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Universidad de Salamanca
La felicidad en la Historia (FELHIS)
Blog de divulgación del proyecto «La felicidad en la Historia: de Roma a nuestros días. Análisis de los discursos»
 
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Reseña de Una filosofía del miedo, de Bernat Castany Prado

MARTA MARTÍN DÍAZ

Bernat Castany Prado, Una filosofía del miedo. Barcelona, Anagrama (Argumentos), Finalista del Premio Anagrama de Ensayo, 2022, 368 páginas, ISBN 978-84-339-6482-3.

A Jeremy Pacheco Ascuy
que vio Lucrecio y dijo “para mi amiga Marta”
(demostrando así que, sin habérselo leído,
él ya pone en práctica la teoría de este libro).

En los últimos tiempos, nuestro mercado editorial se encuentra viviendo un momento feliz en lo que a la publicación de libros sobre escuelas filosóficas grecorromanas y la aplicación de sus ideales a la vida contemporánea se refiere. Además, estos libros se encuentran dirigidos al gran público, pero no por ello son obras laxas en su rigor científico; cumpliendo rigurosamente, a través de esta accesibilidad, su cometido. Asimismo, en la mayoría de las ocasiones estos libros provienen del ámbito anglosajón. Ejemplos de ello, por mencionar solo algunos, son el Cómo ser un epicúreo. Una filosofía para la vida moderna de Catherine Wilson (2020, Ariel) (cuyo subtítulo traducido al español pierde, en mi opinión, el espíritu originario, más pegado a la propia manera helenística de entender el epicureísmo de la propuesta de Wilson: The Ancient Art of Living Well) o el tándem de John Sellars Lecciones de estoicismo. Filosofía antigua para la vida moderna (2021, Taurus) y Lecciones de epicureísmo. El arte de la felicidad (2021, Taurus). Este ultimo reseñado hace unos meses en este mismo blog. Así como las celebradas reediciones del trabajo de Martha C. Nussbaum, entre las que aquí se debe destacar La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística (2021, Paidós), donde Nussbaum formula la dimensión terapéutica y práctica de las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma.

Por tanto, en este contexto de obras traducidas, es de celebrar un libro como el de Bernat Castany Prado, que fue finalista del premio Anagrama de Ensayo 2021. Aunque su directo título, Una filosofía del miedo (sin ningún otro tipo de subtítulo o añadido), pudiera hacer pensar que poco tiene que ver con la felicidad, su búsqueda o su obtención, lo que en él hace Castany Prado es, precisamente, acercarse a la definición de esta y su consecución por la vía del análisis de todo aquello que nos impide llegar a ella en nuestros tiempos. De este modo, presenta un modelo cercano al de la escuela filosófica a la que más recurre a lo largo del ensayo: la epicúrea, cuyos dos pilares estructurantes para el buen vivir (o sea, el vivir feliz) son, precisamente, la aponía (ἀπονία) y la ataraxia (ἀταραξία). Esto es, la ausencia de dolor corporal y la carencia de preocupaciones y temores mentales, respectivamente.

A su vez, el tetraphármakon (τετραφάρμακος, «remedio en cuatro partes», del que se habló a propósito del título original del libro sobre el epicureísmo de John Sellars) del discípulo de Epicuro Filodemo de Gádara ofrece, precisamente, cuatro estrategias contra el miedo, como Castany Prado señala a lo largo del ensayo (especialmente en la p. 94): no temer a Dios ni a la muerte, saber que lo bueno es fácil de conseguir y lo terrible fácil de soportar (Papiro de Herculano 1005, 4.9–14). Asimismo, como hace el también epicúreo Lucrecio en su poema De rerum natura, el autor enfatiza así la necesidad de reflexión y conocimiento para enfrentar los miedos, propios e impuestos, de la vida contemporánea (cf. el episodio, repetido hasta cuatro veces a lo largo del poema–1. 146-8, 2. 59-61, 3. 91-3, 6. 39-41– de Lucrecio que presenta a unos niños aterrados en la oscuridad, a quienes la luz no salvará del miedo, sino el entendimiento de la naturaleza de las cosas a través de la doctrina de Epicuro, y las sábanas antibalas de los hijos de Castany Prado, a quienes dedica el libro).

El ensayo se encuentra dividido en cuatro partes, precedidas de un breve prólogo (pp.13-17) en el que se expone la génesis del libro: una alumna interesada en la cuestión del miedo y la ascesis del valor pidió a su profesor, el propio Castany Prado, más información sobre el tema; tras recibir un correo lleno de recursos bibliográficos al respecto, dejó de acudir a aquella clase. El autor busca así resarcirse y dar una mejor respuesta, por lo menos algo más satisfactoria, que la que en aquella ocasión ofreció. Estas cuatro partes se subdividen, a su vez, en distintos epígrafes de sugerentes títulos, que presentan varios aspectos del tema general a tratar en su respectiva sección.

El ensayo se desenvuelve con un tono narrativo, en el que destaca el uso de la primera persona del plural, en el que las anécdotas y episodios personales del autor se entremezclan con lecturas filosóficas (de Aristóteles, Epicuro, Lucrecio, Séneca, Spinoza, Nietzsche, entre muchos otros) y literarias (empezando, prácticamente, con Homero–p. 23–, y pasando, por mencionar algunos, por Petrarca, Louisa May Alcott, Vicente Huidobro, Roberto Bolaño…), así como diversas referencias mitológicas (por ejemplo, la espada de Damocles que encontramos en el prólogo), para desarrollar ideas propias ajustadas a sus tiempos y, a partir de ellas, presentar sus propuestas.

En la primera parte, ‘Luz de gas’ (pp. 21-76), Castany Prado define el concepto de miedo a ser explorado a lo largo del ensayo, y enarbola para combatir contra sus muchas caras una defensa de la imaginación (en una línea bastante deleuziana). Respecto a esta imaginación, no obstante, el autor adopta un enfoque asimismo similar al de Lucrecio, puesto que advierte que también puede convertirse en una herramienta para hacer cre(c)er esos (falsos) miedos. Sobre todo, en lo que respecta a la muerte: «la muerte es siempre la misma. Lo que nos aterra son los añadidos de nuestra imaginación», sentencia Castany Prado en las pp. 59 y 60.

