Hace algún tiempo tuve la oportunidad de pasar tres semanas en Groenlandia, la mayor isla del mundo con un tamaño (2.1 millones de km2) cuatro veces más grande que la península Ibérica, con una población que no llega a 60000 habitantes. Tenía interés en conocerla desde que visité Islandia hace pocos años. En Islandia me encontré con un paisaje en formación, donde el volcanismo se mantiene muy activo, que no debía diferir mucho del que tenía la Tierra hace 4000 millones de años. Groenlandia, a pesar de estar a sólo unos centenares de kilómetros de Islandia es un mundo completamente diferente. La geología de Groenlandia es de las más antiguas de la Tierra. Gran parte de su territorio pertenece al periodo geológico conocido como eón Arcaico, con el que se designa el tiempo trascurrido desde la formación de las primeras rocas hace unos 4000 millones de años hasta hace 2500 millones de años. Por tanto, no es extraño que allí se hayan encontrado las rocas más antiguas de la Tierra con 3800 millones de años (En Australia se han podido encontrar pequeños cristales llamados circones de más 4200 millones de años). Entre estas rocas, en un lugar denominado Isua, se han observado los primeros indicios de vida.
La edad de la Tierra se estima en 4550 millones de años, pero no se conservan rocas hasta 600 millones de años después. Esto es así pues en las primeras etapas de la formación de la Tierra esta estuvo sometida al impactos de meteoritos que convertían esta en una bola incandescente. Así permaneció durante los primeros cientos de millones de años. A esas altas temperaturas no podía existir el agua líquida y la vida era imposible. Al pasar los años, ese mundo abrasador se fue enfriando. El agua, que hasta entonces era vapor, se condensó formando océanos. Pero seguía siendo un mundo excesivamente caliente con una atmósfera rica en metano y CO2 que producía un intenso efecto invernadero. La aparición de las cianobacterias, capaces de absorber CO2 y liberar oxígeno (proceso conocido como fotosíntesis), contribuyó a disminuir el efecto invernadero y por consiguiente también la temperatura, esto permitiría el desarrollo de la vida.
Cuando desde el avión empecé a ver la costa groenlandesa observé enormes extensiones de hielo que parece recubrirlo todo. Aterrizé en Narsak, el aeropuerto estaba prácticamente sobre el mar, frente al glaciar de Kiagtût Sermiat. El aeropuerto lo habían construido los norteamericanos como nudo de comunicaciones durante la Guerra Fría. Era un ejemplo más de la tierra tan inhóspita en la que me iba a encontrar, donde los árboles son prácticamente inexistentes. No tenía nada que ver con otros viajes que había realizado. Los hoteles sólo se encuentran en un reducido número de poblaciones que son a las que normalmente van los escasos turistas. Si de verdad se quiere conocer el país para hospedarse hay que recurrir a albergues o tiendas de campaña. Sólo existen carreteras dentro de las escasas poblaciones. Para comunicarse entre ellas hay que utilizar el barco o el helicóptero. Es una incomodidad que se ve sobradamente recompensada con un paisaje deslumbrante.
Las primeras noticias que se tienen de Groenlandia proceden de Erik el Rojo, quien llegó allí desde Islandia a finales del siglo X, aunque años antes habían llegado los inuit (o esquimales) a través de Canadá. Se encontró con un paisaje verde, y le puso el nombre de “Grønland” que significa Isla verde (otra hipótesis dice que le puso este nombre para incitar la inmigración desde Islandia pero no la creo, es que la costa sur groenlandesa en esa época y ahora es realmente verde). Comprobaría que ese color verde sólo se mantenía unos meses para convertirse en invierno en un mundo helado. La caza de las ballenas y de las focas capturadas en al estaciones estivales utilizando kayak conservadas en el hielo permitían hacer frente a la dura estación invernal.
Groenlandia en sus cuatro quintas partes es un gigante casquete helado llamado Inlandsis. En la parte central llega a tener un espesor de 3 km. El Inlandsis constituye, después de la Antártica, la mayor reserva de agua dulce del mundo (casi el 10%). Su fusión haría que la superficie del mar se elevase algunos metros. Enormes glaciares arrastran el hielo hacia el mar. Una pequeña lancha nos acercaba a los frentes de algunos glaciares desde donde observamos como caía el hielo en los fiordos formando icebergs, de pequeño tamaño (unos pocos metros) en el Sur y de tamaño gigante en el Norte. Cuando nos desplazábamos en pequeñas lanchas rápidas estas con ayuda de un radar los iban esquivando. Cuando el viendo era intenso la navegación se paralizaba.
El Inlandsis, según muestran las fotos tomadas por satélites, ha reducido su tamaño en los últimos años probablemente a causa de un incremento de temperatura. Frente a un hermoso glaciar el guía que nos acompañaba nos indicaba que hasta hacía poco tiempo había zonas por donde podían atravesar los caribúes. La mayor velocidad de desplazamiento del glaciar lo agrietaba, haciéndolo intransitable. Se podría interpretar como una consecuencia del aumento de temperatura.
