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Universidad de Salamanca
La felicidad en la Historia (FELHIS)
Blog de divulgación del proyecto «La felicidad en la Historia: de Roma a nuestros días. Análisis de los discursos»
 
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Archivo | noviembre, 2020

Lo frágil de la felicidad

Lo frágil de la felicidad

DAVID KONSTAN

(Ofrecemos una traducción al español del texto de David Kontan publicado en inglés en una entrada anterior de esta página)

Como es sabido, Aristóteles afirmó que la única cosa que todas las personas coinciden en considerar el objetivo de la vida es la felicidad, o más exactamente, la eudaimonia. Escribe: «En teoría, hay bastante acuerdo entre la mayoría. Tanto el pueblo raso como las personas refinadas dicen que es la felicidad [eudaimonia], y suponen que ser feliz es lo mismo que vivir bien y estar bien. Pero sobre la felicidad, no hay acuerdo acerca de lo que es, y el pueblo común no da la misma respuesta que los sabios» (Ética a Nicómaco 1.1.4, 1095a*). Aristóteles observa que la gente común identifica la felicidad con el placer, la riqueza, el honor, o —cuando están enfermos— con la salud. Luego pasa a examinar cada una de estas afirmaciones, pero la idea de que la felicidad como tal es deseable permanece incuestionable.

Sin embargo, hubo una voz disidente —o eso parece— en la Antigüedad: la de Jenofonte, un contemporáneo de Platón que también escribió diálogos socráticos, así como una continuación de la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, entre muchas otras obras.  En una de ellas, llamada “Reminiscencias” o, según su nombre en latín, Memorabilia, Jenofonte registró una serie de conversaciones socráticas que escuchó él mismo o de las que se enteró por otros. El objetivo general de estos diálogos, dice Jenofonte, era redimir la reputación de Sócrates, que había sido condenado a muerte por introducir nuevos dioses y corromper a los jóvenes.  En un momento dado Sócrates se entera de la existencia de un joven educado de nombre Eutidemo, que sin embargo es tímido y un poco engreído, por lo que evita unirse a las conversaciones que Sócrates estimula. Así que sale en su búsqueda y lo pone a prueba, demostrando tras un habitual interrogatorio socrático que Eutidemo, a pesar de poseer una gran biblioteca, no sabe realmente lo que cree saber.  Después de desafiar al pobre muchacho en una serie de temas, le pregunta si se conoce a sí mismo, como manda la inscripción en el templo del oráculo de Delfos.  Sócrates observa además que el conocimiento de sí mismo debe incluir la comprensión de lo que es bueno y lo que es malo. La primera respuesta de Eutidemo es que la salud es buena y la enfermedad mala, pero Sócrates muestra que la salud puede traer a veces a consecuencias desafortunadas, como cuando una persona enferma evita hacer un viaje en el que el barco se hunde, y todos los que tenían buena salud mueren ahogados. A continuación, Eutidemo presenta como bien inequívoco la sabiduría, o lo que los griegos llamaban sophia, pero Sócrates demuestra que incluso esta cualidad más intelectual puede traer malos resultados. Pone de ejemplo a Dédalo, que diseñó el laberinto donde estaba encerrado el Minotauro y las alas con las que él y su hijo Ícaro pudieron escapar, con consecuencias fatales para Ícaro, y para él mismo, puesto que luego fue capturado y vendido como esclavo.

Convencido de que la sabiduría, o al menos cierta reputación de inteligencia, puede también tener efectos negativos, Eutidemo presenta lo que cree que es un bien absoluto e indiscutible, ser feliz (to eudaimonein, Mem. 4.2.34); a todas luces una apuesta segura, si nos atenemos a las afirmaciones de Aristóteles. Pero Sócrates presenta una objeción incluso a esto. Comienza observando que sería cierto, si la felicidad no estuviera compuesta por bienes que son en sí mismos ambiguos. Al fin y al cabo —se pregunta— ¿a qué equivaldría la felicidad si no incluyera un buen aspecto, fuerza, riqueza, reputación y toda esa clase de cosas? Cada una de estas partes constituyentes, sin embargo, está sujeta a sus propias dificultades: los muchachos demasiado bellos pueden corromperse, los fuertes emprenden tareas que van más allá de sus capacidades, los ricos son vulnerables a conspiraciones contra ellos, y muchos de quienes tienen poder en el estado han sufrido graves perjuicios. Ante esto, Eutidemo se rinde y dice: «Si ni siquiera tengo razón en alabar la felicidad, entonces confieso que no sé qué se debe pedir a los dioses» (4.2.36).

