Salir del armario

“Salir del armario” es una expresión que puede ser empleada para explicar el paso adelante, hacia la presencia social, de personas o grupos sociales tradicionalmente discriminados, es decir, maltratados. “Salir del armario” es lo que hicieron las mujeres a través del movimiento feminista en la Europa del siglo XIX, las minorías raciales en los Estados Unidos a mediados del siglo XX, las personas homosexuales en tiempos recientes, y es lo que están haciendo ahora, y en los próximos años, las personas con discapacidad. “Salir del armario” en fin, consiste en dejar atrás un tiempo largo de invisibilización, ocultación, maltrato, cuando no eliminación, de determinadas personas por el simple hecho de ser como son.

Hace menos de 100 años entendíamos como natural que las mujeres no tuvieran derecho al voto, hace 50 nos parecía lógico que los negros ocuparan la parte trasera del autobús, hace menos de 20 años creíamos bueno que los homosexuales no pudieran casarse, hoy en día aún nos parece bien que las personas con discapacidad no estudien donde lo hacen las demás personas, no trabajen, o incluso si las detectamos a tiempo, no nazcan.

La restricción arbitraria de derechos a determinadas personas es la expresión más clara de nuestra forma de vivir en sociedad, que desde la noche de los tiempos deja atrás a algunos, para que otros tengan ventaja, ¿le suena?: varones, blancos, heterosexuales, fuertes, inteligentes… somos, por así decirlo, el grupo privilegiado, y nos cuesta renunciar a ciertas ventajas construidas socialmente.

Pero al igual que hemos aprendido que nuestro comportamiento como sociedad hacia determinadas minorías ha sido injusto, lo tendremos que comprender ahora con las personas con discapacidad. La aceptación de las personas con discapacidad en la sociedad en condiciones de igualdad y en ausencia de discriminación es finalmente un proceso de cambio social largo, duro, doloroso, pero imparable.

Y como todo proceso de cambio social, llega mucho antes al discurso público que al comportamiento privado. Difícilmente es posible encontrar hoy en día una declaración pública o una ley que discrimine abiertamente a las mujeres, a las minorías étnicas, o a los homosexuales o a las personas con discapacidad. Pero eso no significa que la lucha contra la discriminación haya tenido éxito.

Si nos fijamos en indicadores clave como el nivel de pobreza, el acceso a la salud o a la educación, comprobamos que aquellas personas que tradicionalmente han sido objeto de exclusión social, la siguen sufriendo en mayor o menor medida, es decir, eliminar la discriminación en las leyes o en las columnas de los periódicos está bien, pero no basta.

La discriminación de las personas con discapacidad se construye fundamentalmente en la vida cotidiana, y es ahí donde se sitúa el gran reto de la inclusión social. Dentro de la población con discapacidad, además, existen grupos especialmente expuestos a discriminación, en concreto el de las mujeres con discapaciad intelectual.

Desde hace años, sabemos que el éxito de la inclusión social de cualquier persona en riesgo de exclusión se puede lograr a través de apoyos en diversos ámbitos, pero sin duda el más importante es la inserción laboral. La participación en el mercado de trabajo, tener un empleo en definitiva, es la estrategia más eficaz y valiosa para la inclusión social, y es por ello que el acceso al empleo de las personas con discapacidad (y especialmente de las mujeres con discapacidad intelectual) es, además de necesario, una cuestión de justicia social.

(Publicado en El Día de León el 7 de agosto de 2016)

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Sociólogo, dedicado a la docencia e investigación sobre sociología, educación, salud, discapacidad y otros asuntos en relación con la exclusión social. Trabajo en la Universidad de Salamanca. Me puedes encontrar en Twitter, Facebook, Linkedin y otras redes sociales.

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