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Universidad de Salamanca
La felicidad en la Historia (FELHIS)
Blog de divulgación del proyecto «La felicidad en la Historia: de Roma a nuestros días. Análisis de los discursos»
 
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Felicreatividad

Felicreatividad

RAFAEL PONTES VELASCO

A Carmen Velasco de Dios

1. Felicreatividad: la felicidad vinculada a la creación

El Diccionario de la lengua española registra tres acepciones para la voz felicidad, procedente del latín felicitas,-atis: `1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física´; `2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad´; `3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad´. Dado que hoy es el Día de la madre, no podemos olvidar que la entrada de la palabra felicidad incluye la construcción felicidades, definida sucintamente como `1. interj. U. para expresar felicitación o enhorabuena´.
La Base de datos morfológica del español, por su parte, señala que el adjetivo latino felix,icis significa `fecundo, fértil; feliz´. Los dos primeros calificativos se asocian con el verbo latino creare, descrito como `crear, producir de la nada; procrear, engendrar´. Este término es la base de nuestro crear, que la BDME identifica con `nutrir´.

De vuelta al DLE, nos interesa destacar la tercera, la quinta y la séptima acepciones de crear: `3. tr. Dar principio a algo como una empresa o a una familia´; `5. tr. Dar lugar a algo como consecuencia de una o varias acciones. Crearon un buen ambiente en la oficina. El tabaco crea adicción´; `7. tr. desus. criar (‖ nutrir)´. Notemos cómo la transitividad del verbo requiere argumentos –o hijos– que lo completen y complementen de manera directa.

La felicreatividad, acrónimo de mi invención, alude a la facultad de ser feliz por medio de la creación (artística o de otro tipo). Sus connotaciones apuntan a la nutrición, a ese amor que se transmite por medio de la madre, a su vez representante por antonomasia de esta acepción de familia que propone el diccionario académico: `2. f. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje´. Si seguimos la analogía y recordamos que el latín es la lengua madre del español, entenderemos que nuestro idioma será tanto más feliz cuanto menos se aleje y más se acerque a su origen culto, lo que se traduce –por ejemplo– en muchos de los neologismos que acuña.

La felicidad está relacionada etimológicamente con la fertilidad, con una creatividad de actitud maternal que nos proyecta hacia el futuro; también nos reconcilia con el pasado, si atendemos a la raíz indoeuropea que constata el Diccionario etimológico castellano en línea: deh(i), ascendente remoto del vocablo felicidad, significa `mamar, amamantar´. Esta acción recíproca, en cierto modo, reconduce a los hijos al paraíso perdido de su infancia primera y a las madres a un inolvidable momento de plenitud. Puede decirse, para terminar este leve epígrafe, que la felicidad construye un presente que en sí mismo engloba y genera tanto futuro como pasado.

2. Borges: el poeta que habría preferido ser un héroe

Como anunciaba una célebre serie de televisión de los años ochenta, la fama cuesta. El esfuerzo no garantiza la felicidad, pero constituye uno de los mejores caminos para saldar su precio. Jorge Luis Borges es un héroe de la literatura, en especial porque su modestia le hizo dudar de que sus composiciones pudiesen contrarrestar la muerte y el olvido. Prudente ante tales amenazas, en numerosas ocasiones manifestó que el destino del guerrero superaba al del escritor. En su poema “Dos versiones de Ritter, Tod und Teufel”, resume el antiguo dilema entre letras y armas: «Los caminos son dos. El de aquel hombre / de hierro y de soberbia, y que cabalga, / firme en su fe, por la dudosa selva / del mundo, entre las befas y la danza / inmóvil del Demonio y de la Muerte, / y el otro, el breve, el mío» (1981: 104).

