pueda estar en política por un tiempo determinado, y tanto cuando se entra como cuando se sale, la ciudananía tenga algo que decir respecto de estas personas que han  actuado como sus representantes; y sobre todo, que promuevan debates, que abran sus oídos a lo que dice el pueblo y que liberen a la democracia que tienen secuestrada desde hace tiempo. Deben adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas exigencias; deben contribuir a regenerar la democracia porque son parte esencial de la misma. Movimientos como el 15 M, a su manera, lo están reclamando a gritos.

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