Entonces, ¿estaba equivocado Aristóteles y la felicidad —como sea que se la defina— no es el fin último?  Por supuesto, podríamos negar que la felicidad correctamente entendida se constituya a partir de tales ventajas materiales, aunque Sócrates ya ha demostrado que incluso la sabiduría no es un bien inequívoco. Además, hay razones para pensar que Sócrates no abandona del todo la eudaimonia como ideal.  Anteriormente Jenofonte dice que Sócrates pensaba que las personas que aman el conocimiento y tienen talento para ello podrían, si se educan adecuadamente, ser felices y también permitir que otros seres humanos e incluso ciudades enteras sean felices (4.1.2).  Pero ¿qué tipo de educación requeriría esto? Puesto que Sócrates ha confundido a Eutidemo a tal punto que duda no sólo de la naturaleza de la felicidad, sino también del significado de la democracia y de quiénes deben ser considerados ricos o pobres, el joven reconoce su propia ignorancia y decide pasar el resto de su vida en compañía de Sócrates.  En ese momento, nos dice Jenofonte, Sócrates dejó de perturbar al joven y comenzó a explicarle de forma sencilla y clara lo que creía necesario saber y hacer. Este no se parece al Sócrates que conocemos por los primeros diálogos de Platón, que negaba saber nada salvo el hecho de ser ignorante, y que no predicaba ninguna doctrina positiva.  ¿Qué explicó entonces el Sócrates de Jenofonte al joven Eutidemo?  La respuesta se encuentra en el siguiente capítulo de los Memorabilia, donde Sócrates lo alecciona sobre cómo los dioses han creado el mundo y el cuerpo humano de una manera tal que revela su profunda preocupación por nuestro bienestar. Sócrates concluye que la devoción por los dioses es el camino más seguro para conseguir todas las cosas buenas (4.3.17). En una palabra, el único rasgo inequívocamente positivo en los seres humanos es la piedad, un tema que recorre toda la obra de Jenofonte, y que puede incluso producir esas cosas buenas que son esenciales para la eudaimonia.

Traducción: Guillermo Aprile

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La felicidad en un jardín: Derek Jarman y Plinio el Joven

La felicidad en un jardín: Derek Jarman y Plinio el Joven

MARTA MARTÍN DÍAZ

En 1986, el mismo año en el que fue diagnosticado con VIH, el pintor, escenógrafo, cineasta y jardinero inglés Derek Jarman compró una antigua cabaña de pescadores, Prospect Cottage, en Dungeness (cabo de Kent, Reino Unido), que convirtió en su hogar hasta su muerte en 1994. Oponiéndose al terreno infértil y hostil de la zona —dos adjetivos que en aquel momento bien podían aplicarse a la vida del propio Jarman en general, considerando la vileza del gobierno de Margaret Thatcher para con la población LGTBIQ, particularmente, la población, enferma de sida como él—, Jarman llevó a cabo en ella su sueño de la infancia: plantar su propio jardín, y a pesar de las condiciones, hacerlo florecer.

Derek Jarman en Prospect Cottage

En el año 1989, una vez instalado allí y ya trabajando en el jardín, comenzó a escribir los diarios que conformarían su libro Naturaleza Moderna. En una de las primeras entradas, correspondiente al miércoles 22 de febrero de 1989 (en la traducción al español de Hugo Salas), un Jarman hastiado de lidiar con periodistas entrometidos tras el estreno de su última película, War Requiem, cita una carta en la que Plinio el Joven describe su Villa Laurentina (Plin. Ep. 2. 17, texto completo). 

Miércoles 22 de febrero de 1989

Leí la descripción que Plinio nos ofrece de su casa de campo:

Propuesta para la Villa Laurentina sobre un acantilado, de Krier

Propuesta para la Villa Laurentina sobre un acantilado, de Krier

Al final de la terraza, después de la galería y del jardín, hay un pabellón que es mi favorito, verdaderamente mi favorito: yo mismo lo he construido; en él hay una habitación soleada que mira por un lado a la terraza, por otro al mar, y por ambos al sol; hay también un dormitorio que se asoma a la galería por una doble puerta, y al mar por una ventana. Hacia la mitad de la pared posterior hay un gabinete elegantemente diseñado que se puede incluir en la habitación, si se abren sus puertas de cristales y sus cortinas, o independizarlo, si se cierran. Caben en su interior un lecho y dos sillones; tiene el mar a sus pies, las villas próximas a su espalda, los bosques en frente; se pueden contemplar gran número de vistas panorámicas o separada o simultáneamente por otras tantas ventanas. Unido a este gabinete hay un dormitorio para el descanso nocturno, que ni las voces de mis esclavos, ni el murmullo del mar, ni el estruendo de las tormentas ni el fulgor de los relámpagos, ni siquiera la luz del día, pueden penetrar, a no ser que las ventanas estén abiertas [Traducción J. González Fernández].

