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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

En 7 de septiembre

 

Hoy es el día en que oficialmente se debe recordar al grupo musical más mítico, aquel que, como siempre se cuenta, vendió por primera vez un millón de ejemplares de un álbum (sin contar las copias, que son otra cosa, y de las cuales también se harían muchas), el que más abarrotaba los estadios cuando la humanidad tenía permiso para apretujarse. Mecano ha perdurado no solo como banda sonora oficial de la Nochevieja, sino como esencia de la generación EGB, además de contar con el aprecio de alguna generación anterior y posterior, que aún disfruta con Ana y celebra que Nacho descienda ocasionalmente al Madrid de los mortales (de su hermano siempre se sabe poco). Mecano es eso que se llamó pop, con todas sus virtudes y sus defectos, y se observa en sus letras, que son eminentemente populares, al menos en dos sentidos (no procede discutir sobre el político). En ellas, junto al ocasional verso vanguardista de Gertrude Stein (“una rosa es una rosa es una rosa”), florece constantemente el habla coloquial, por la que se hace real todo eso que vivimos.

Un título como Hoy no me puedo levantar, que después de cuarenta años puede resultarnos tan rutinario como los arcos de la puerta de Alcalá, supone una revolución difícil de igualar: ¿es posible una esencialización mayor de lo cotidiano en un simple verso? Es que ni siquiera coloca el clítico al final de la perífrasis (Hoy no puedo levantarme), lo que daría cierto tono más escritural y destruiría esa perfecta coloquialidad del enunciado; las palabras son, sin duda, las de alguien que no se puede levantar, y no precisamente por un problema de salud, sino por las razones que explica la canción. El joven de principios de los 80 hubo de sentirse absolutamente reflejado. Decir que las letras de Mecano son malastontas o superficiales es como decir lo mismo de las de los Beatles: implica no entender el contexto (en todas sus facetas y grados de especificidad, incluyendo el contexto histórico) y el propósito de sus creaciones. Es casi tan ridículo como buscar expresiones discriminatorias en ellas (aunque esto puede servir, desde luego, para que artistas de un cuarto de pelo se hagan publicidad en un concurso televisivo). Su grandeza sobrevivirá a los zarandeos del tiempo y a las polémicas de los medios. La magia hace que Hawái y Bombay ya estén unidos para siempre, sin tener nada que ver (y sin que podamos asegurar que sean dos paraísos, en particular el segundo). 

En otra entrada hicimos ya alusión a ese “tú contestastes que no”, casi tan mítico en los anales del prescriptivismo musical como los laísmos de Cecilia; y hoy mismo me he encontrado un titular clickbait (mordí, claro) sobre los versos más delirantes de Jose y Nacho. La verdad es que ambos son responsables de un buen número de genialidades que ya pertenecen a la cultura colectiva, como “entre gritos y pitos, los españolitos, enormes, bajitos”; “a la luz del flexo / nos damos un bexo” (enorme creatividad la de este último término); “la cara vista es un anuncio de Signal” (hermosísimo), o, siguiendo con la odontología, metáforas en verdadero salto mortal como “soy un diente sin encía”. Estos y otros muchos pasajes solo harán sonrojarse a quien haya perdido la magia de la juventud (o a quien nunca la tuvo: los mileniales). Lo único que demuestra el éxito de esas canciones pretendidamente chorras es, primero, que lo importante es que la letra “pegue” con la música; la exigencia de altura lírica no puede ser la misma que con la poesía propiamente dicha (del mismo modo que muchos intentos de musicar poemas preexistentes resultan poco exitosos, por brillante que sea el texto base). Segundo, que los oyentes, como los hablantes, somos muchas personas a la vez, y que el profesor de Lengua puede optar por oír las canciones de Mecano como inquisidor de la gramática o como ser que siente (“se siente: / ahora juego de suplente”). Seguramente, los resultados serán más fructíferos en este último caso.

Vale, es cierto que lo de “No hay marcha en Nueva York / y los jamones son de York” ya era algo forzado, como en una poesía de colegio. Y, aun así, qué maravilla volver a ser niños gracias a un simple verso.

 

 

maaijon

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