Sobre el asesinato machista

Resulta tan difícil erradicar de nuestra sociedad la discriminación de las mujeres, porque nos cuesta reconocerla. La cultura machista en la que vivimos es tan presente, tan constante y tan difícil de explicar, como el agua para el pez. No resulta extraño pues encontrarnos en situaciones cotidianas en las que cualquiera defiende con naturalidad un trato de igualdad hacia hombres y mujeres en el acceso al empelo, o en las consecuencias de los crímenes. Nos encontramos entonces con la trampa de la igualdad, que es más dramática cuanto más grave es el asunto en el que se refleja, el peor de ellos, el asesinato machista.

Igualdad no significa igualar. Igualdad significa tener las mismas oportunidades, lo que precisamente es no tratar a todos igual, sino tratar de manera favorable a quienes padecen desventaja, ya sean mujeres, u otros grupos discriminados. Por eso hay becas para estudiantes sin recursos económicos, por eso hay plazas de parking para personas con movilidad reducida, y por eso debe haber leyes que favorezcan y protejan a las mujeres, y penen de manera extraordinaria a los varones que las agreden. Nuestra sociedad debe proteger especialmente a las mujeres, porque las maltrata especialmente. Eso es igualdad. Y por eso eliminar las penas agravantes por asesinatos machistas sería un error descomunal.

En realidad hay muchos tipos y grados de asesinato que ya hemos aceptado culturalmente como el de la nocturnidad o la alevosía, y el de género es un agravante más, cuyo rechazo no es más que una prueba de su necesidad. Es un agravante cuando se da de varones hacia mujeres, y no al contrario. El asesinato tiene su pena, el machismo la suya, y no conviene confundirlas. Cuando un hombre mata a su esposa, la mata y además abusa de su posición de dominio. Cuando una mujer mata a su esposo, lo mata y punto. Son cosas distintas y deben tener penas distintas. El valor de la vida es el mismo, pero el delito es distinto.

Matar es matar, y matar a tu esposa es matar con agravante machista. No es lo mismo que matar a tu esposo, es peor: es el final de un camino de abuso de poder que empieza años atrás, en un contexto el que la mujer es más débil, no biológica, sino socialmente. Y del que, por tanto, somos parte y somos cómplices. El asesinato machista es el resultado de un fracaso colectivo, basado en la superioridad construida de un grupo privilegiado: los varones, sobre las mujeres. Si no lo entendemos, no lo penamos. Y si no lo penamos, no lo cambiamos.

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Sociólogo, dedicado a la docencia e investigación sobre sociología, educación, salud, discapacidad y otros asuntos en relación con la exclusión social. Trabajo en la Universidad de Salamanca. Me puedes encontrar en Twitter, Facebook, Linkedin y otras redes sociales.

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