El ensayo procede con una segunda parte, ‘Vivir me mata’ (pp. 79-140), donde se explora el miedo como elemento metafísico, y la manera en la que este ha sido utilizado por las religiones regladas en diversos momentos de la Historia para controlar a la población a través de pulsiones negadoras. Este tipo de miedo ha pasado en la actualidad a ser un elemento fundamental de la última versión globalizada del capitalismo en la que vivimos: «Si Dios ha muerto, todo vale… dinero», como reza el epígrafe de la página 133. Castany Prado propone en esta sección una transvaloración de conceptos tan naturales como la muerte (a través del acercamiento a escuelas filosóficas como la epicúrea) para creer y aceptar el mundo en el que vivimos, sin temerlo, en las circunstancias socioeconómicas en las que nos encontramos.

La tercera parte, ‘Odiseo antitheos’ (pp. 143-273), es la más extensa del ensayo. En ella el autor muestra cómo el miedo impide acceder a una existencia plena, esto es, a una vida buena. Por tanto, en esta parte central del ensayo, la felicidad es planteada, ahora ya de manera explícita (no como negación o ausencia de, como había ocurrido hasta esta parte del libro). Sus distintas identificaciones (la felicidad como placer, potencia o serenidad) son exploradas a través de diferentes éticas (pp. 225-226, p. 234). Entre estas éticas sobresale, de nuevo, la de la escuela epicúrea, y su concepción del miedo como enemigo del placer (entendido este placer como ausencia de dolor y preocupación, como se ha señalado arriba): «Epikouros, en griego, significa “el que socorre”. Así que el epicureísmo es un “socorrismo”, moral y político» (p. 264). Aunque los fragmentos de Epicuro, maestro fundador de la escuela, son fundamentales para presentar y (re)construir esta ética, destaca la importancia dada a los testimonios de sus discípulos romanos, principalmente a Lucrecio y su De rerum natura, pero también en menor medida, puesto que su obra no se centra en dar a conocer la doctrina epicúrea, sino que simplemente esta permea su poesía, a Horacio.

Finalmente, tras haber definido el miedo, la manera en la que este ha actuado y actúa como medio de sumisión para la población, y cómo esta situación impide alcanzar una felicidad de dilatada concepción en nuestro presente, la cuarta y última parte (pp. 277-354), ‘Ampliación del campo de batalla’, funciona como recapitulación del ensayo; ofreciendo así, sin denominarse como tal, las conclusiones de este. El autor enfatiza aquí la necesidad de combatir el miedo como un problema colectivo, no individual, y tener en cuenta su dimensión política (p. 351). Para ello propone una vuelta a las virtudes humanísticas presentadas a lo largo del ensayo (la delimitación propia, la aceptación de la delimitación de la naturaleza, la contención, la amistad, etc.), opuesta a la mercantilización de la realidad al capital. Asimismo, enarbola una defensa de la libertad, entendiendo esta como una condición de posibilidad que cuando es mantenida al nivel individual ayuda a que los demás también puedan disfrutar de ella.

En Una filosofía del miedo, Bernat Castany Prado ofrece un interesante análisis de la situación contemporánea del vivir con miedo para poder comenzar a imaginar y elaborar un presente y un futuro en el que la felicidad (colectiva, ampliamente definida y no aquella que nos intenta vender el modelo capitalista actual) sea la norma y no la excepción. Para ello, recurre a una vasta tradición filosófica y literaria, que hilada con su propia experiencia vital y múltiples anécdotas, hace que la lectura sea instructiva a la par que amena. No obstante, el hecho de recurrir a las mismas escuelas filosóficas en diferentes capítulos y epígrafes del ensayo (principalmente a la epicúrea y a la estoica) hace que, en algunos momentos, el libro resulte algo repetitivo. Sin embargo, como el propio Epicuro pregonaba, la repetición es un elemento fundamental para el aprendizaje y la memorización. Por lo que tomaremos este hecho como una licencia más del propio Castany Prado para seguir al filósofo fundador del Jardín.

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Clásicos grecolatinos para evitar el colapso

Clásicos grecolatinos para evitar el colapso

ARIADNA G. GARCÍA

Nuestra sociedad está desvinculada de los tópicos grecorromanos. En un mundo hedonista como el que vivimos, ¿a quién le importa el tempus fugit, el beatus ille, el ubi sunt? o el memento mori? El único tema por el que sentimos cierta afinidad es el célebre carpe diem, porque da en la diana de los deseos. Y es que en el fragor de nuestro narcisismo a nadie le interesa que le hablen del fin, de la caducidad o de la pérdida. No obstante, nos ha tocado crecer en un periodo de cambio que nos va a exigir —en un futuro próximo— muchas renuncias en beneficio propio y del planeta, ya sean voluntarias u obligatorias.

La evidencia científica ha demostrado que el sistema capitalista, nuestro actual modelo económico, ha chocado contra los límites físicos de la Tierra. Se están agotando los elementos de la tabla periódica y han entrado en fase de descenso las reservas de gas natural y los hidrocarburos. Esto significa que, si seguimos por la senda del crecimiento (es decir, si no renunciamos al consumo), se va a producir un colapso del sistema que supondrá el fin de nuestra civilización.

Para evitarlo, debemos decrecer de manera justa y democrática (Turiel). Tenemos que eliminar el gasto superfluo de energía, renunciar a cosas, ser más lentos y abrazar un empobrecimiento voluntario (Riechmann). Esto significa que necesitamos una transformación súbita, revolucionaria, de nuestra sociedad. Y, por supuesto, de nosotros mismos.

Este cambio social debe ir acompañado de un cambio cultural. Y he aquí la cuestión: esos valores que nos demandan los tiempos que corren ya se encontraban en los clásicos grecolatinos, así como en los áureos: sobriedad, equilibrio, moderación, mesura, auto-contención, eco-dependencia, espiritualidad y amor. Necesitamos una sublevación personal que nos desconfine de nosotros mismos y nos abra al mundo (G. García). Lo que nos urge es pensar en el bien común. Sentir que formamos parte de un todo. Ya lo decía Séneca: “Toti se inserens mundo”. Esos valores de los que hablo están cristalizados en códigos temáticos que han sobrevivido durante miles de años en el tiempo: los tópicos. Nos interesan, sobre todo, dos: el locus amoenus (asociado al beatus ille) y el carpe diem. Y esa es la materia de mi estudio. Su análisis en diacronía hasta la actualidad. La meta final es inculcar a los lectores un modelo de vida, y conseguir que actúen: que se maravillen ante el milagro de la existencia, de tal modo que se preocupen por preservarla. Sólo así, mediante la emoción, será más fácil que la ciudadanía se movilice para llevar a cabo la revolucionaria transformación energética, social y económica que necesitamos para evitar el colapso y la crisis climática.

