B.F. Skinner, un destacado conductista, no propuso una teoría de la personalidad en el sentido tradicional, como lo hicieron otros psicólogos conductistas como Watson o Pávlov, en lugar de ello enfocó su atención en el condicionamiento operante, un proceso de aprendizaje en el que las conductas se modifican a través de recompensas y castigos. Skinner argumentaba que la personalidad se desarrolla a través de la interacción con el entorno y la influencia de las consecuencias de nuestros actos. Su teoría es importante en la actual psicología científica y experimental, el condicionamiento operante y su análisis de la conducta clínica, la conducta verbal aplicada a la clínica aplicada a las actuales técnicas terapéuticas. Pero tiene aspectos discutidos y difícilmente aceptados por la psicología que debe de ser científica pero también humanista, centrada en la persona humana.
“El pensamiento occidental ha puesto de relieve la importancia de la dignidad del individuo. Las filosofías democráticas de gobierno basadas en los derechos del hombre han afirmado que todos los hombres son iguales ante la ley, y que el bienestar del individuo es la meta del gobierno. En filosofías religiosas similares, la plegaria y la salvación se han dejado en manos del mismo individuo más bien que en las de una instancia religiosa. La literatura y el arte democráticos han dado más importancia al individuo que al tipo y, a menudo, se han preocupado por aumentar el conocimiento y comprensión del hombre acerca de sí mismo. Muchas escuelas de psicoterapia han aceptado la filosofía de que el hombre es dueño de su propio destino. En la educación, planificación social y otros muchos campos, el bienestar y la dignidad del individuo han recibido un trato prominente.
La eficacia de este punto de vista difícilmente puede negarse. Las prácticas con él asociadas han fortalecido al individuo como miembro activo y productivo del grupo. El individuo que se afirma a sí mismo es alguien para quien el medio ambiente social es especialmente reforzante. El medio ambiente que ha caracterizado al pensamiento democrático occidental ha tenido este efecto. Este punto de vista es particularmente importante en contraste con el control despótico y sólo puede, de hecho, comprenderse en relación con tal control. El primer paso en el contra control de una instancia poderosa consiste en fortalecer al controlado. Si no puede hacerse entender a la instancia gubernamental el valor que el individuo tiene para la propia instancia, debe hacerse al individuo consciente de su propio valor. La eficacia de esta técnica resulta evidente en el hecho de que los gobiernos despóticos han sido finalmente contra controlados por individuos que actuaban solidariamente para construir un mundo que consideraban más reforzante y en el hecho de que las instancias gubernamentales que reconocen la importancia del individuo han llegado, con frecuencia, a ser poderosas.
Por tanto, el uso de conceptos como libertad individual, iniciativa y responsabilidad han sido considerablemente reforzados. Sin embargo, cuando interrogamos a la ciencia no encontramos un apoyo demasiado sólido para el punto de vista occidental tradicional. La hipótesis de que el hombre no es libre es esencial para la aplicación del método científico al estudio de la conducta humana. El hombre interior libre al que se consideraba responsable de la conducta del organismo biológico externo, no es más que un sustituto precientífico para los tipos de causas que se descubren en el curso de un análisis científico. Todas estas causas posibles radican fuera del individuo. El mismo sustrato biológico viene determinado por hechos anteriores en un proceso genético. Se encuentran otros hechos importantes en el medio ambiente no social y en la cultura del individuo, en el sentido más amplio posible. Todo esto es lo que conduce a que el individuo se comporte como lo hace. No es responsable de ello, y por tanto, no tiene objeto alabarlo o condenarlo. No importa que el individuo pueda controlar por sí mismo las variables, de las cuales su propia conducta es función, o, en un sentido más amplio, llevar a cabo la planificación de su propia cultura. Hace esto solamente porque es producto de una cultura que genera autocontrol o planificación cultural como una forma de comportamiento. El medio ambiente determina al individuo aunque éste altere el medio ambiente.
Esta primordial importancia del medio ambiente ha sido reconocida muy lentamente por quienes están interesados en cambiar la suerte de la humanidad. Es más eficaz cambiar la cultura que el individuo porque cualquier efecto sobre éste se perderá cuando muera. Dado que las culturas sobreviven durante períodos más largos, cualquier efecto sobre ellas es más reforzante. Existe una distinción similar entre la medicina clínica, que se ocupa de la salud del individuo, y la ciencia de la medicina que se ocupa de mejorar las prácticas médicas que finalmente afectaran a la salud de millones de individuos. Probablemente, aumentará la importancia que se dé a la cultura, a medida que se vaya poniendo en claro la importancia del medio ambiente social para la conducta del individuo. Por tanto, podemos considerar necesario cambiar una filosofía que pone su acento sobre el individuo por otra parte que ponga relieve la cultura o el grupo. Pero también las culturas cambian o perecen, y no debemos olvidar que han sido creadas por la acción individual y que sobreviven sólo debido a la conducta de los individuos.
La ciencia no coloca al grupo o al Estado por encima del individuo, o viceversa. Todas estas interpretaciones se derivan de una desafortunada imagen del lenguaje, extraída de ciertos ejemplos importantes de control. Al analizar la determinación de la conducta humana escogemos, como punto de partida, un eslabón notable dentro de una larga cadena causal. Cuando un individuo manipula, de modo visible, las variables de la cuales la conducta de otro individuo es función, decimos que el primero controla al segundo, pero no preguntamos quién o qué controla al primero. Cuando un gobierno controla visiblemente a sus ciudadanos, consideramos este hecho sin identificar los acontecimientos que controlan al gobierno. Cuando el individuo se halla fortalecido como una medida de contra control, podemos, como en todas las filosofías democráticas, pensar en él como en un punto de partida. No obstante, en realidad no tenemos ninguna razón para atribuir a alguien o a algo el papel de primer móvil. Aunque es necesario que la ciencia se autolimite al estudio de fragmentos seleccionados dentro de una serie continua de hechos, cualquier interpretación debe aplicarse, en definitiva, a la serie completa.
Aun así, la concepción del individuo que se desprende de un análisis científico resulta desagradable para la mayoría de quienes han sido fuertemente afectados por las filosofías democráticas. Siempre le ha correspondido a la ciencia el desagradable papel de echar por tierra las tan estimadas creencias sobre la posición del hombre en el universo. Es fácil comprender por qué los hombres se adulan, con tanta frecuencia, así mismos, ya que caracterizan el mundo de forma que les refuerce, al proporcionarles evasión de las consecuencias de la crítica o de otras formas de castigo. Pero aunque la adulación fortalece temporalmente la conducta, es discutible que tenga cualquier valor final de supervivencia. Si la ciencia no confirma las suposiciones sobre la libertad, iniciativa y responsabilidad de la conducta del individuo, estas suposiciones, en el fondo, tampoco serán eficaces ni como mecanismos de motivación, ni como metas en la planificación de una cultura. Es posible que no renunciemos fácilmente a ellas, y puede que, de hecho, consideremos difícil controlarnos a nosotros mismos o a los demás hasta que se hayan desarrollado otros principios. Pero probablemente el cambio tendrá lugar. De esto no se sigue que los nuevos conceptos serán necesariamente menos aceptables. Podemos consolarnos con la reflexión de que la ciencia es, después de todo, un proceso acumulativo de conocimiento que se debe solo al hombre, y que la mayor dignidad humana puede consistir en aceptar los hechos de la conducta humana, independientemente de sus implicaciones momentáneas”.
Burrhus Frederic Skinner (1904-1990), Psicólogo estadounidense, Profesor de la Universidad de Harvard.
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