Probablemente todos en alguna ocasión hayamos sentido la necesidad de olvidar y también en ocasiones de que nos olviden. El olvido no hace tanto estaba muy localizado y circunscrito a los sentimientos personales, pero desde que emergió la sociedad red, desde que las redes sociales desplazaron y/o complementaron a las relaciones sociales/personales ese derecho a olvidar, si es que así formulado, existe, se hace cada vez más complejo. Ayer, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaba una sentencia muy significativa, puesto que viene a reconocer que el derecho que tiene una persona a olvidar y a que se le olvide también debe ser garantizado en internet. Los datos personales, todos, le pertenecen a la persona, y como tales son disponibles por ella. Los gestores de datos están obligados a respetar la voluntad de esa persona y hacer, en la medida que de ellos dependa, que los datos personales que una persona quiera olvidar no persistan de forma perenne en la red. Porque eso haría que su privacidad se viera vulnerada y porque a la postre sería admitir que internet tiene poder para erigirse en un alter ego capaz de contribuir a perpetuar una imagen personal de uno que ya no se corresponde con la actual.
La sociedad red, de la que hablaba Manuel Castells, ha supuesto un cambio tan radical en la manera de relacionarnos; ha cambiado todo tanto en tan poco tiempo, que sólo poco a poco estamos descubriendo los riesgos que encierran todas las potencialidades que también lleva consigo esta consquista reafirmada y desarrollada en el siglo XXI. Tranquiliza saber que los gigantes informáticos, por muy poderosos que sean, no tienen el poder de suplantar lo humano. Aunque no nos confiemos.
La red del olvido
CARPE DIEM
Hace muchos, muchos años, cuando estudiaba en el Instituto recuerdo que a veces nos reuníamos en casa de mi amiga Susana para ver películas que luego comentábamos o simplemente para charlar. ¡Qué buenos tiempos aquellos, y cuántos recuerdos! En uno de esos encuentros vi por primera vez la película “El club de los poetas muertos”, que me marcó para siempre. Me encandiló la energía del profesor Keating, magníficamente interpretado por Robin Williams, y la amistad entrañable y la camaradería que existía entre los alumnos de la exigente academia Welton. Fue entonces cuando empecé a leer a Walt Whitman, y fue entonces cuando se me grabó a fuego ese lema del Carpe Diem que este inusual profesor quiso inocular a sus alumnos.
No tengo nada del Pfr. Keating, ya quisiera, pero el pasado sábado tuve la posibilidad de dirigirme a los alumnos de la primera promoción de Graduados en Derecho de la Universidad de Salamanca, y frente al pesimismo que ahora mismo impera, quise trasmitirles energía positiva, confianza en ellos mismos y les animé a que pusieran en práctica el Carpe Diem. Probablemnte no hiciera falta, porque los jóvenes saben aprovechar al máximo la vida, sacarle todo su jugo, pero a mí me pareció idónea la posibilidad de reivindicar el optimismo ante tanto pesimismo. Aquí les dejo el discurso que les leí (Graduación 26-4-2014). Espero con todas mis fuerzas que la vida les permita demostrar lo que valen. Enhorabuena otra vez, queridos alumnos, y lo dicho, CARPE DIEM!

La justicia desjuiciada
Impartir justicia es uno de los oficios más delicados y sensibles que existen. En la mano de los jueces está que los derechos de todos los ciudadanos se respeten. La justicia es, en buena medida, garante de la paz social, porque la restituye cuando se ha fracturado o su mera existencia actúa como apuntalamiento de esa paz. No es bueno, por tanto, que quienes tienen encomendada esta función, la función de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, se conviertan en protagonistas. Nunca me han gustado los jueces que gozan de la notoriedad pública que dan los medios de comunicación. Aquellos que se pasean por los platós de televisión, o conceden por doquier entrevistas. Tampoco los que utilizan casos que han estado bajo su jurisdicción como plataforma para el lanzamiento político. La justicia es algo serio, y no se puede utilizar o usar ni como trampolín ni como tapadera. Es muy legítimo que un juez se dé cuenta de que realmente sus aspiraciones no son las de impartir justicia, sino la de dedicarse a la cosa pública desde otra perspectiva, como la política, pero no mezclemos ambas, porque entonces estamos contribuyendo al descrédito de la justicia.
Un juez no puede correr el riesgo de creerse por encima de la ley. Está para aplicar la ley y debe actuar sometido a ella. Un exceso de celo, un querer hacer “justicia” sin respetar los procedimientos legales puede perjudicar tanto el caso que se está enjuciando, como a la propia justicia como institución. No contribuyamos también a que la justicia sea otra institución más teñida por la sospecha.
