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La felicidad en la Historia (FELHIS)
Blog de divulgación del proyecto «La felicidad en la Historia: de Roma a nuestros días. Análisis de los discursos»
 
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Clásicos grecolatinos para evitar el colapso

Clásicos grecolatinos para evitar el colapso

ARIADNA G. GARCÍA

Nuestra sociedad está desvinculada de los tópicos grecorromanos. En un mundo hedonista como el que vivimos, ¿a quién le importa el tempus fugit, el beatus ille, el ubi sunt? o el memento mori? El único tema por el que sentimos cierta afinidad es el célebre carpe diem, porque da en la diana de los deseos. Y es que en el fragor de nuestro narcisismo a nadie le interesa que le hablen del fin, de la caducidad o de la pérdida. No obstante, nos ha tocado crecer en un periodo de cambio que nos va a exigir —en un futuro próximo— muchas renuncias en beneficio propio y del planeta, ya sean voluntarias u obligatorias.

La evidencia científica ha demostrado que el sistema capitalista, nuestro actual modelo económico, ha chocado contra los límites físicos de la Tierra. Se están agotando los elementos de la tabla periódica y han entrado en fase de descenso las reservas de gas natural y los hidrocarburos. Esto significa que, si seguimos por la senda del crecimiento (es decir, si no renunciamos al consumo), se va a producir un colapso del sistema que supondrá el fin de nuestra civilización.

Para evitarlo, debemos decrecer de manera justa y democrática (Turiel). Tenemos que eliminar el gasto superfluo de energía, renunciar a cosas, ser más lentos y abrazar un empobrecimiento voluntario (Riechmann). Esto significa que necesitamos una transformación súbita, revolucionaria, de nuestra sociedad. Y, por supuesto, de nosotros mismos.

Este cambio social debe ir acompañado de un cambio cultural. Y he aquí la cuestión: esos valores que nos demandan los tiempos que corren ya se encontraban en los clásicos grecolatinos, así como en los áureos: sobriedad, equilibrio, moderación, mesura, auto-contención, eco-dependencia, espiritualidad y amor. Necesitamos una sublevación personal que nos desconfine de nosotros mismos y nos abra al mundo (G. García). Lo que nos urge es pensar en el bien común. Sentir que formamos parte de un todo. Ya lo decía Séneca: “Toti se inserens mundo”. Esos valores de los que hablo están cristalizados en códigos temáticos que han sobrevivido durante miles de años en el tiempo: los tópicos. Nos interesan, sobre todo, dos: el locus amoenus (asociado al beatus ille) y el carpe diem. Y esa es la materia de mi estudio. Su análisis en diacronía hasta la actualidad. La meta final es inculcar a los lectores un modelo de vida, y conseguir que actúen: que se maravillen ante el milagro de la existencia, de tal modo que se preocupen por preservarla. Sólo así, mediante la emoción, será más fácil que la ciudadanía se movilice para llevar a cabo la revolucionaria transformación energética, social y económica que necesitamos para evitar el colapso y la crisis climática.

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Efigies especulares: felicidad, política y poder

Efigies especulares: felicidad, política y poder

ARIEL SRIBMAN MITTELMAN

Una entrada anterior de este blog ofrecía una imagen de tiempos de Horacio; una foto en la que aparecían retratadas, espalda contra espalda, la felicidad privada y la pública en un momento áureo de la historia romana, y por tanto de la historia universal. Ese suave contacto de escápulas nos muestra los dos cuerpos de la felicidad componiendo un solo contorno; aparecen complementarios, mutuamente necesarios.

Apenas cuatro años separan la muerte de Horacio del nacimiento de Séneca. En De clementia (I, 8.2 y ss.), el cordobés nos sitúa frente a un cuadro diametralmente opuesto: las efigies han girado media vuelta y aparecen ahora enfrentadas. Ya no se complementan: se niegan mutuamente. De un lado, la felicidad del ciudadano privado. Del otro, el ciudadano privado de felicidad: el gobernante, el servidor público. “Puedo pasearme solo por cualquier parte de la ciudad sin temor alguno, aunque no me siga ninguna escolta, ni tenga en casa ni al lado ninguna espada; tú, en medio de la paz, has de vivir armado… Ésta es la servidumbre de la suprema grandeza: no poderse empequeñecer; pero esta imposibilidad te es común con los dioses (…) a ti te es tan difícil esconderte como al sol (…) en torno a ti hay mucha luz; ¿te imaginas que puedes salir simplemente? Tu salida es como la de un astro” (Séneca citado en Arce, p. 207).

En realidad, Séneca no hacía sino recoger una idea platónica: el griego había prescrito que los guardianes no poseerían propiedad alguna, les estaría vedado siquiera tocar el oro y la plata, su salario sería apenas suficiente para sustentarse y no podrían tener familia. Con todo esto, cuando “Adimanto le pregunta a Sócrates si los guardianes podrán en estas circunstancias ser felices, o si serán más bien como mercenarios, éste responde que no se debe mirar la felicidad de los guardianes, sino la de la ciudad entera, subordinando así el interés privado al público” (Botella et al., p. 22).

También Aristóteles postergaba la felicidad individual para ocuparse de la comunitaria. Así en su Política: “nuestro propósito consiste en conocer el mejor sistema de gobierno, y ése es con el que una ciudad puede ser especialmente feliz” (p. 340).

Pero volvamos a la imagen de las dos siluetas encaradas: la felicidad de la persona privada frente al desasosiego de la persona pública. La representación traza un arco sobre el milenio que separa a Roma de la Edad Moderna y se hace máxima en el Enrique IV de Shakespeare: “Inquieta vive la testa que porta corona”.

Si Shakespeare se sirvió de la política para dar contenido a su impulso poético, Ortega y Gasset aplicó su soberanía sobre el lenguaje a formular con elegancia superlativa su pensamiento político. Y en el corazón del mismo, la felicidad. O más exactamente, la decepcionante espera de la felicidad: “el hombre moderno ha puesto su pecho en las barricadas de la revolución, demostrando así inequívocamente que esperaba de la política la felicidad. Cuando llega el ocaso de las revoluciones, parece a las gentes este fervor de las generaciones anteriores una evidente aberración de la perspectiva sentimental. La política no es cosa que pueda ser exaltada a tan alto rango de esperanzas y respetos” (Ortega y Gasset, 1966, pp. 219-220).

En el comienzo y en el final de esta historia bimilenaria nos habla una misma voz. Esto es que la felicidad no tiene un tiempo. Sí, en cambio, tiene un espacio: lejos de las barricadas, “a la sombra ejemplar de los parrales”.

 REFERENCIAS

Arce, Javier. “Roma”. En Fernando Vallespín (ed.), Historia de la Teoría Política, 1. Madrid: Alianza, 2002.

Aristóteles. Política. Madrid: Alianza, 2015.

Botella, Juan; Cañeque, Carlos y Gonzalo, Eduardo. El pensamiento político en sus textos. De Platón a Marx. Madrid: Tecnos, 1994.

Ortega y Gasset, José. El ocaso de las revoluciones. En Obras Completas, T. III (1917-1928). Madrid: Revista de Occidente, 1966 (sexta edición).

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