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Presentación de «Los reales sitios» de Juan de Salas en Letras Corsarias, 1 de diciembre a las 20:00h

El próximo jueves 1 de diciembre, a las 20:00 de la tarde en la librería Letras Corsarias, Marta Martín Díaz, investigadora de FELHIS, acompañará al poeta Juan de Salas en la presentación de su primer libro, Los reales sitios (2022, editorial Ultramarinos). En este debut, Juan de Salas parte de las líneas de investigación de su TFG, el cual, a pesar de las constricciones de la escritura académica, ya fue un ejercicio bastante lírico. De hecho, comenzaba citando la empresa poética de Lucrecio en el De rerum natura (Lucr. 1. 926-927), “recorro los lugares apartados / de las Piérides antes nunca hollados”, vía Joseph Addison.

En Los reales sitios Juan de Salas presenta una ampliación del sentido de patrimonio y todos los temas que para él son adyacentes a esta categoría, puesto que ayudan en el juego de tensiones, enfrentamientos y colaboraciones que la construyen: la(s) ciudad(es), el paisaje, la amistad, el des/amor… A través de un lenguaje poético accesible, pero no por ello sin altura. A su vez, este lenguaje poético, consciente de su condición, deja espacio para un humor muy propio (y que se agradece en este tipo de libro).

Juan de Salas en Letras Corsarias

 De los poemas y el cartel © Juan de Salas.

A continuación, reproducimos dos poemas pertenecientes a Los reales sitios.

 

13.

El paisaje tiene más memoria que el hombre

porque le sobrevive,

y los viticultores y los campesinos nos sospechaban

cien años atrás

que sus meños de granito para el emparrado y sus lindes

serían hoy

una instalación site-specific

sobre la despoblación rural y el uso del espacio.

 

Antiguo y consciente paisaje:

cuando perdemos la memoria

y nuestro cuerpo muere,

nos acoges.

Enterramos nuestros restos inconscientes con el paisaje,

 

mientras los sapos llenan de baba y huevas

las juntas de las hojas con los tallos de los juncos

y las calas.

 

 

23.

Cojones, Pavese,

que ya sabemos que

nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido feliz

pero es que así vas a arramplar con todos los lugares.

 

(Todo será eventualmente inhabitable

y esto, qué pena, es una buena noticia)

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«Collige, virgo, rosas». Una interpretación actual

«Collige, virgo, rosas».

Una interpretación actual

 

ANTON BELSKI

dibujo (1)

© Anton Belski

Dibujé un emblema personal sobre el tema de la obra de Ausonio, De Rosis Nascentibus. La obra contiene el tópico popular “carpe diem”, idea que a su vez remite a la carta de Epicuro. Para el dibujo me inspiré en estas tres fuentes, aunque en mayor medida, por supuesto, en Ausonio. En la carta de Epicuro vi que su idea de “disfruta tu tiempo” está indisolublemente unida a la muerte, porque es la actitud hacia la muerte la que mide la sabiduría. En el mismo texto dice: “el arte de vivir bien y el de morir bien es el mismo”. Por lo tanto, creí necesario enfatizar la muerte, agregando al disfrute del tiempo la idea que nos brinda el “memento mori”: de esta manera, en el dibujo, traté de mezclar dos ideas.

La idea de que la filosofía es el arte de morir la encontré con Platón en el diálogo Fedón. En Séneca, en una de las Epístolas Morales a Lucilio, encontré referencias epicúreas: volver al presente, porque el pasado y el futuro no existen y solo perturban el alma. A pesar de que Séneca llama adversarios a los epicúreos, la idea de disfrutar el presente es común entre los estoicos y epicúreos y el mismo Platón.

El dibujo se divide en dos partes: día y noche, una chica se mueve de una a otra. Su cabeza está vuelta hacia el sol, es decir, la vida, y en su mano y debajo de ella, cerca de la inscripción, hay rosas: esta es una ilustración directa del trabajo de Ausonio. En el momento en el que nos encontramos, una joven recoge rosas y disfruta del día. Pero una de sus piernas ya está en la zona de noche. La imagen medieval de la muerte detrás de ella mira hacia la cripta, que simboliza la puerta al mundo de los muertos, el final de la vida. Las dos mitades del dibujo representan dos ideas: carpe diem y memento mori. Quería mostrar que estas ideas se pueden combinar. Si no deseas tener miedo a la muerte, hay dos cosas que se deben hacer: escuchar los argumentos de Epicuro (disfruta tu tiempo) y al mismo tiempo emplear la muerte como una brújula (memento mori): debe recordarse el tiempo limitado que se nos ha dado y elegir sabiamente, por ejemplo, no ahogarse en el hedonismo.

El emblema está destinado a hacer pequeñas pegatinas y pegarlas por la ciudad para llamar la atención de la gente sobre máximas menos populares, así como también como parte del arte callejero. La idea de capturar el momento en la forma presentada por Ausonio es bastante impopular si se busca en Internet.

Además, utilicé algunos elementos de la gráfica medieval: simbolismo, perspectiva inversa, marcos característicos, letra gótica, ornamentos florales, fantásticos y arquitectónicos, figuras giratorias, aunque cabe señalar que girar la cabeza de perfil en lugar de 3/4 recuerda más a los gráficos de un jarrón antiguo. Copié las estructuras arquitectónicas de la Catedral de Salamanca: la ventana y los torreones, así como el carácter fantástico de los ornamentos, en los que se encuentran monstruos y flores. Por supuesto, el dibujo no es históricamente preciso, sino que es más bien una reinterpretación moderna del arte medieval que refleja la idea clasica.

Anton Belski
Alumno Erasmus de la Universidad de Salamanca (Tradición Clásica) y estudiante de Culturología en la Universidad de Varsovia
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Conferencia de Juan Antonio González Iglesias: «La felicidad, fruto perfecto de la cultura clásica»

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En el marco del ciclo de conferencias LOGOS Visiones del Mundo Clásico, organizado por la Fundación BBVA y la Sociedad Española de Estudios Clásicos, el jueves 15 de septiembre de 2022 a las 19.30 hs. tendrá lugar una conferencia impartida por Juan Antonio González Iglesias, investigador principal de FELHIS, titulada «La felicidad, fruto perfecto de la cultura clásica»El Prof. González Iglesias será presentado por María José Muñoz Jiménez, catedrática de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid.