Justicia y política
Son ya demasiados palos de ciego los que ha ido dando Gallardón. Primero quiso privatizar los Registros, otorgando su gestión a los Registradores de la Propiedad. Parece que esa peregrina idea no prosperará, no porque el Ministro no lo deseara, sino porque al parecer desde el colectivo que iba a ser agraciado se exigía demasiado. Después vino el sonoro golpe al Estado de Derecho con la abolición de la justicia universal, antes precedido, es cierto, por la famosa ley de tasas judiciales. Ahora llega otro proyecto estrella: modificar por completo la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985. Tenía claro Gallardón, cuando llegó al Ministerio, que la consigna era dejar su impronta, no fuera que no tuviera más oportunidades de marcar con su sello el devenir de los españoles. Repárese que aunque he citado sólo algunas de sus iniciativas, no he citado una de las más polémicas: la proyectada ley del aborto… Sí, está claro, que Gallardón quiere pasar a la historia como el Ministro de Justicia que puso a la justicia al servicio del poder y la alejó de los ciudadanos. Porque en ese largo anteproyecto de Ley se dicen cosas que no están en la línea de lo que debería ser una justicia del siglo XXI. No parece que aumentar los aforamientos sea algo necesario, más en los tiempos que corren. Tampoco parece que con la consigna de combatir a los jueces estrellas, y en aras de la seguridad jurídica se otorgue la instrucción de los casos más significativos (grandes causas) a un órgano colegiado compuesto por tres jueces. No sé hasta qué punto los fines son los confesados o más bien otros. Pero lo más evidente de este anteproyecto, que tendrá que ser desarrollado por otro relativo a la demarcación y planta judicial, es que pretende alejar aún más la justicia de los ciudadanos, puesto que el conocimiento en primera instancia de los asuntos se relega a tribunales provinciales de instancia, desapareciendo toda la estructura creada en torno a los partidos judiciales.
En mi opinión, con esta proyectada reforma, la justicia se instrumentaliza aún más poniéndola a disposición del poder ejecutivo, al tiempo que se la aleja de los ciudadanos. Dicho con otras palabras, todas las reformas que se están poniendo en marcha desde el Ministerio de Justicia ahondan en la injusticia más palmaria.
Rouco y Cáritas
Si la cara es el espejo del alma, juzguen ustedes mismos. Ayer Rouco Varela, arzobispo de Madrid, se despachaba con otra de sus inmersiones en el odio, en su ya dilatada carrera hacia un cielo que no tengo claro dónde él situará. En el funeral por la memoria del expresidente Suárez dejaba caer, aludiendo soterradamente y no tan soterradamente al tema de Cataluña, la posibilidad de otra guerra civil. Y yo me pregunto, ¿es esto tolerable? Que a estas alturas, desde los púlpitos de las iglesias siga habiendo quienes se creen con derecho a lanzar proclamas, políticas o no, pero que a la postre conduzcan al miedo e inoculen la semilla del odio…
Entretanto, en el seno de esa misma Iglesia, pero con un rostro mucho más sereno; de compartir el dolor y la miseria, de saberse al lado del que lo necesita, se encuentra Cáritas. La semana pasada publicaba un informe que debería habernos puesto a todos los pelos de punta. A todos menos al Sr. Montoro, que en su camino al cielo de la recuperación anunciada, no puede consentir que le salga ningún agorero. Según él, los datos de la pobreza que publica Cáritas son estadística. Y yo me pregunto si es estadística el joven que ayer noche me encontré buscando en la basura. Todos los que vivimos en España sabemos que hay gente que está pasando necesidad. Y el Sr. Montoro y el resto del gobierno, comenzando por su presidente, no sólo debería ser consciente de ello, sino poner medios para que esta situación no llegue a más. La pobreza infantil es una lacra tan dura, tan enormemente injusta en un país que ha rescatado a bancos y que pretende rescatar ahora a las autopistas hechas por sus amigos, que como ciudadanos tenemos que rebelarnos. Rebelarnos para decir BASTA. Yo no quiero que con mis impuestos se sufrague a quien más tiene y no se ayude a quien de verdad lo necesite. Sí, seguro que más de alguno dirá que soy una ingenua. Pero ingenua o no, no quiero contribuir a seguir creando un Estado inmoral, mientras el Estado social y democrático de Derecho que todavía consta en la Constitución que es España se descompone.
Sí, señores, la cara es el espejo del alma. Rouco y otros como él que incitan al odio o que miran para otro lado para no ver la miseria. Cáritas y otras organizaciones, que saben estar a pie de campo, viviendo el día a día con quienes lo necesitan.
