Una de las primeras películas que vi en televisión que me dejaron un grato recuerdo fue Calabuch de J. L. Belanga. Aún es fácil verla y me sigue pareciendo una película estupenda. Es la historia de un científico norteamericano que decide perderse en un imaginario pueblo español Calabuch (realmente Peñíscola), lejos del mundanal ruido,acompañado por varios personajes entrañables.
Debia rondar los 10 ó 11 años y bullía mi imaginación. Recuerdo especialmente las escenas en un faro por el que pasaban los protagonistas. El farero ocupaba un papel especial.Lo idealicé tanto que ser farero me pareció una profesión ideal. Eso de estar en un faro sin mas oficio que asegurarme que estaba encendido y dedicarme a observar el paso de algún barco en la lejanía me pareció el puesto perfecto. Allí con total libertad podria escribir, estudiar, hasta jugar al ajedrez por teléfono (como ocurre en la película). Como me gustaban las matématicas y para eso solo se necesita lapiz y papel, podria contemplar al mar con toda su furia, y eso que yo nunca habia visto realmente el mar. Con los años supe que la profesión de farero, como yo la imaginaba, habia pasado a la historia pero siempre que tengo la posibilidad de visitar un faro lo hago.
Creía que los faros solitarios ya no existian, muchos de los que he visitado son monumetos turísticos, pero estaba equivocado. En el extremo NE de Fuerteventura hay un islóte de nombre La Isla de Lobo, que tiene un faro en un lugar perdído.
Para acceder a esta minúscula isla, donde no reside nadie, se necesita una inscripción previa. Dicen que el número de visitantes está limitado así como el tiempo máximo de permanencia (4 h) pero no me ha parecido que haya un control efectivo.
Este islote recibe su nombre de las focas monje (o leones marinos) que allí se encontraban. Al parecer, ante la ausencia de población estable, era refúgio de piratas. Fue la construcción del faro Punta de Martiño en 1860 el que hizo que allí se estableciese una pequeña población que naturalmente incluía al farero y su familia. Hija de uno ellos es la poeta (o poetisa) Josefina Pla que dispone de una estátua en el islote. El último habitante de la Isla de Lobo, hasta 1968, fue Antonio Hernández Páez (Antoñito el Farero), y su familia. Aún hay inscripciones que lo recuerdan y un instituto en Corralejo que lleva su nombre.
Llegar al faro lleva algo menos de una hora a través de un camino surcado por rocas volcánicas. A lo lejos se observa oteando el horizonte el faro, aunque no es de los mejores que he visto si lo e el lugar donde se encuentra.
No había descartado trabajar alguna vez en un faro, pero aunque éste sigue funcionando, naturalmente lo hace sin farero. ¡Es el signo de los tiempos!
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