La conferencia tendrá lugar en la sede de la Fundación BBVA, en el Palacio del Marqués de Salamanca, Paseo de Recoletos, 10, Madrid. La entrada es gratuita pero con aforo limitado, por lo que es necesario enviar previamente una solicitud de asistencia a confirmaciones@fbbva.es.  Se podrá seguir también a través de streaming en este enlace.

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Neologismo feliz

Neologismo feliz

ANTONIO PORTELA LOPA

Entre los neologismos felices que engendra nuestra época puede encontrarse este. No obstante, podríamos imaginarlo como un hápax del Fedro de Platón.

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Felicreatividad

Felicreatividad

RAFAEL PONTES VELASCO

A Carmen Velasco de Dios

1. Felicreatividad: la felicidad vinculada a la creación

El Diccionario de la lengua española registra tres acepciones para la voz felicidad, procedente del latín felicitas,-atis: `1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física´; `2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad´; `3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad´. Dado que hoy es el Día de la madre, no podemos olvidar que la entrada de la palabra felicidad incluye la construcción felicidades, definida sucintamente como `1. interj. U. para expresar felicitación o enhorabuena´.
La Base de datos morfológica del español, por su parte, señala que el adjetivo latino felix,icis significa `fecundo, fértil; feliz´. Los dos primeros calificativos se asocian con el verbo latino creare, descrito como `crear, producir de la nada; procrear, engendrar´. Este término es la base de nuestro crear, que la BDME identifica con `nutrir´.

De vuelta al DLE, nos interesa destacar la tercera, la quinta y la séptima acepciones de crear: `3. tr. Dar principio a algo como una empresa o a una familia´; `5. tr. Dar lugar a algo como consecuencia de una o varias acciones. Crearon un buen ambiente en la oficina. El tabaco crea adicción´; `7. tr. desus. criar (‖ nutrir)´. Notemos cómo la transitividad del verbo requiere argumentos –o hijos– que lo completen y complementen de manera directa.

La felicreatividad, acrónimo de mi invención, alude a la facultad de ser feliz por medio de la creación (artística o de otro tipo). Sus connotaciones apuntan a la nutrición, a ese amor que se transmite por medio de la madre, a su vez representante por antonomasia de esta acepción de familia que propone el diccionario académico: `2. f. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje´. Si seguimos la analogía y recordamos que el latín es la lengua madre del español, entenderemos que nuestro idioma será tanto más feliz cuanto menos se aleje y más se acerque a su origen culto, lo que se traduce –por ejemplo– en muchos de los neologismos que acuña.

La felicidad está relacionada etimológicamente con la fertilidad, con una creatividad de actitud maternal que nos proyecta hacia el futuro; también nos reconcilia con el pasado, si atendemos a la raíz indoeuropea que constata el Diccionario etimológico castellano en línea: deh(i), ascendente remoto del vocablo felicidad, significa `mamar, amamantar´. Esta acción recíproca, en cierto modo, reconduce a los hijos al paraíso perdido de su infancia primera y a las madres a un inolvidable momento de plenitud. Puede decirse, para terminar este leve epígrafe, que la felicidad construye un presente que en sí mismo engloba y genera tanto futuro como pasado.

2. Borges: el poeta que habría preferido ser un héroe

Como anunciaba una célebre serie de televisión de los años ochenta, la fama cuesta. El esfuerzo no garantiza la felicidad, pero constituye uno de los mejores caminos para saldar su precio. Jorge Luis Borges es un héroe de la literatura, en especial porque su modestia le hizo dudar de que sus composiciones pudiesen contrarrestar la muerte y el olvido. Prudente ante tales amenazas, en numerosas ocasiones manifestó que el destino del guerrero superaba al del escritor. En su poema “Dos versiones de Ritter, Tod und Teufel”, resume el antiguo dilema entre letras y armas: «Los caminos son dos. El de aquel hombre / de hierro y de soberbia, y que cabalga, / firme en su fe, por la dudosa selva / del mundo, entre las befas y la danza / inmóvil del Demonio y de la Muerte, / y el otro, el breve, el mío» (1981: 104).

En “Tankas” se reprocha por lo que consideraba una vida poco heroica, consciente de la vanidad del literato: «No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas» (1981: 107). Acentúa esta autodesaprobación en dos poemas en los que su figura se ve empequeñecida ante las de sus predecesores: “Los Borges” – «Nada o muy poco sé de mis mayores / portugueses, los Borges: vaga gente / que prosigue en mi carne, oscuramente, / sus hábitos, rigores y temores. / (…) Mejor así. Cumplida la faena, / son Portugal, son la famosa gente / que forzó las murallas del Oriente / y se dio al mar y al otro mar de arena» (1997: 95) – y “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74)”: «Está en lo cotidiano, en la batalla. / Alto lo dejo en su épico universo / y casi no tocado por el verso» (1981: 32).

En “Junio 1968”, el poeta se juzga y se siente juzgado por la falta de valor que percibe en sí mismo: «(Ordenar bibliotecas es ejercer, / de un modo silencioso y modesto, / el arte de la crítica.) / El hombre, que está ciego, / sabe que ya no podrá descifrar / los hermosos volúmenes que maneja / y que no le ayudarán a escribir / el libro que lo justificará ante los otros» (1981: 101-102). En sentido amargo se identifica también con su Don Quijote, a quien caracteriza así en “Ni siquiera soy polvo”: «No quiero ser quien soy. La avara suerte / me ha deparado el siglo diecisiete, / el polvo y la rutina de Castilla, / (…) la soledad que va dejando el tiempo / (…) Soy hombre entrado en años. Una página / casual me reveló no usadas voces / que me buscaban, Amadís y Urganda» (1981: 141).

Pese a mostrarse tan decepcionado por su trayectoria vital como seducido por «la idea de unos hombres que no tenían nada de intelectuales, sino que vivían entregados a la lealtad, al valor y a una varonil sumisión al destino» (2010: 127), Borges también veía la lectura como una rama de la felicidad. En “El arte de contar historias”, texto de Arte poética. Seis conferencias, declara lo siguiente: «Hoy, cuando la gente habla de un final feliz, lo considera una mera condescendencia hacia el público o un recurso comercial; lo consideran artificioso. Pero durante siglos los hombres fueron capaces de creer sinceramente en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota» (2010: 67). Su interpretación de El castillo de Franz Kafka preserva esta misma línea de descreimiento: «sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo. Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizá ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. (…) Kafka (…) quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible» (2010: 68).
La escritura quizá no vence a la muerte ni nos libera de sus hilos, pero ofrece resistencia. Este don, tal vez transitorio, no es poca cosa y suele pagarse caro. La inspiración conlleva, más pronto que tarde, un infortunio compensatorio. El premio final reside en la disolución del ego, en la admisión de la voz propia en el coro. El hallazgo personal solo se cumple en su totalidad cuando se funde con el colectivo. En “Borges y yo”, el poeta argentino explicita así esta paradoja: «yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición» (1997: 61-62). En esta fusión estriba la importancia de compartir dudas y conocimientos, tarea propia de la cultura: «considero la literatura como una especie de colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra, enriquece el libro. Y sucede lo mismo cuando se da una conferencia» (2010: 142-143).

