Una encuesta es, por encima de todo, un símbolo de lo que nos importa y de lo que no.

Hoy he seguido con atención la presentación de primeros resultados del estudio de prevalencia del coronavirus en España. Este estudio se basa en una encuesta con una muestra muy grande, que permite estimar la extensión real de la enfermedad. Durante la presentación, y consultando después la información técnica, ha quedado claro que dos grupos poblacionales especialmente afectados por la pandemia se han omitido en la encuesta: personas con discapacidad, y población en centros de mayores.

Más allá de la incoherencia técnica que esto supone, lo más importante es que el mensaje, simbólicamente, es demoledor: los colectivos que más han sufrido la falta de atención, abandonados antes y durante la crisis, y que más víctimas aportan a las horribles cifras de muertos, sufren también la falta de información estadística. Y es que a fin de cuentas, en las encuestas se pregunta lo que importa y se omite lo que no, quedando así meridianamente claro qué personas y fenómenos son realmente víctimas de discriminación social, ya desde los instrumentos que supuestamente deben servir para conocerla.

En relación con la población con discapacidad, debería ser una norma, además de un mandato firme de Naciones Unidas, tomar nota de la situación de discapacidad de las personas encuestadas, en cualquier estudio. Existen formas de hacerlo sin sobrecargar el cuestionario, cuestión además que no debería ser un problema en un tema tradicionalmente relacionado con la discapacidad, como es la salud.

En relación con los Centros de Mayores, es verdad que técnicamente existe un problema, que es la ausencia de un registro estatal de este tipo de centros (cosa que no es más que la punta del iceberg de un problema mucho mayor, de ausencia de datos consolidados de servicios de todo tipo que dependen de las autonomías, y que es fruto de una galopante falta de cooperación entre administraciones), pero ello no obsta para que un número suficiente de este tipo de Centros se pudieran añadir al trabajo de campo, para ver la incidencia de la enfermedad en ellos, con las salvedades de representatividad consiguientes. No sería la primera vez que estudios rigurosos se hacen con muestreos sobre marcos poblacionales no totalmente conocidos. Ello, además de darnos información útil, mandaría un mensaje claro a los residentes en Centros, a los mayores, a las personas con discapacidad y sus familias: la Administración ha aprendido y ahora sí los tiene en cuenta.

Hay una buena noticia: quedan dos oleadas por hacer. Ojalá rectifiquen. Les ruego que lo hagan.

ahueteg

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Sociólogo, dedicado a la docencia e investigación sobre sociología, educación, salud, discapacidad y otros asuntos en relación con la exclusión social. Trabajo en la Universidad de Salamanca. Me puedes encontrar en Twitter, Facebook, Linkedin y otras redes sociales.

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