Dignidad, recuerdos y futuro
Varios acontecimientos de interés han tenido lugar el pasado fin de semana. Aunque parece que el protagonismo en los medios se lo haya llevado el fallecimiento del expresidente Adolfo Suárez. Sin embargo, las marchas por la dignidad que tuvieron lugar en Madrid el pasado sábado, bien merecen unas líneas. Porque aunque no pude asistir me hubiera gustado estar allí, con las cientos de miles de personas que demandaban que otro tipo de sociedad, que otro tipo de convivencia, que otro tipo de democracia es posible. La ciudadanía no está aletargada, como muchos piensan. Somos conscientes de lo que está pasando y debemos demandar nuestro papel en toda esta historia que nos están haciendo vivir.
Tuve la suerte de nacer en los inicios del cambio de la dictadura a la democracia. Aunque era muy pequeña recuerdo perfectamente la imagen de Suárez presente en la televisión a todas horas. Tanto es así que recuerdo que en el colegio, en los teatros que nos inventábamos, intentábamos imitar la voz de Suárez, tan afectada y grandilocuente. Estaba muy presentes en nuestras vidas, y gracias a su voluntad y a la de otros muchos que supieron estar a la altura, pudimos salir de un túnel para empezar a construir una democracia, que aunque formalmente ha dado sus frutos, en los últimos tiempos nos estamos dando cuenta de que el proceso no está ni con mucho terminado. Cuando se sale de una situación tan dura como fue la dictadura, el esfuerzo realizado probablemente haya hecho que los actores políticos (partidos y ciudadanía) disfruten de cierto sosiego, cuando se comprueba que hay pluralidad de fuerzas políticas, que a cada cierto tiempo hay elecciones, que cada uno puede expresar lo que piensa… Sin embargo, la transición real quedó a medias y es necesario un nuevo impulso para terminarla.
La situación ahora no es equiparable a la de hace 40 años, pero la necesidad de regenerar la democracia se ha convertido en imperativo. Veo con cierta esperanza el futuro. Afortunadamente, la dignidad no la hemos perdido, porque ni los recortes ni las políticas regresivas que está poniendo en práctica este gobierno pueden con ella.
La regresión de derechos continúa: la abolición de la justicia universal
Es curioso que en poco tiempo todo aquello de lo que podía presumir España esté siendo derruido con una indolencia que asusta. Nuestro país ha podido presumir durante años de ser un Estado comprometido con el respeto y la defensa de los derechos humanos; un Estado que se obligaba a perseguir los denominados crímenes contra la humanidad, con independencia de dónde se hubieren producido, si existía un mínimo ligamen con España. Cierto es que paradójicamente la justicia española ha sido y sigue siendo muy renuente a conocer y dirimir casos más cercanos como los que tuvieron lugar en España a raíz de la guerra civil de 1936, pero ese es otro cantar…
Lo cierto es que en los últimos años España había estado a la vanguardia en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, de un plumazo, la Ley Orgánica 1/2014, de 13 de marzo, de modificación de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, relativa a la justicia universal ha abolido la justicia universal, so pretexto de poder violentar a Estados amigos, lo que viene a dar idea de en qué alto escalón están nuestros cualificados legisladores, que someten a la camaradería la protección de derechos que deberían estar por encima de las componendas internacionales. Pero no conforme con ello, la disposición transitoria única obliga a los jueces españoles a sobreseer todas las causas abiertas bajo el amparo de la justicia universal hasta que no se acredite el principio de territorialidad, o que el responsable penal sea español, sin tener en cuenta que los procedimientos ya abiertos se abrieron en función de la legalidad vigente en su momento y que no se pueden cambiar las reglas de juego cuando el partido ya está iniciado. No importa. Aquí el Estado de Derecho está en descomposición desde hace ya tiempo, y esta ley no hace si no abundar en esta idea. La regresión de derechos continúa.
10 años del 11-M
Parece mentira que hayan pasado ya diez años. Aquel día amaneció lluvioso, lo recuerdo perfectamente. Recuerdo que estaba escuchando el programa de Iñaki Gabilondo, Hoy por Hoy en la radio. Y recuerdo las primeras informaciones que llegaban confusas y cómo poco a poco la tragedia iba tomando forma. Todos quedamos noqueados ese día. Con los compañeros comentábamos qué podía haber pasado. Era todo tan irreal. Pero pronto al dolor, al desgarro de haber sufrido un revés tan tremendo, se unió el desconcierto sobre las informaciones de la autoría del atentado. Fueron horas de estar pendiente de toda la información; de escuchar a todas horas la radio, en mi caso, la Cadena Ser, porque pronto se vio que desde el gobierno, entonces en funciones, y a tres días de las elecciones generales, ya se había tomado partido por una información que pronto se demostró que era falsa, pero que sus secuaces se encargaron de esparcir buscando con ruin desvergüenza rédito electoral en una tragedia humana tan grave como la que España acababa de sufrir.
Hoy en que se celebran esos diez años de aquel funesto día, mi recuerdo es para todas las víctimas y para sus familiares, también para aquellos que aquel día nos dejaron. Su recuerdo, desde luego, debe ser imborrable. El paso de los años sólo puede contribuir a que el recuerdo sea cada vez más intenso y también más sincero.