Por tanto, el mundo de las letras no exime la posibilidad de ser feliz. En “La muralla y los libros”, nuestro autor lo recuerda con este párrafo: «La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético» (1996: 13).

En su conferencia “¿Qué es la poesía?”, Borges compara las lecturas obligatorias en la academia con el torpe postulado de una dicha impuesta. En su reivindicación de la literatura como «forma de felicidad», alaba un poema de Quevedo cuando afirma que «los versos son felices porque son ambiguos» (1977). Por ende, sugiere que la felicidad será paradójica o no será. Posiblemente no haya recetas que la propicien, pero sus ingredientes deben aceptar el misterio, la flexibilidad y la ausencia de rigidez. Contiene renuncia y sacrificio en la medida en que exige la incompletud que da cabida al deseo.

Dicho con otras palabras, tiene que faltar algo para que se produzca la felicidad, que en sí misma no puede ser completa. No es compatible con la euforia ni con el conformismo, que son sus extremos, si bien en algunos momentos se parece a la satisfacción. Fluye casi en una milésima eterna, como se refleja en la elección de estas frases en el “Prólogo” con que presenta el volumen Antología poética: «Lo he compilado hedónicamente: sólo he recogido lo que me agrada o lo que me agradaba en el instante en que lo elegí» (1981: 8). La noción de felicreatividad implica una sensación semejante.

En “Otro poema de los dones”, Borges da las gracias «por el valor y la felicidad de los otros” (1981: 83). En “Credo de poeta”, afirma «que la felicidad del lector es mayor que la del escritor, pues el lector no tiene por qué sentir preocupaciones ni angustia: sólo aspira a la felicidad. Y la felicidad, cuando eres lector, es frecuente» (2010: 122-123). De hecho, reconoce que antes de leer a Walt Whitman fue «un joven muy desdichado. Supongo que los jóvenes son aficionados a la infelicidad (…). Entonces descubrí a un autor que, sin duda, era un hombre muy feliz» (2010: 126).

La conclusión de este segundo epígrafe es que el destino del poeta no está desligado del heroísmo: «Si he alcanzado la felicidad de escribir cuatro o cinco páginas tolerables después de escribir quince volúmenes intolerables, logré esa proeza no sólo a través de muchos años sino también gracias al método de la tentativa y el error» (2010: 132).

3. La madre como destinataria de la felicidad

Borges, en su poema “El remordimiento”, nos da la clave:

He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

la sombra de haber sido un desdichado. (1998: 498).

En una entrevista televisiva realizada por Antonio Carrizo, Borges lamenta no haber guardado el deseo de su madre: «Debiera haber sido feliz no para mí, sino para ella» (1979). En su defensa podemos aducir que quizá la felicidad no exista y, por tanto, no fuera su culpa. Tal vez, a semejanza de la energía, la felicidad se transforma. Añado que también se crea y se destruye. Por otro lado, lo peor que suele sucederle a la felicidad es que se materialicen los anhelos. Este oxímoron insinúa que no se plasman en la realidad con la exactitud esperada, o que su cumplimiento nos deja vacíos. Conócete a ti mismo, nos aconseja el aforismo griego, pero qué hago si me conozco y no me gusta cómo soy. La respuesta es la aceptación. Borges finalmente acepta que fue feliz todos los días de su vida, al menos durante algunos instantes, y que la felicidad no supone una obligación con uno mismo, sino con los demás: «Quizá porque ya no veo la felicidad como algo inalcanzable, ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y que no se debe perseguir» (1986: 86).

El paraíso perdido es el vientre materno. Aristóteles había observado que el ser humano requiere un largo cuidado maternal en comparación con otras especies. La separación de la madre, temprana en los niños espartanos que se preparaban para ser soldados, se concibe a nuestros ojos como infelicidad o alejamiento del cielo infantil para entrar en el infierno de la guerra. Platón, en La república, se muestra partidario de esta abnegación: «Por ello, amigo, hay que dar alas a los niños desde su primera infancia a fin de que, cuando sea preciso, se retiren en vuelo» (2018: 364). La felicidad platónica se dirigía al ordenamiento eficaz del Estado, basado en la fuerte renuncia personal que debían realizar los guardianes del mismo. No se corresponde necesariamente con la felicidad individual, pese a que Platón concluye su tratado con la promesa de la dicha: «si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que (…) acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices» (2018: 679-680). Esta perspectiva suscita al menos dos preguntas: ¿qué es más probable, que todos seamos felices o que nadie lo sea?; ¿la felicidad de un solo individuo redimiría a la humanidad, o viceversa?

En todo caso, es admirable que el Día de la madre coincida hoy con el Día del trabajador. No solo por las fatigosas labores que exige la maternidad, sino también porque en el trabajo reside una parte de las horas felices, sobre todo cuando lo asumimos como un ámbito en el que podemos aplicar cualidades que la tradición interpreta como maternales: la empatía, la comprensión, la vocación de servicio. Cuando en 1954 se agravaron los problemas oculares de Borges, su madre respondió a una misiva de su prima Esther Haedo de Amorim:

Tu carta me distrajo unos momentos de la terrible preocupación en que estoy: Georgie ha vuelto a sentir su vista (el único ojo que tiene) y está en tratamiento, veremos si salimos a la otra orilla. Por tres meses, dice el médico, no debe leer ni escribir, es lo que más le duele, pero ya sabes lo que es él, no lo demuestra y sigue siempre de broma; he vuelto a leerle y me dicta lo que quiere escribir. (25/04/2001)