Vista perspectiva de la Villa Laurentina propuesta por Krier

Vista perspectiva de la Villa Laurentina propuesta por Krier

Estoy harto del cine, ese terreno de ambición y locura en procura de una ilusión, ¿o debería decir de un delirio?

Ayer, durante casi siete horas, fui sometido a una ráfaga de preguntas sin pausa, la cabeza me giraba como un trombo. Huí. Al llegar al apartamento de Charing Cross Road, una enorme pila de cartas me bloqueaba la puerta de entrada: ¿me interesaría escribir? ¿Ser jurado? ¿Asesorar? ¿Asistir? ¿Aprobar? ¿Contribuir? El teléfono suena hasta que de pronto me encuentro corriendo hacia él. ¿Qué felicidad me ha traído esta cacofonía? ¿Y qué habré logrado con todo ello, si hasta la milagrosa villa de Plinio desapareció sin dejar rastro?

No obstante, en la última entrada del mes, donde Jarman afirma no haber sido más feliz que durante esa última semana, la milagrosa villa de Plinio parece no haberse desvanecido, sino ser una realidad palpable en los quehaceres del jardín de su villa particular, Prospect Cottage.

Martes 28 de febrero de 1989

Mi sentido de confusión permanente ha llegado a los titulares, empujado por el anuncio público de que estoy infectado con VIH. Ya no sé cuál es el centro de atención, ni en lo que a mí respecta ni en lo que respecta al interés público. La gente ahora reacciona a mí de manera diferente. Advierto cierta actitud de culto y respeto que me preocupa. Tal vez me lo haya buscado.

[…] En estos últimos dos años he pasado muy pocas y esporádicas noches fuera de casa. Aunque practique sexo seguro, siento que pongo la vida de mi compañero en mis manos. Esto difícilmente dé pie a una noche de abandono. He avanzado mucho en la aceptación de esas limitaciones. Pero sueño con una improbable vejez en la que pueda comportarme como un sátiro peludo.

Este lamento no nace de mi estado de ánimo; salvo por las molestias que persisten del pasado –el cine, el sexo, Londres–, nunca he sido más feliz que durante esta última semana. Levanto la vista y a través de mi ventana veo el mar azul profundo bajo el cielo de febrero, y hoy he visto mi primer abejorro. Planté lavanda y pequeñas plantas de flor de cohete.

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El jardín de Prospect Cottage

Estas entradas de Naturaleza Moderna, con su correspondiente mención a Plinio, proponen una manera física y espacial, a través del hogar (aquí materializado en Prospect Cottage) de recordar cómo lo público y lo privado se encuentran interconectados. Y, particularmente, de tener presente que, como ya nos mostraba otra carta del mismo Plinio, «la felicidad pública y la felicidad privada se alimentan mutuamente». Puesto que, como señala Matt Cook (2014: 247), la idea del hogar como algo privado fue siempre una falacia, ya que este ha sido el escenario desde donde se han estructurado políticas de sexualidad, género y familia a nivel general. Estos imperativos, que han llegado a parecer obvios a fuerza de costumbre, fueron desafiados por Jarman con Prospect Cottage, un lugar, como manifiestan especialmente los diarios de Naturaleza Moderna, relacionado íntimamente con el sentido que Jarman tenía de sí mismo y su historia personal, de su diferencia, su activismo y la repercusión política de estos. De este modo, también se estaba sumando a las ideas predominantes sobre la capacidad de producción del individuo del hogar, sin rechazar sus tradiciones o su educación, como la cita de Plinio viene también a demostrar. Eso sí, siendo consciente de ellas y dándoles su propio toque «camp, queer, incómodo y revelador» (ibid.).

 

REFERENCIAS

Cook, M. (2014). At Home With Derek Jarman. Studies in Gender and Sexuality, 15, 244–249.

González Fernández, J. (2005). Plinio el Joven. Cartas. Gredos.

Salas, H. (2019). Naturaleza Moderna, Derek Jarman. Caja Negra.