Hoy, desgraciadamente, también se celebran diez años de aquel otro 11-M. Ese que basado en la insidia, la mentira y la ruindad muchos han querido perpetuar también en el tiempo. En este caso, se ha demostrado que los que así obraron siguen siendo unos inconscientes o simplemente unos mentirosos.
Igualdad de oportunidades
Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, en su libro “El precio de la desigualdad”, editado por Taurus en 2012, analiza las dramáticas consecuencias que pueden traer consigo las políticas neoliberales. Aquellas que siguen manteniendo su fe ciega en que el mercado se autorregula y que la legislación de los Estados, su intervención (limitación) en la regulación de los mercados resulta contraproducente. El que los poderes democráticos de decisión hayan sido abducidos por esta idea es un hecho innegable. Sus consecuencias fatales. Lo estamos viendo. Esta crisis que padecemos no la ha generado la economía real sino la financiera. Esa economía artificial que genera dinero de la nada, de simples expectativas y que si cae se lleva por delante todo lo que encuentra. Y esa caída se ha hecho desde la connivencia de los Estados, y lo que es peor, han sido rescatados por los propios Estados con fondos los ciudadanos de a pie, esos a los que en muchos casos, ese sistema ha hecho desaparecer de un plumazo sus ahorros con las preferentes o se han visto sin casa y en la calle, por obra y gracia de un banco que los ha desahuciado, cuando no ese banco era de titularidad pública, ya saben, el famoso banco malo o SAREB.
Durante estos años de crisis hemos visto cómo la desigualdad ha ido creciendo exponencialmente en España. Hemos comprobado cómo hay muchas familias en situación de pobreza, niños que comen sólo la comida que hacen en el colegio. ¿No es un drama? Es una tragedia con mayúsculas. Y lo peor es que no hay ni un ápice de esperanza de que esto pueda ser diferente. El poder democrático no es más que un demiurgo del que se sirven los mercados para seguir profundizando en la desigualdad. Y en España que esto es así es tan evidente, que ni siquiera el gobierno se molesta en ocultarlo. Hacen una inversión millonaria en rescatar a las entidades financieras so pretexto de que está en riesgo la economía. Al tiempo, para poder lograrlo, atacan de lleno al ciudadano medio con políticas corrosivas con las que pretenden ahondar en la desigualdad. Lo que parecen ignorar estos paganos neoliberales es que tras la desigualdad no se esconde nada bueno. Y que, por el contrario, un país en el que se profundiza en la igualdad de oportunidades es un país más próspero, más sólido, mejor preparado para competir mundialmente. Tan pacatos en ideas y tan generosos de lo ajeno…
Sin memoria
Era previsible. No cabía esperar otra cosa. Hoy, en el debate sobre el Estado de la Nación el presidente ha venido a vendernos esa especie de milagro que han realizado con la Economía. Sí, Economía, así, con mayúscula, la de los grandes números; esa que afecta al sistema financiero, a la prima de riesgo, y a no sé cuántas cosas más. Sin embargo, la economía que afecta directamente a los ciudadanos y a España como país en recomposición ha estado por completo ausente de su discurso. Más allá de que seguimos teniendo una cifra de paro alarmante, que toda una generación de jóvenes está en la desesperanza, que el IVA sigue por las nubes; que los recibos siguen subiendo en progresión geométrica, a mayor velocidad que la luz, que la investigación está por los suelos, que se han cargado políticas tan importantes como la de apoyo a los dependientes; que la gente sigue siendo desahuciada, que hay que rezar para no ponerse enfermo y que si ya lo estás debes contar con medios suficientes para poder hacer frente a la enfermedad; más allá de todo eso, no hemos escuchado ni una sola palabra al presidente de en qué basa su optimismo. Ese crecimiento pronosticado del PIB no nos va a salvar de nada. Al contrario, demuestra que la economía real no se compadece con las grandes cifras. Aparte de prometer limosnilla fiscal que, por otro lado, no sé hasta qué punto en esta situación es lo importante, ¿no les parece que hubiera sido necesario que nos dijera qué planes tiene para conseguir que comience a crearse empleo? No se apuesta por ningún servicio público: ni por apoyar la educación, ni la investigación, ni la sanidad. ¿Va a permitir este gobierno que comience otra vez la especulación con el ladrillo? No sé a ustedes, pero a mí me hubiera gustado que el presidente tuviera una memoria no selectiva y se acordara de dónde venimos, no sólo de lo que hizo o dejó de hacer Zapatero, y nos dijera, una vez atravesado el cabo de Hornos, hacia dónde nos dirigimos; cuál es su hoja de ruta. No vaya a ser que nos lleve al Triángulo de las Bermudas.
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