“En muchas ocasiones olvidamos qué es lo que hay detrás de un nombre, cuál es su etimología. En astronomía somos especialmente propensos a ello, y no recordamos que las constelaciones tienen su propia historia, que suele estar ligada a la cultura grecolatina, al Renacimiento o al desarrollo científico-técnico de la Ilustración, con sus viajes de descubrimientos hacia el Sur.
Las constelaciones surgen como alineaciones casuales de estrellas, sin asociación física entre las mismas: ni están a la misma distancia ni tienen la misma edad, salvo excepciones. Las únicas particularidades son su proximidad angular o cercanía al proyectarse sobre la esfera celeste y su brillo, que las hace destacar sobre el resto. Sin embargo, sus peculiares formas han servido para, además de la navegación, marcar el ritmo las estaciones, dado que cada una es fácilmente reconocible y es visible en distintos momentos del año.
El poeta heleno Hesíodo, que glosó «Los trabajos y los días» en el siglo octavo antes de nuestra era, nos proporcionó numerosas pruebas de ello. Un ejemplo, extraído de su libro II, bastará:
«Cuando las Pléyades, las Hiadas y la fuerza de Orión hayan desaparecido, acuérdate de que ha llegado el momento de labrar, y así será consagrado todo el año a los trabajos de la tierra».
Homero tanto en “La Iliada” como en “La Odisea” describe o asume una Tierra plana; y una cosmología en la que el Sol, la Luna y las estrellas se mueven a su alrededor, alzándose en el Este y poniéndose en el Océano, al Oeste. Y probablemente regresando por el Norte a su origen diurno, aunque solo en representaciones ulteriores se observa de manera explícita este curioso movimiento. Cita Homero, además, a la estrella de la mañana y a la de la tarde, sin reconocer que se trata del mismo planeta, Venus; a las Pléyades y las Híades, dos asociaciones estelares; a Orión y las constelaciones de la Osa Mayor y el Boyero. Esta última incluye a la estrella más brillante del Hemisferio Boreal, Arturo. En cuanto a aquella, la Osa destaca por no ponerse nunca en el mar, y ser herramienta indispensable para marcar el norte y navegar. Esencial para Ulises y su regreso a Ítaca.
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Varios siglos después, en el tercero antes de nuestra era, el poeta Arato en sus «Fenómenos» relata cómo helenos y fenicios hacían uso de diferentes constelaciones para determinar el Norte: La Osa Mayor en el primer caso (denominada Hélice), tal y como hizo Ulises, y la Menor en el segundo (Cinosura, según el poema). Tales de Mileto, en el siglo sexto, ya había introducido la constelación de la Osa Menor, según Calímaco, y recomendó su uso para la navegación, al contener el Polo Norte verdadero (o estar más cerca de él, ya que la posición varía con el tiempo, debido al efecto denominado “precesión de los equinoccios”).
Poco después cuenta Eratóstenes, o probablemente un autor posterior que utilizó su nombre, en la obra «Catasterismos», que tanto las Híades como las Pléyades son grupos de hermanas que sufrieron variados avatares. Y de hecho, son dos asociaciones estelares, esta vez sí, con relaciones físicas entre las estrellas que contiene cada una de ellas: las pertenecientes a cada conjunto se formaron a la vez a partir de la misma nube de polvo y gas, y sus respectivos miembros podría decirse que son mellizos: de la misma edad pero distintos entre sí. Sin embargo, las estrellas que dan forma a la constelación de Orión, que domina el cielo otoñal, no tienen más relación entre ellas que el encontrarse proyectadas hacia la misma dirección en la esfera celeste. O al menos eso se creía hasta muy recientemente.
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Durante el verano sobresale, entre otras, Perseo. Y con esta constelación, la lluvia de estrellas característica del mes de agosto, denominadas perseidas. La historia de este héroe de la mitología griega está marcada por el destino, por la profecía. Hijo de Danae y de Zeus, y nieto del rey de Argos Acrisio, debía dar muerte a éste y sucederle. Uno de los cuadros más famosos de Tiziano corresponde al momento en el que es engendrado por el señor de los olímpicos, convertido en lluvia de oro, tal vez una de las pinturas más sensuales del Renacimiento. Ciertamente su historia es triste, en la cual las luchas fratricidas, los desamores, las conspiraciones y los celos, a escala humana y olímpica, se suceden sin cesar. Es también un relato épico, en el que Perseo mantendrá combates singulares, y dará muerte a monstruos supuestamente imbatibles, como fue el caso de Medusa, quien convertía en piedra a quien la mirase directamente a los ojos. Sin duda, es una epopeya tan reseñable como «La Odisea», con un protagonista igualmente inteligente, pero probablemente de valor más arrojado. Porque Perseo nada tiene que envidiar a Ulises, mejor conocido. Sí, una verdadera tragedia griega, aunque curiosamente no parece haber sobrevivido ninguna con esa temática, aunque sí una comedia de Calderón de la Barca: «Andrómeda y Perseo». En cuanto a la constelación en sí, sobresale durante las noches de otoño en el hemisferio norte, aunque debido a su declinación, es visible también en otras épocas desde esas latitudes.
Sería posible recorrer una a una las constelaciones clásicas visibles desde el hemisferio septentrional y contar todos los catasterismos asociados. Sin embargo, baste aquí con los ejemplos incluidos.
Cayo Julio Higino, un esclavo liberto del emperador Augusto de posible origen hispano que vivió en torno al cambio de era, proporcionó numerosos ejemplos en su «Poeticum astronomicum», aunque la autoría de este texto y de «Fabulae» no está completamente clara. Es una de las fuentes principales y en ocasiones única sobre mitología y astronomía. Algo más de un siglo después, Claudio Ptolomeo describiría 48 constelaciones en su «Almagesto».
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Así, la esfera celeste nos relata múltiples historias: no solo astronómicas, también sobre la evolución filosófica, desde el mito hasta la ciencia; la exploración del planeta y la política de expansión comercial e imperial; los avances científicos; y fuente de inspiración literaria y artística. Es, en definitiva, un mapa intelectual en el que se ha perfilado el desarrollo del pensamiento y, sobre todo, de la cultura”.
El autor del texto anterior es David Barrado Navascues. Si quieres saber mucho mas sobre el origen de los nombres de las constelaciones y sus mitos te recomendamos veas ( https://youtu.be/C8NlQRKy0JE) la conferencia que ha impartido en la exposición La astronomía en tiempos de Abraham Zacut, patrocinada por la Unidad de Cultura Científica. Recordamos que la exposición se puede visitar hasta el 28 de enero de 2024 en la Sala de la Columna del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca.
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