Después de que su hijo perdiera la visión por completo, Leonor Acevedo se convirtió en el eje y pilar tanto de su estado anímico como de su obra literaria. Lo atendía a diario y lo acompañaba, en calidad de secretaria, a los compromisos y eventos sociales: «Me siento tan necesaria que tiemblo a la idea de enfermarme o que la vejez haga de las suyas, ya que ahora soy sus ojos; me parece que mi vida ha vuelto atrás, cuando era los ojos y las manos de mi Jorge». La madre le leía textos ajenos y le escribía los propios durante la edad madura, a manera de homenaje a las progenitoras que narran los primeros cuentos a sus pequeños. El tributo con que la recompensa su hijo se titula “A Leonor Acevedo de Borges”:

Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos. Yo recibía regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores—los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas—, tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas del Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, Madre, vos misma. Aquí estamos hablando de los dos, et tout le rest est littérature, como escribió, con excelente literatura, Verlaine. (2011:7)

En definitiva, tenemos la obligación de ser felices para hacer feliz a la figura materna. Debemos devolverle la felicidad que nos procuró, procura y procurará. Ella es la verdadera creadora. Feliz día de la madre.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ACEVEDO, Leonor (25/04/2001). “En sus cartas, la madre de Borges cuenta cómo su hijo quedó ciego”, Clarín, https://www.clarin.com/sociedad/cartas-madre-borges-cuenta-hijo-quedo-ciego_0_BJBxS_gAFl.html [Abril de 2022].

BDME TIP. Plataforma web para el estudio morfogenético del léxico, https://bdme.iatext.es/ [Abril de 2022].

BORGES, Jorge Luis (1977). ¿Qué es la poesía?: conferencia de Jorge Luis Borges (Siete noches V), https://www.youtube.com/watch?v=O4t8gafps3A [Abril de 2022].

——- (1981). Antología poética (1923-1977), Madrid, Alianza.

——- (1996). Otras inquisiciones, en Obras completas II (1952-1972), Buenos Aires, Emecé.

——- (1997). El hacedor, Madrid, Alianza.

——- (1998). La moneda de hierro, en Obra poética (1923-1985), Buenos Aires, Emecé.

——- (2010). Arte poética. Seis conferencias, Barcelona, Crítica.

——- (2011). Poesía completa, Barcelona, Lumen.

BORGES, Jorge Luis y CARRIZO, Antonio (1979). Antonio Carrizo entrevista a Jorge Luis Borges, https://www.youtube.com/watch?v=dUZJGhPqspQ [Abril de 2022].

BORGES, Jorge Luis y VERDUGO FUENTES, Waldemar (1986). En voz de Borges: conversaciones con Jorge Luis Borges, México, Offset.

PLATÓN (2018). La república, Madrid, Alianza.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2014). Diccionario de la lengua española, 23 ed., https://dle.rae.es [Abril de 2022].

VV. AA. Diccionario etimológico castellano en línea, http://etimologias.dechile.net/PIE/?dhei [Abril de 2022].

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Contar los días de felicidad

Contar los días de felicidad

GUILLERMO APRILE

En una entrada anterior de este blog se mencionó al historiador británico Edward Gibbon, quien en el siglo XVIII expresaba unas ideas sobre la relación entre felicidad e historia que continúan vigentes hoy en día. En esta ocasión, es necesario volver a su monumental texto para mencionar una breve anécdota que ilustra tanto la incompatibilidad entre la felicidad y el poder político como —quizás de forma involuntaria— una difundida costumbre, habitual también en el mundo antiguo, de «contar los días felices» que una persona había vivido.

Es sabido que el Decline and Fall of the Roman Empire de Gibbon continúa más allá de la caída del imperio romano de Occidente, para abarcar prácticamente todos los acontecimientos del mundo mediterráneo durante buena parte de la Edad Media. En el capítulo 52 de la obra, dedicado a las conquistas de los árabes, el autor analiza la España del califato Omeya y se detiene un momento a describir en detalle el lujo extraordinario de la vida del primer Califa de Córdoba, Abderramán III, famoso por haber erigido la Medina Azahara.

Abderramán III

Casi siguiendo el modelo de los historiadores romanos, que consideraban que la luxuria difundida en Roma tras las Guerras Púnicas y las Guerras Macedónicas había causado un declive moral, social y político en la Urbe, Gibbon cree que el excesivo desarrollo material del imperio árabe en el siglo X contribuyó a su decadencia. Para demostrar este argumento, presenta un texto que —asegura— fue escrito por el propio califa:

It may therefore be of some use to borrow the experience of the same Abdalrahman, whose magnificence has perhaps excited our admiration and envy, and to transcribe an authentic memorial which was found in the closet of the deceased caliph. “I have now reigned above fifty years in victory or peace; beloved by my subjects, dreaded by my enemies, and respected by my allies. Riches and honours, power and pleasure, have waited on my call, nor does any earthly blessing appear to have been wanting to my felicity. In this situation, I have diligently numered the days of pure and genuine happiness which have fallen to my lot: they amount to FOURTEEN: —O man! place not thy confidence in this present world!”

La fuente de este relato es, según aclara el propio historiador en el aparato crítico, la Histoire de l’Afrique et de l’Espagne sous la domination des Arabes, un libro publicado en 1765 por orientalista francés Denis Dominique Cardonne. La maestría retórica de Gibbon se hace evidente cuando se compara su versión de la anécdota con la menos efectiva de Cardonne (que puede leerse aquí), quien por otra parte no ofrece ninguna información sobre el origen de la historia, más allá de decir que «L’on trouva, après sa mort, dans ses papiers, ces paroles écrites de sa main». Es de suponer que ese texto, de haber existido realmente, fuera con toda seguridad apócrifo. Sin embargo, en ambas versiones (la de Gibbon y la de Cardonne) se hace referencia a una costumbre habitual en los pueblos de la Antigüedad, y de la que existen numerosos testimonios literarios: contar la cantidad de días felices (e infelices) de la propia vida.