En “Tankas” se reprocha por lo que consideraba una vida poco heroica, consciente de la vanidad del literato: «No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas» (1981: 107). Acentúa esta autodesaprobación en dos poemas en los que su figura se ve empequeñecida ante las de sus predecesores: “Los Borges” – «Nada o muy poco sé de mis mayores / portugueses, los Borges: vaga gente / que prosigue en mi carne, oscuramente, / sus hábitos, rigores y temores. / (…) Mejor así. Cumplida la faena, / son Portugal, son la famosa gente / que forzó las murallas del Oriente / y se dio al mar y al otro mar de arena» (1997: 95) – y “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74)”: «Está en lo cotidiano, en la batalla. / Alto lo dejo en su épico universo / y casi no tocado por el verso» (1981: 32).

En “Junio 1968”, el poeta se juzga y se siente juzgado por la falta de valor que percibe en sí mismo: «(Ordenar bibliotecas es ejercer, / de un modo silencioso y modesto, / el arte de la crítica.) / El hombre, que está ciego, / sabe que ya no podrá descifrar / los hermosos volúmenes que maneja / y que no le ayudarán a escribir / el libro que lo justificará ante los otros» (1981: 101-102). En sentido amargo se identifica también con su Don Quijote, a quien caracteriza así en “Ni siquiera soy polvo”: «No quiero ser quien soy. La avara suerte / me ha deparado el siglo diecisiete, / el polvo y la rutina de Castilla, / (…) la soledad que va dejando el tiempo / (…) Soy hombre entrado en años. Una página / casual me reveló no usadas voces / que me buscaban, Amadís y Urganda» (1981: 141).

Pese a mostrarse tan decepcionado por su trayectoria vital como seducido por «la idea de unos hombres que no tenían nada de intelectuales, sino que vivían entregados a la lealtad, al valor y a una varonil sumisión al destino» (2010: 127), Borges también veía la lectura como una rama de la felicidad. En “El arte de contar historias”, texto de Arte poética. Seis conferencias, declara lo siguiente: «Hoy, cuando la gente habla de un final feliz, lo considera una mera condescendencia hacia el público o un recurso comercial; lo consideran artificioso. Pero durante siglos los hombres fueron capaces de creer sinceramente en la felicidad y en la victoria, aunque sentían la imprescindible dignidad de la derrota» (2010: 67). Su interpretación de El castillo de Franz Kafka preserva esta misma línea de descreimiento: «sabemos que el hombre nunca entrará en el castillo. Es decir, no podemos creer de verdad en la felicidad y en el triunfo. Y quizá ésta sea una de las miserias de nuestro tiempo. (…) Kafka (…) quería escribir un libro feliz y victorioso, y se daba cuenta de que le era imposible» (2010: 68).
La escritura quizá no vence a la muerte ni nos libera de sus hilos, pero ofrece resistencia. Este don, tal vez transitorio, no es poca cosa y suele pagarse caro. La inspiración conlleva, más pronto que tarde, un infortunio compensatorio. El premio final reside en la disolución del ego, en la admisión de la voz propia en el coro. El hallazgo personal solo se cumple en su totalidad cuando se funde con el colectivo. En “Borges y yo”, el poeta argentino explicita así esta paradoja: «yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición» (1997: 61-62). En esta fusión estriba la importancia de compartir dudas y conocimientos, tarea propia de la cultura: «considero la literatura como una especie de colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra, enriquece el libro. Y sucede lo mismo cuando se da una conferencia» (2010: 142-143).

Por tanto, el mundo de las letras no exime la posibilidad de ser feliz. En “La muralla y los libros”, nuestro autor lo recuerda con este párrafo: «La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético» (1996: 13).

En su conferencia “¿Qué es la poesía?”, Borges compara las lecturas obligatorias en la academia con el torpe postulado de una dicha impuesta. En su reivindicación de la literatura como «forma de felicidad», alaba un poema de Quevedo cuando afirma que «los versos son felices porque son ambiguos» (1977). Por ende, sugiere que la felicidad será paradójica o no será. Posiblemente no haya recetas que la propicien, pero sus ingredientes deben aceptar el misterio, la flexibilidad y la ausencia de rigidez. Contiene renuncia y sacrificio en la medida en que exige la incompletud que da cabida al deseo.