El hielo de Groenlandia es una extraordinaria fuente de información que nos permite conocer mucho del pasado de la Tierra, y estudios recientes confirman claramente que se está derritiendo. La lluvia arrastra lo que en ese momento hay en la atmósfera. Al caer sobre un manto helado va formando finas capas de hielo que se van depositando unas sobre otras, cada capa contiene datos de la época en la que se originó (partículas con distintas composiciones, polen, distintos isótopos de oxígeno y del carbono que permiten conocer la temperatura). Por eso, cuando se hace un sondeo penetrando en el hielo y se saca un bloque de hielo, se obtiene una muestra del pasado de la Tierra. Las muestras de hielo abarcan unos centenares de miles de años, un periodo relativamente corto en términos geológicos pero inmenso comparado con la vida humana. A través del análisis de estos testigos helados se ha podido comprobar como la temperatura del planeta ha ido pasando de periodos cálidos, como el que ahora vivimos, a otros fríos. Esto se debe a la variación de inclinación que va experimentando el eje terrestre (unos 20 grados sexagesimales en ciclos de 41000 años). Al aumentar la inclinación el efecto de las estaciones es más acusado. Esto unido a otros efectos causa los períodos glaciares. La situación sería mucho peor si la Tierra no tuviese la suerte de estar orbitada por su satélite la Luna que reduce sustancialmente el efecto de la inclinación. Sin la Luna el eje terrestre oscilaría de forma caótica y como consecuencia de ello el clima experimentaría variaciones extremas, y tal vez no existiría la vida tal como la conocemos.
En este momento estamos en un periodo interglaciar. La última glaciación terminó hace unos 12000 años. Sólo el sur de Europa se mantuvo libre de hielo. Los homo sapiens que habían empezado a penetrar desde África en el sur de Europa casi se extinguen en el periodo álgido que se alcanzó hace 18.000 años. La llegada del buen tiempo hace unos 10000 años favoreció la aparición de la agricultura entre el Tigris y el Éufrates.
Por causas naturales La Tierra experimenta pequeños cambios de temperatura en periodos relativamente cortos. Por ejemplo: cuando Erik el Rojo se estableció en Groenlandia la temperatura era excepcionalmente alta (Periodo cálido medieval) pero 4 o 5 siglos después entramos en la llamada Pequeña edad de hielo ( del siglo XIV hasta mediados del XIX) y Groenlandia se hizo inhabitable excepto para los excepcionalmente adaptados intuís
Si el ciclo normal ocurrido en los últimos cientos de miles de años se repitiese, que sería la evolución natural, la temperatura media del planeta empezaría a bajar muy lentamente (centésimas de grado por siglo) hasta que dentro de unas decenas de miles de años se produzca una nueva glaciación, en la que gran parte de Europa se cubriría de hielo incluida España, en particular la Meseta y los Pirineos. Europa se convertiría en algo parecido a lo que hoy es Groenlandia. Salvo cambios tecnológicos gigantescos a los hombres no nos quedaría otro remedio que volver a África, aunque probablemente el Sur de Europa seguiría siendo habitable.
Esto es lo esperable, pero otro efecto contrapuesto y de mucha más rapidez nos lleva a una situación impredecible. Me refiero al incremento de temperatura atribuido a un aumento del CO2 y del metano en la atmósfera, liberado en gran medida como consecuencia de las actividades humanas, en particular por la combustión del petróleo, carbón y gas. En cierto sentido, pudiera parecer deseable estas emisiones pues estarían retrasando la llegada de la siguiente glaciación. El problema que se plantea es que el clima pertenece a un fenómeno físico caótico, por lo cual pequeñas variaciones en los parámetros que lo definen originan efectos impredecibles. Confiar en que el efecto invernadero globalmente tenga consecuencias beneficiosas sería jugar a la ruleta rusa.
Los peores augurios pronostican que el siglo XXI la temperatura media del planeta puede llegar a aumentar tres grados y vamos hacia ello. Esto es muchísimo, por ejemplo: la diferencia de temperatura entre periodos glaciares e interglaciares es de unos cinco grados. Pero cien años, que es un suspiro en la historia de la Tierra, en términos humanos parece un tiempo muy largo. Por ello se percibe como algo lejano y siempre estamos dispuestos a retrasar la toma de medidas realistas.
Se trasmite la falsa idea de que eliminando los combustibles fósiles y utilizando solo las llamadas energías renovables pararíamos el proceso. El problema es mucho mas complejo (hace poco se ha publicado un estudio del CSIC de que solo en España los molinillos de viento matan a casi millón de murciélagos, con el desequilibrio ecológico que ello conlleva) , como puedes leer AQUÍ .
Si de verdad se quiere afrontar el cambio climático deberemos abandonar creencias que tienen más que ver con la fe que con el método científico. Como dudo de ello lo más probable es que nos sigamos cociendo a fuego lento y la biodiversidad siga disminuyendo.
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