La bruja que hacía feliz

[Este cuento toma como base La psicologa en el que se  introduce algunas variantes. Actualizado. Diciembre 2022]

Sentí una extraña sensación ¡No era para menos! Era el final de un tortuoso proceso que había iniciado hacía casi tres años. Junto a mí estaban el juez, el alguacil, el forense y un hombre que conocía hacía poco, de nombre Greg. Observábamos cómo el sepulturero iba despedazando los ladrillos que resguardaban el nicho. Yo permanecía absorto rememorando las circunstancias que me habían llevado a esta situación.

La mujer junto a cuya tumba me encontraba entró en mi vida el 7 de marzo de 2019 a las 16:10, una fecha y hora que nunca olvidaré. Correspondía al momento en el que estando en la sala de espera de la psicóloga Elsa, escuché mi nombre. Me había costado dar aquel paso, consideraba que los psicólogos eran la versión moderna de los chamanes y de los curas. Años de soledad me habían hundido en una profunda depresión. Desde la primera vez que la vi experimenté un impacto emocional, mi ánimo empezó a mejorar rápidamente. Elsa era absolutamente excepcional, como pude comprobar pocas semanas después. Era argentina (eso me dijo), y hacía poco que se había establecido en mi ciudad.  La relación profesional se convirtió en una relación sentimental y en pocos meses compartíamos no solo el apartamento sino la vida.

Yo era un matemático, realmente un aprendiz, con más amor por las matemáticas que talento. Mi especialidad era la Teoría de los Números. Hacía años que había perdido la inspiración, aunque realmente nunca tuve mucha. Me sentía como Godfrey Harold Hardy, un célebre matemático inglés más conocido por haber traído a la civilización (la Inglaterra de 1914) a Srinivasa Aiyangar Ramanujan, un excepcional matemático indio.  Ramanujan no había recibido instrucción formal en matemáticas y sin embargo había descubierto o redescubierto casi 4000 fórmulas. Es uno de los hechos que me hacen pensar que los matemáticos descubrimos, no inventamos, las leyes matemáticas. Éstas están ya escritas en la naturaleza. Una civilización extraterrestre inteligente llegaría a las mismas leyes que nosotros. Ramanujan debería estar muy convencido de ello pues decía que estas fórmulas le eran reveladas por Dios, era como un Mozart de las matemáticas, con la diferencia que no tuvo un padre que lo instruyese.

había escrito un librito, A Mathematician’s Apology, en el que cuenta lo mal que se sentía al comprobar que con los años había perdido la inspiración. Pocos años después de escribirlo murió de melancolía, tras varios intentos de suicidio. Mi situación era parecida, con la diferencia de que yo era un matemático mucho menos brillante que Hardy y, aunque depresivo, no tenía intención de suicidarme.

La entrada de Elsa fue un revulsivo en mi vida. Ella escuchaba con atención mis explicaciones sobre los problemas en los que estaba elucubrando y casi sin dame cuenta me hacía comentarios que en muchas ocasiones me llevaban a la solución. Volví a escribir artículos como nunca lo había hecho. Estaba tan absorto en mis elucubraciones matemáticas que no era consciente de lo que estaba sucediendo: Elsa era psicóloga, sobre matemáticas debería tener unos conocimientos elementales, quizás algo de estadística y, sin embargo, en pocas semanas estaba hablando conmigo como si fuese una matemática especializada en Teoría de Números. Mis sorprendentes progresos, no los habría hecho sin ella. Para mi Elsa era mi Ramanujan. Quise que firmásemos conjuntamente los artículos; se negó rotundamente y amenazó con abandonarme si la incluía. Creo que fue la única ocasión en la que me hizo un reproche. Nunca discutía y su carácter apenas fluctuaba. Como he dicho: era una mujer auténticamente excepcional.

Un día le conté que mi sueño era resolver la “Conjetura de Goldbach” que dice: Todo número par mayor que 2 puede escribirse como suma de dos números primos. [Recuérde que un número primo es aquel que solo es divisible por sí mismo: 2, 3, 5, 7, 11,….]. Utilizando dos números primos aparentemente podemos obtener cualquier número par; por ejemplo 4 se obtiene sumando 2 y 2, 6 sumando 3 y 3, 8 sumando 5 y 3.  Se ha podido comprobar con computadoras que al menos el primer quintillón de números pares verifica esta propiedad; pero ¿podemos asegurar que así ocurrirá hasta el infinito? Este problema, sorprendentemente simple de enunciar, fue planteado en una carta que el matemático prusiano Goldbach escribió a un matemático genial Euler, allá por 1742. Casi trescientos años después nadie había conseguido demostrar si esta conjetura es cierta o falsa. Elsa se mostró muy interesada por el problema. Empezó a proponerme ideas y yo, un matemático mediocre, sentía que me iba aproximando a la solución. Siempre me había llamado la atención la obsesión de matemáticos geniales capaces de aislarse durante años por resolver un problema, como Andrew Wiles que consiguió resolver el Último teorema de Fermat  o Grisha Perelman que lo hizo con la Conjetura de Poincaré. Pero ¿cuántos habrán fracasado en su intento?