Dicho con otras palabras, tiene que faltar algo para que se produzca la felicidad, que en sí misma no puede ser completa. No es compatible con la euforia ni con el conformismo, que son sus extremos, si bien en algunos momentos se parece a la satisfacción. Fluye casi en una milésima eterna, como se refleja en la elección de estas frases en el “Prólogo” con que presenta el volumen Antología poética: «Lo he compilado hedónicamente: sólo he recogido lo que me agrada o lo que me agradaba en el instante en que lo elegí» (1981: 8). La noción de felicreatividad implica una sensación semejante.

En “Otro poema de los dones”, Borges da las gracias «por el valor y la felicidad de los otros” (1981: 83). En “Credo de poeta”, afirma «que la felicidad del lector es mayor que la del escritor, pues el lector no tiene por qué sentir preocupaciones ni angustia: sólo aspira a la felicidad. Y la felicidad, cuando eres lector, es frecuente» (2010: 122-123). De hecho, reconoce que antes de leer a Walt Whitman fue «un joven muy desdichado. Supongo que los jóvenes son aficionados a la infelicidad (…). Entonces descubrí a un autor que, sin duda, era un hombre muy feliz» (2010: 126).

La conclusión de este segundo epígrafe es que el destino del poeta no está desligado del heroísmo: «Si he alcanzado la felicidad de escribir cuatro o cinco páginas tolerables después de escribir quince volúmenes intolerables, logré esa proeza no sólo a través de muchos años sino también gracias al método de la tentativa y el error» (2010: 132).

3. La madre como destinataria de la felicidad

Borges, en su poema “El remordimiento”, nos da la clave:

He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

la sombra de haber sido un desdichado. (1998: 498).

En una entrevista televisiva realizada por Antonio Carrizo, Borges lamenta no haber guardado el deseo de su madre: «Debiera haber sido feliz no para mí, sino para ella» (1979). En su defensa podemos aducir que quizá la felicidad no exista y, por tanto, no fuera su culpa. Tal vez, a semejanza de la energía, la felicidad se transforma. Añado que también se crea y se destruye. Por otro lado, lo peor que suele sucederle a la felicidad es que se materialicen los anhelos. Este oxímoron insinúa que no se plasman en la realidad con la exactitud esperada, o que su cumplimiento nos deja vacíos. Conócete a ti mismo, nos aconseja el aforismo griego, pero qué hago si me conozco y no me gusta cómo soy. La respuesta es la aceptación. Borges finalmente acepta que fue feliz todos los días de su vida, al menos durante algunos instantes, y que la felicidad no supone una obligación con uno mismo, sino con los demás: «Quizá porque ya no veo la felicidad como algo inalcanzable, ahora sé que la felicidad puede ocurrir en cualquier momento y que no se debe perseguir» (1986: 86).

El paraíso perdido es el vientre materno. Aristóteles había observado que el ser humano requiere un largo cuidado maternal en comparación con otras especies. La separación de la madre, temprana en los niños espartanos que se preparaban para ser soldados, se concibe a nuestros ojos como infelicidad o alejamiento del cielo infantil para entrar en el infierno de la guerra. Platón, en La república, se muestra partidario de esta abnegación: «Por ello, amigo, hay que dar alas a los niños desde su primera infancia a fin de que, cuando sea preciso, se retiren en vuelo» (2018: 364). La felicidad platónica se dirigía al ordenamiento eficaz del Estado, basado en la fuerte renuncia personal que debían realizar los guardianes del mismo. No se corresponde necesariamente con la felicidad individual, pese a que Platón concluye su tratado con la promesa de la dicha: «si os atenéis a lo que os digo y creéis que el alma es inmortal y capaz de sostener todos los males y todos los bienes, iremos siempre por el camino de lo alto y practicaremos de todas formas la justicia, juntamente con la inteligencia, para que (…) acá, y también en el viaje de mil años que hemos descrito, seamos felices» (2018: 679-680). Esta perspectiva suscita al menos dos preguntas: ¿qué es más probable, que todos seamos felices o que nadie lo sea?; ¿la felicidad de un solo individuo redimiría a la humanidad, o viceversa?

