Cuidado con lo que esperas, nos sea que se cumpla

Narra el poeta Ovidio en “Las metamorfosis” el mito de Pigmalión, rey y escultor que creó a Galatea, estatua de una mujer hermosa que le enamoró perdidamente, a tal punto que la diosa Afrodita se apiadó de él, y dio vida a la estatua. Podría decirse que Galatea, por el deseo de Pigmalión, cobró vida. El pasaje de Ovidio ha inspirado el nombre de un hallazgo revolucionario de la ciencia social de nuestro tiempo: nuestras expectativas hacia los demás, sean estas cuales sean, pueden influir en el comportamiento. Si a esta relación se añaden elementos clave como la autoridad, o el afecto, las expectativas se convertirán en un arma poderosa para modelar la conducta de quienes nos rodean, o más aún, de quienes de nosotros dependen. Es lo que se ha dado en llamar “efecto Pigmalión”.

El efecto Pigmalión se da de manera permanente en la vida cotidiana, consciente e inconscientemente, voluntario en ocasiones, no buscado las más de las veces. En sentido positivo, pero también en negativo. Si se reflexiona un momento al respecto, es fácil recordar momentos en los que hemos sido capaces de influir en el comportamiento de los demás a partir de lo que esperamos de ellos (sea esto mucho o poco), y al contrario, nos hemos visto impulsados o inhibidos para actuar, en función de lo que creemos que de nosotros se espera. Fundamentalmente en la niñez, y muy especialmente en el entorno familiar y en aquellos otros donde se encuentra sustento, afecto, intimidad, pero también autoridad y límites, vamos adquiriendo lo que se conoce de manera amplia como “cultura”, y que no es otra cosa que el conjunto de valores, normas, códigos, costumbres y demás elementos que configuran el mundo humano, social, que comprendemos y en el que nos relacionamos cotidianamente.

La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en su artículo 2, establece que por “discriminación por motivos de discapacidad” se entenderá cualquier distinción, exclusión o restricción por motivos de discapacidad que tenga el propósito o el efecto de obstaculizar o dejar sin efecto el reconocimiento, goce o ejercicio, en igualdad de condiciones, de todos los derechos humanos y libertades fundamentales en los ámbitos político, económico, social, cultural, civil o de otro tipo. Cualquier discriminación por motivos de discapacidad, queda prohibida en los Estados que ratifiquen la Convención, como es el caso de España, conforme al Artículo 5. La experiencia de discriminación, la toma de conciencia de la población con discapacidad de encontrarse en una situación de desigualdad arbitraria, está en la base del nacimiento del conocido como Modelo Social de la discapacidad, en cuyo entorno han surgido avances legislativos de gran calado como es la propia Convención, en contraposición con la visión eminentemente biológica o médica de la discapacidad, que ha predominado en el diseño y la gestión de servicios y sistemas de apoyo modernos. Desde el punto de vista del Modelo Social la discapacidad se crea socialmente.

Comprender la discapacidad como un hecho social tiene sentido dado que ésta toma una dimensión claramente social, como producto de la interacción entre las personas y su entorno. Es en este contexto, en el que la discapacidad es contemplada como un hecho social. Dicho de una manera simple, y regresando al “efecto Pigmalión” la discriminación por discapacidad ocurre cuando ante una persona con discapacidad (o mejor dicho alrededor de ella, de su pasado, presente y futuro), construimos una serie de expectativas, usualmente muy mermadas “culturalmente”.

Afortunadamente, cada vez resulta más sencillo presentar evidencias que ayudan a demostrar hasta qué punto la discapacidad se construye socialmente, de manera arbitraria, interesada e injusta. Hoy sabemos, entre otras cosas, que las personas con discapacidad tienen un acceso muy limitado a los estudios, al mercado de trabajo, o a la vida independiente, aun cuando su configuración física (corporal, funcional) no justificaría tal situación. Por ejemplo, la tasa de analfabetismo de la población con discapacidad que no tiene dificultades para aprender, triplica la del resto de la población. Estos y otros hechos, no pueden explicarse si no consideramos que nuestra sociedad, y quienes la conformamos, construimos con nuestras expectativas, relaciones y comportamientos, un mundo “menor” a las personas que a nuestros ojos, son diferentes, se alejan de lo normal o esperamos que no den para más.

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Sociólogo, dedicado a la docencia e investigación sobre sociología, educación, salud, discapacidad y otros asuntos en relación con la exclusión social. Trabajo en la Universidad de Salamanca. Me puedes encontrar en Twitter, Facebook, Linkedin y otras redes sociales.

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