Tardígrados, mis extremófilos preferidos

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Durante años mi área de investigación era el efecto de las radiaciones ionizantes (asociada a los isótopos radiactivos, rayos X y gamma y a la radiación cósmica). La exposicion a bajos niveles de radiación  es tan natural como el aire, incluso puede que hasta beneficiosa (hórmesis). Sin embargo, la situación cambia en el espacio interplanetario donde se registran niveles de radiación no soportables de forma prolongada por los seres humanos. La radiación (ionizante) es probablemente el mayor reto al que deban enfrentarse los astronautas en un viaje a Marte. Para los astronautas de la estación espacial internacional el problema es mucho menor pues están protegidos por los cinturones de Van Allen. Estos están generados por el campo magnético terrestre que curiosamente es debido en gran medida a la desintegración de sustancias radiactivas en el interior de la Tierra.

Quizas para proteger a los astronautas de ellas, aparte de utilizar blindajes apropiados, se necesario el empleo de sustancias que los protejan de forma natural. Puede parecer fantástico pero hay un ser vivo pluricelular cuya resistencia a las radiaciones está mucho mas allá de lo imaginable: los tardígrados u osos de agua. Se supo cuando en 2007 en la sonda Foton-M3  (ESA-Rusia) una población de tardígrados deshidratados fueron expuestos a las condiciones extrema del espacio y estos además de resistir fueron capaces de conservar su capacidad reproductiva. Mas extraordinario fue comprobar que se mantuvieron vivos tras estrellarse en 2019, a 3000 km/h, la sonda israelí Beresheet contra la superficie de la Luna. Ahora mismo se está experimentando con ellos en la Estación Espacial Internacional.

Este minúsculo bichito (0.5 mm) no deja de sorprendernos: Se ha comprobado que además de soportar tasas de radiación miles de veces mayor a la que aguantaría cualquier ser humano, resisten presiones enormes (¡6000 atm!), temperaturas extremas (entre – 200 °C y 150 °C), y pueden pasar años sin ingerir agua. Científicos japoneses lograron reanimar (en 2016) a un tardígrado que había permanecido congelado durante más de 30 años.

¿De dónde viene esos poderes mágicos? Pues probablemente de una proteína que envuelve a su ADN. Así parece deducirse de la investigación de un equipo de la Universidad de Tokio que descubrió en el Ramazzottius variornatus (un tardígrado) un gen que podría ser la clave de su resistencia a la radiación. Este genera una proteína que se une al ADN del tardígrado y lo envuelve como una armadura. Al aplicarla a células humanas cultivadas en laboratorio  observaron que estas recibían hasta un 40% menos de daño por radiación y en esa idea van las investigaciones para proteger a los astronautas que emprendan largos viajes interplanetarios.

Naturalmente no son los únicos extremófilos, hay infinidad, la mayoría microorganismos. Probablemente las arqueas que eran muy abundantes al inicio de la vida en la Tierra eran extremófilas, pero eso es otra historia.

guillermo
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