En todo caso, es admirable que el Día de la madre coincida hoy con el Día del trabajador. No solo por las fatigosas labores que exige la maternidad, sino también porque en el trabajo reside una parte de las horas felices, sobre todo cuando lo asumimos como un ámbito en el que podemos aplicar cualidades que la tradición interpreta como maternales: la empatía, la comprensión, la vocación de servicio. Cuando en 1954 se agravaron los problemas oculares de Borges, su madre respondió a una misiva de su prima Esther Haedo de Amorim:

Tu carta me distrajo unos momentos de la terrible preocupación en que estoy: Georgie ha vuelto a sentir su vista (el único ojo que tiene) y está en tratamiento, veremos si salimos a la otra orilla. Por tres meses, dice el médico, no debe leer ni escribir, es lo que más le duele, pero ya sabes lo que es él, no lo demuestra y sigue siempre de broma; he vuelto a leerle y me dicta lo que quiere escribir. (25/04/2001)

Después de que su hijo perdiera la visión por completo, Leonor Acevedo se convirtió en el eje y pilar tanto de su estado anímico como de su obra literaria. Lo atendía a diario y lo acompañaba, en calidad de secretaria, a los compromisos y eventos sociales: «Me siento tan necesaria que tiemblo a la idea de enfermarme o que la vejez haga de las suyas, ya que ahora soy sus ojos; me parece que mi vida ha vuelto atrás, cuando era los ojos y las manos de mi Jorge». La madre le leía textos ajenos y le escribía los propios durante la edad madura, a manera de homenaje a las progenitoras que narran los primeros cuentos a sus pequeños. El tributo con que la recompensa su hijo se titula “A Leonor Acevedo de Borges”:

Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos. Yo recibía regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije; la niñez es tímida. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores—los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas—, tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas del Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, Madre, vos misma. Aquí estamos hablando de los dos, et tout le rest est littérature, como escribió, con excelente literatura, Verlaine. (2011:7)

En definitiva, tenemos la obligación de ser felices para hacer feliz a la figura materna. Debemos devolverle la felicidad que nos procuró, procura y procurará. Ella es la verdadera creadora. Feliz día de la madre.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ACEVEDO, Leonor (25/04/2001). “En sus cartas, la madre de Borges cuenta cómo su hijo quedó ciego”, Clarín, https://www.clarin.com/sociedad/cartas-madre-borges-cuenta-hijo-quedo-ciego_0_BJBxS_gAFl.html [Abril de 2022].

BDME TIP. Plataforma web para el estudio morfogenético del léxico, https://bdme.iatext.es/ [Abril de 2022].

BORGES, Jorge Luis (1977). ¿Qué es la poesía?: conferencia de Jorge Luis Borges (Siete noches V), https://www.youtube.com/watch?v=O4t8gafps3A [Abril de 2022].

——- (1981). Antología poética (1923-1977), Madrid, Alianza.

——- (1996). Otras inquisiciones, en Obras completas II (1952-1972), Buenos Aires, Emecé.

——- (1997). El hacedor, Madrid, Alianza.

——- (1998). La moneda de hierro, en Obra poética (1923-1985), Buenos Aires, Emecé.

——- (2010). Arte poética. Seis conferencias, Barcelona, Crítica.

——- (2011). Poesía completa, Barcelona, Lumen.

BORGES, Jorge Luis y CARRIZO, Antonio (1979). Antonio Carrizo entrevista a Jorge Luis Borges, https://www.youtube.com/watch?v=dUZJGhPqspQ [Abril de 2022].

BORGES, Jorge Luis y VERDUGO FUENTES, Waldemar (1986). En voz de Borges: conversaciones con Jorge Luis Borges, México, Offset.

PLATÓN (2018). La república, Madrid, Alianza.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2014). Diccionario de la lengua española, 23 ed., https://dle.rae.es [Abril de 2022].

VV. AA. Diccionario etimológico castellano en línea, http://etimologias.dechile.net/PIE/?dhei [Abril de 2022].

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