Este hábito era atribuido por algunos escritores grecorromanos a ciertos pueblos orientales. El historiador griego Filarco, en el siglo III a.C. (citado por el sofista del siglo II d.C. Zebonio) comentaba que los escitas tenían la siguiente costumbre:

Φύλαρχος φησί τους Σκύθας μέλλοντας καθεύδειν άγειν την φαρέτραν, και ει μεν αλύπως τυχοιεν την ημέραν εκείνην διαγαγόντες, καθιέναι εις την φαρέτραν ψηφίδα λευκήν· ει δε όχληρώς, μέλαιναν. Επί τοίνυν των αποθνησκόντων εκφέρειν τας φαρέτρας και αριθμείν τας ψήφους και ει  ευρεθείησαν πλείους αι λευκαι , ευδαιμονίζειν τον απογενόμενον (Zen. Cen. VI 13)

Dice Filarco que los escitas, al acostarse, llevan consigo su carcaj y si han pasado un día libre de sufrimientos, dejan caer en el carcaj una piedra blanca; si han pasado un día irritante, una piedra negra. De esta forma, después de la muerte de una persona, cogen su carcaj y cuentan las piedras, y si encuentran que hay mayor cantidad de blancas, el difunto fue feliz. (Trad. del autor)

Un lujoso carcaj escita de oro

Plinio el Viejo, hablando sobre la felicidad humana en el libro séptimo de la Historia Natural, también comentaba esta costumbre, que atribuía sin embargo a los tracios. Consideraba además que se trataba de una superstición, pues no permitía valorar la verdadera felicidad que había tenido en vida una persona:

Vana mortalitas et ad circumscribendam se ipsam ingeniosa computat more Thraciae gentis, quae calculos colore distinctos pro experimiento cuiusque diei in urnam condit ac supremo die separatos dinumerat atque ita de quoque pronuntiat, Quid, quod iste, calculi candore illo laudato die, originem mali habuit? Quam multos accepta adflixere imperia! Quam multos bona perdidere et ultimis mersere supplicis (Plin. Nat. 7.40.131)

Los mortales, vanos e ingeniosos para engañarse a sí mismos, calculan a la manera de los tracios, quienes colocan en una urna piedras de colores diferenciados según como haya resultado cada día y el día de la muerte los separan y cuentan y así se informa sobre cada uno. ¿Qué decir de que ese día, alabado por la blancura de su piedra, fue el comienzo de su mal? ¡Cuántos fueron víctimas de poderes que recibieron! ¡Cuántos fueron destruidos y hundidos en los mayores sufrimientos por cosas buenas! (Trad. del autor)

Más allá de las diferencias sobre el origen de esta costumbre, no cabe duda de que era bien conocida si no practicada también en Roma. Los poetas latinos, en numerosas ocasiones, se valen de la figura de la «piedra blanca» o la «marca blanca» para referirse a un día particularmente afortunado

quare illud satis est, si nobis is datur unis

quem lapide illa dies candidiore notat. (Cat. 68.147-148)

Por lo tanto me basta con que ella

me dé solo los días que señala

con la piedra más blanca. (Trad. de J. A. González Iglesias)

restitutis cupido atque insperanti, ipsa refers te

nobis. o lucem candidiore nota! (Cat. 107.5-6)

A mí, que había pedido ese deseo

vuelves, a mí que ya ni lo esperaba

¡Oh día que merece señal blanca! (Trad. de J. A. González Iglesias)

Cressa ne careat pulchra dies nota (Hor. Carm. 1.36.10)

No falte en el bello día la señal cresa (Trad. de M. Fernández Galiano

No resultaría extraño que, quienes hayan formulado la historia de los catorce días felices de Abderramán III, conocieran bien que entre griegos y romanos era frecuente llevar un registro más o menos detallado de los días felices e infelices que vivía una persona. Si bien no existen testimonios antiguos de que un rey, general o emperador tuviese también esta costumbre la cuestión de la infelicidad en el ejercicio del poder, otro tema sobre el que los antiguos habían reflexionado in extenso hace relativamente sencillo imaginar la historia de un gobernante cuyo conteo de días afortunados resultase bastante exiguo.

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Reseña de Lecciones de epicureísmo. El arte de la felicidad, de John Sellars

MARTA MARTÍN DÍAZ

John Sellars, Lecciones de epicureísmo. El arte de la felicidad, traducción de Jordi Ainaud i Escudero, Barcelona, Taurus (Pensamiento), 2021, 120 páginas, ISBN 978-84-306-2436-2.

Tras el éxito internacional de sus Lecciones de estoicismo. Filosofía antigua para la vida moderna (2021, Taurus), John Sellars, profesor de Filosofía en la Royal Holloway de Londres, escribe otro pequeño manual, esta vez, centrándose en la escuela de Epicuro y cómo sus enseñanzas pueden ser relevantes en la actualidad.

Que la continuación de aquel primer libro sea esta puede sorprender en principio, ya que en el momento de su nacimiento ambas escuelas, la estoica y la epicúrea, estuvieron enfrentadas. Además, un punto de confrontación de estas, relevante para la tesis principal que sostienen ambos libros, es que mientras los estoicos abogaban por reprimir y moderar las pasiones, Epicuro y su escuela recomendaban evitarlas por completo.

No obstante, Sellars, miembro fundador de Modern Stoicism, un grupo formado por académicos y psicoterapeutas que trabajan junto con voluntarios para explorar lo que esta escuela filosófica puede ofrecer hoy día como modo de vida, con eventos anuales como la Stoic Week, decide quedarse con lo que él considera lo mejor, y más relevante para el presente, de las dos escuelas (pp. 11-12). Para ello, parte de los que él considera sus principales puntos en común: la obtención del conocimiento por la vía sensorial y su perspectiva materialista, de la que se deriva también en los dos casos la mortalidad del alma junto a la del cuerpo.

El libro arranca con la siguiente pregunta planteada en el ‘Prólogo’ (pp. 9-11): «¿Qué necesitamos realmente para llevar una vida feliz?». Para resolverla, Sellars hace un ameno recorrido a través de la vida y la Escuela de Epicuro, así como la fortuna de sus ideas desde su tiempo a nuestros días, articulado en siete breves capítulos: ‘La filosofía como terapia’ (pp. 15-24), ‘El camino de la serenidad’ (pp. 27-36), ‘¿Qué necesitas?’ (pp. 39-48), ‘Los placeres de la amistad’ (pp. 51-59), ‘¿Por qué estudiar la naturaleza?’ (pp. 63-73), ‘No temas a la muerte’ (pp. 77-85) y ‘Explicarlo todo’ (pp. 89-98). Concluyendo con un breve ‘Epílogo’ (pp. 99-102) que, centrándose en el momento final de la vida de Epicuro (según lo recoge Diógenes Laercio [10.22]), reúne los aspectos de la doctrina epicúrea.