Un día sucedió lo inesperado: Elsa, que rebosaba salud y energía, sufrió un súbito ataque cardíaco del que no se repuso. Desde ese momento empecé a ser consciente de lo poco que sabía sobre ella cuando para poder enterrarla no conseguí contactar con ningún familiar ni con nadie que me pudiese aportar información sobre su identidad. Examiné su computador y su móvil, esperando encontrar información que me pudiese resultar útil; no encontré nada. Internet tampoco me fue de gran ayuda. Todo lo que encontré era lo que aparecía escrito en el sitio web donde anunciaba sus servicios como psicóloga.

Caí en una profunda depresión. Mi inspiración se desvaneció. Fui plenamente consciente de que era Elsa quien había escrito mis artículos, mi vanidad me había impedido verlo. ¿Por qué había desaparecido de mi vida? Quizás no quería ver cómo me marchitaba mientras ella seguía siendo eternamente joven. O quizás solo me había preocupado porque ella resolviese mis problemas y no yo por resolver los suyos, aunque nunca me lo manifestó.

Pasó el tiempo, la desaparición de Elsa, además del profundo dolor que me causaba, era para mí un enigma ¿Quién era Elsa? Pasaba horas navegando por Internet esperando encontrar un atisbo que me permitiese conocer la verdadera Elsa. Un día descubrí que el buscador permitía encontrar personas a partir de fotos. Pero, carecía de fotos de calidad de ella, siempre se había mostrado reacia a que se las tomase. Cuando estaba a punto de darme por vencido, encontré en internet una noticia pasada sobre el descifrado de un antiguo lenguaje, aparecía ella junto a un hombre que se identificaba como Michael Ventris. La noticia era de hacía más de 20 años y ella era igual a la que conocí, no parecía haber envejecido en esos 20 años. Le envié un correo electrónico a Ventris acompañado de una foto de Elsa, donde le preguntaba si la conocía y le informaba de que había muerto. No recibí respuesta, pero un par de días después alguien tocaba en mi despacho, era Ventris pero muy envejecido. Corroboró que la persona de la foto correspondía a la que había sido su pareja, pero su nombre no era Elsa, ni era argentina, para él era Elizabeth Montgomery norteamericana. Debía expresarse en inglés y en español como si fuesen sus lenguas nativas. Había perdido el contacto con ella y desde entonces la buscaba. Me contó que era filólogo de lenguas clásicas, que estaba obsesionado el descifrar el lenguaje minoico lineal A, su padre había descifrado el lineal B.  Finalmente había conseguido hacerlo, aunque realmente fue Elsa quien lo hizo y le convenció de que había sido él. Eso me sonaba.

Conseguimos que un juez ordenase una nueva autopsia sobre la muerta. Allí estábamos ante el nicho de Elsa. Al abrir el ataúd comprobamos que estaba vacío.

Días después me empezaron a llegar correos electrónicos felicitándome por haber resuelto la conjetura del Goldbach.  Comprobé que alguien había subido a https://arxiv.org/  un artículo firmado por mí que de forma elegante resolvía la Conjetura de Goldbach, convirtiéndose así en el Teorema de Goldbach-Sanchov (mi apellido).

Nunca volví a saber nada de ella, pero nunca la olvidé. Estaba convencido que seguía viva haciéndole la vida feliz a alguien ¡aunque solo fuese por un tiempo!

Años después en la obsoleta tele de la habitación de mi residencia, vi que en “Series de otra época” aparecía el nombre Elizabeth Montgomery. Me sobresalté, era el mismo nombre que mi Elsa tenía cuando estaba con Ventris. Elizabeth era la bruja Samantha, en la serie Embrujada, que con solo mover la nariz hacia que se hiciesen realidad los sueños del anodino Darrin.

El primer apellido de Elsa era Vedoira y recordé algo que en su momento no le di importancia. Vedoira significa en gallego “meiga esbelta, agradable en el trato que posee facultades adivinatorias y es capaz de contactar con el mas allá”.  Me quedó claro que Elsa o Elisabeth era una bruja ¿qué otra cosa podía ser? Jamás se enfadaba, no me reprochaba nada, y, para colmo, me había hecho feliz y convertido en el matemático que había resuelto un problema ante el cual los mejores habían sucumbido.

***

Años después un dicharachero anciano les contaba a las enfermeras de la residencia que había resuelto la “Conjetura de Goldbach” y les aclaraba que realmente lo había hecho Elsa que era una bruja.   Todas conocían la historieta y habían acabado sabiendo lo que era la Conjetura de Goldbach. En internet decía que era uno de los desafíos matemáticos sin resolver, pero ¿quién hacia infeliz al divertido anciano?

Alguien llamó a la puerta de la residencia, era una mujer mayor que conservaba rasgos que delataban la belleza de su juventud.

Las enfermeras quedaron atónitas cuando dijo que su nombre era Elsa y preguntaba por Pedro Sanchov.

 

Residencia de Ancianos Luz divina, 15 de diciembre de 2052

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