Villafruela García, I. (2016). La arquitectura de la Villa Laurentina: Análisis de su evolución histórica. [Trabajo de Fin de Grado, Universidad Politécnica de Madrid]. http://oa.upm.es/39225/

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The Fragility of Happiness

The Fragility of Happiness

Una traducción al español del presente texto puede encontrarse aquí

DAVID KONSTAN

Aristotle famously affirmed that the one things upon which all people agree as the goal of life is happiness, or more precisely, eudaimonia. As he writes: “In name, there is pretty much agreement among the great majority. For both the multitude and refined people say it is happiness [eudaimonia], and they suppose that to be happy is the same thing as living well and faring well. But about happiness, people disagree as to what it is, and the multitude to not give the same answer as the wise” (Nicomachean Ethics 1.1.4, 1095a*). Aristotle observes that ordinary people identify happiness with pleasure or wealth or honor, or, when they are ill, with health. Aristotle goes on to examine each of these claims, but that happiness as such is desirable remains unchallenged.

And yet, there was a dissenting voice, or so it appears, in antiquity, and it is the voice of Xenophon, a contemporary of Plato who also wrote Socratic dialogues, as well as a continuation of Thucydides’ history of the Peloponnesian War and many other works. In one of these, called the “Reminiscences” or, to give its more common Latin name, Memorabilia, Xenophon recorded a series of Socratic conversations that he overheard himself or learned about from others. The overall purpose of these dialogues, Xenophon tells us, was to redeem the reputation of Socrates, who had been put to death for introducing new gods and corrupting the young. At one point, Socrates hears of a well brought up youth named Euthydemus, who is however shy and perhaps a little stuck up, and so avoids joining the conversations that Socrates stimulates. So Socrates seeks him out and puts him to the test, proving that Euthydemus, despite his having collected a large library, does not know what he thinks he knows – the usual result of a Socratic cross-examination. After challenging the poor boy on a number of topics, he asks him whether he knows himself, as an inscription on the temple of the oracle at Delphi commands. Socrates further observes that self-knowledge should include an understanding of what is good and what is bad. Euthydemus’ first answer is that health is good and sickness bad, but Socrates shows that health can sometimes lead to unfortunate consequences, as when a person who is ill fails to make a voyage in which the ship sinks and all those who were well perished. Euthydemus then offers as an unequivocal good wisdom, or what the Greeks called sophia, but Socrates manages to show that even this more intellectual quality can have bad results. His example is Daedalus, who designed the labyrinth in which the Minotaur was imprisoned and wings with which he and his son Icarus could escape – with fatal consequences for Icarus, and for himself, since he was later captured and sold into slavery.

Having been persuaded that wisdom too, or at least a reputation for cleverness, can also have negative effects, Euthydemus offers what he believes to be an absolute and indisputable good, and that is being happy (to eudaimonein, Mem. 4.2.34), to all appearances a safe bet, if we are to go by Aristotle’s statements. But Socrates has an objection even to this. He begins by observing that this would be true, unless happiness were composed of goods that were themselves ambiguous. After all, he asks, what would happiness amount to if it did not include good looks, strength, wealth, reputation, and all such things? But each of these constituent parts is itself subject to difficulties: boys who are too beautiful may be corrupted, those who are strong undertake labors beyond their abilities, the rich are vulnerable to conspiracies against them, and many who have power in the state have suffered grave harm. With this, Euthydemus surrenders and says, “If I am not even right in praising happiness, then I confess that I do not know what one should ask the gods for” (4.2.36).

Well, then, was Aristotle wrong and happiness is not the ultimate goal, however one may define it? We might, of course, deny that happiness, properly understood, is constituted out of such material advantages, although Socrates has already demonstrated that even wisdom is not an unequivocal good. Moreover, there is reason to think that Socrates does not entirely abandon eudaimonia as an ideal. Earlier, Xenophon tells us that Socrates thought that people who love learning and have a talent for it could, if properly educated, be happy and also enable both other human beings and whole cities to be happy (4.1.2). But what kind of education would that require? When Socrates has reduced Euthydemus to confusion, not only concerning the nature of happiness but also about the meaning of democracy and who counts as rich or poor, the young man recognizes his own ignorance and decides to spend the rest of his life in the company of Socrates. At this point, Xenophon tells us, Socrates ceased to perturb the boy, and he began to explain to him simply and clearly what he believed it was necessary to know and do. This does not sound like the Socrates we know from the early dialogues of Plato, who denied that he knew anything, except for the fact that he was ignorant, and preached no positive doctrine. What, then, did Xenophon’s Socrates expound to the young Euthydemus? The answer comes in the very next chapter of the Memorabilia, where Socrates treats him to a lengthy lecture on how the gods have created the world and the human body in the way that reveals their deep concern for our welfare. Socrates concludes that reverence for the gods is the surest way to achieve all good things (4.3.17). In a word, the one unequivocally positive trait in human beings is piety, a theme that runs through all the works of Xenophon – and it may even yield those good things that are essential to eudaimonia.

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