Sellars presenta así a Epicuro y su escuela con un prosa directa y amena, en una escritura ininterrumpida, ya que todas las referencias bibliográficas se encuentran concentradas en las ‘Notas’ (pp. 103-108) finales del libro. De este modo, estas Lecciones son accesibles a todo tipo de público, sin abandonar por ello el rigor académico en el uso de los textos y testimonios antiguos. En esta edición, además, Jordi Ainaud i Escudero presenta en una nota (p. 103) las traducciones empleadas para las citas en español de todas las obras que aparecen a lo largo del libro. Entre estas, destaca su elección de la traducción en verso de José Marchena para el De rerum natura, el poema epicúreo del romano Lucrecio, elaborada en 1791, pero no publicada hasta finales del siglo XIX. Además, Sellars sugiere unas ‘Lecturas adicionales’ (pp. 109-112), para quienes quieran ahondar en la filosofía epicúrea y los temas expuestos en el libro. En estas también se especifican sus correspondientes traducciones al español, en el caso de que las haya. El libro también incluye un ‘Índice alfabético’ (pp. 113-115) de nombres propios, de ciudades y de conceptos, que hace que su consulta para cuestiones concretas sea muy sencilla y rápida.

A lo largo de libro, Sellars aboga por la noción de Epicuro y sus posteriores acólitos griegos y romanos (las citas de Virgilio y, especialmente, Horacio y Lucrecio son abundantes) de la filosofía como terapia. Es este tipo de filosofía la que podrá resolver la pregunta planteada al inicio: «¿Qué necesitamos realmente para llevar una vida feliz?».

Para ello, se presentan los principales aspectos de la doctrina epicúrea: los distintos tipos de placer según Epicuro (activos y estáticos, físicos o mentales); su clasificación de los tipos de deseos (naturales y necesarios, naturales e innecesarios y antinaturales e innecesarios); el valor de la amistad (un elemento especialmente relevante en nuestros tiempos pandémicos de «aislamiento social cada vez mayor» [p. 12]); la importancia del estudio de la naturaleza, dentro de la cual destaca la concepción epicúrea de los dioses; la teoría atómica (para la cual Sellars sigue el testimonio de Lucrecio en su poema, De rerum natura); el inútil temor a la muerte; y el tetrafármaco (τετραφάρμακος, «remedio en cuatro partes»; que, por cierto, da nombre al libro de Sellars en su versión original inglesa: The Fourfold Remedy: Epicurus and the Art of Happiness), esto es, el resumen para llevar una vida tranquila y feliz, siguiendo la doctrina epicúrea, elaborado por Filodemo de Gádara (Papiro de Herculano 1005, 4.9–14): no temer a Dios ni a la muerte, saber que lo bueno es fácil de conseguir y lo terrible fácil de soportar. Todo esto presentado con ejemplos concretos de nuestra cotidianidad, para demostrar cómo nuestras ansiedades pueden resolverse si buscamos la ataraxia epicúrea que estas Lecciones ponen al alcance de nuestra mano.

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Felicidad, literatura y memoria en El azul de las abejas de Laura Alcoba

Felicidad, literatura y memoria en El azul de las abejas de Laura Alcoba

XIMENA VENTURINI

La novela El azul de las abejas de la escritora argentina Laura Alcoba presenta una ficcionalización de la infancia del autora, quien con apenas diez años fue enviada por sus abuelos a Francia, donde su madre estaba ya exiliada, todo mientras su padre estaba preso por motivos políticos en Argentina. El azul de las abejas nació a partir de las cartas que su padre intercambiaba con su hija en español y de los comentarios de los libros que la niña leía en francés para poder aclimatarse al idioma. La novela fue concebida en francés, publicada por el sello Gallimard en 2013 bajo el título Le bleu des abeilles y posteriormente traducida al español en 2014 por el escritor argentino Leopoldo Brizuela, quien ya había traducido otras novelas de la autora. Alcoba se inserta así en una larga tradición de escritores argentinos que, asentados en Francia, adoptaron el francés como lengua para su literatura.

Laura Alcoba en una presentación de El azul de las abejas en Francia

El texto de Alcoba puede englobarse en la “generación de los hijos”, como denomina la crítica argentina a las producciones de autores que fueron víctimas directas del terrorismo de estado: hijos de desaparecidos o de exiliados o incluso apropiados ilegalmente (Fandiño

2016, 140). Se trata de una narración autobiográfica, en primera persona, que entrecruza lo ficcional con los recuerdos personales de una identidad fragmentada, que no es del todo argentina sin llegar a ser aún francesa. El trauma familiar de pérdida de cotidianeidad, en la novela, será cubierto por el mundo bilingüe de la niña; las cartas que escribe en español a sus familiares, y sobre todo a su padre, serán su conexión con el mundo argentino. De manera episódica, la historia cuenta la vida cotidiana y los procesos de adaptación de la niña y de su exilio en Francia.

La crítica ha destacado la importancia de las instancias de escritura y lectura relacionadas directamente con el exilio, el recuerdo y la memoria provocados por las vivencias de la dictadura (Di Meglio 2015, 2). Al interior de la trama, el único canal de diálogo que la protagonista mantiene con su padre encarcelado son las cartas en español comentando los libros que ambos, ella en francés y él en español, leen y comentan. Como realizando una especie de juego de “crítica literaria”, la literatura será para ella algo sobre lo que se piensa, se reflexiona. Serán estas cartas las que le traerán felicidad y memoria del país que dejó atrás.

La protagonista explica la situación que se le impone con su padre, como una forma de seguir cerca de él: “Decía que luego de mi partida los dos íbamos a escribirnos, y que era necesario hacerlo regularmente, al menos una vez por semana, de modo de mantener, en el papel, una especie de conversación. Me sentía capaz: sí, le escribiría” (Alcoba 2015, 12). También mantiene el vínculo con su profesora de francés, Noémie, “tan pronto como llegué a Francia, también le mandé una tarjeta postal” (18), y con su amiga Julieta, “esto, aproximadamente, fue lo que le dije a Julieta en español, en mi carta” (17). La escritura se figura como un objeto sobre el cual se reflexiona: “lo bueno de las cartas es que uno puede pintar las cosas como quiere, sin mentir por eso” (19). Pero siempre la literatura se relaciona con la felicidad de encontrarse con sus seres queridos, aún en una infancia marcada por el exilio.

Bibliografía consultada

Alcoba, Laura. El azul de las abejas. Editorial Edhasa, 2015.

Di Meglio, Estefanía. “Dictadura, exilio y (post)memoria: escenas de lectura y escritura en
El azul de las abejas de Laura Alcoba”. X Congreso Internacional Orbis Tertius de
Teoría y Crítica Literaria. Universidad Nacional de La Plata, 2015. [Edición online]

Fandiño, Laura. “La memoria de los hijos en la literatura argentina y chilena. Sobre la transmisión y la recepción de los legados en torno al pausado traumático”. Cuadernos de la ALFAL. No. 8, 2016, pp. 139-149.

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