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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Solo otra vez

 

SirenaEstos días, los medios nos han entretenido (distraído, como siempre) con el enésimo capítulo de la polémica de solo y, lo que es peor, de los pronombres demostrativos, que supuestamente estaban ya destildados al menos desde los años 50 del pasado siglo. Versión sensacionalista: ante las insoportables presiones de todos los organismos internacionales, las Academias se retractan y reponen la tilde en solo cuando es adverbio. Versión real: se vuelve al criterio anterior a la Ortografía de 2010 y que en la práctica no ha dejado de seguirse, es decir, se puede poner la tilde si se percibe riesgo de ambigüedad, aunque de modo general no se considera correcta. Lo de la ambigüedad, desde luego, es un argumento bastante endeble; primero, porque el que un mensaje sea ambiguo depende en realidad de quien lo escucha o lo lee; segundo, porque en las lenguas la ambigüedad es la norma y no la excepción. Hay pocas palabras que solo tengan un significado, pero se da por supuesto (quizá sea mucho suponer) que normalmente seremos capaces de inferir la interpretación más relevante de acuerdo con el contexto, y no hace falta inventarse grafías especiales para cada acepción. La palabra bajo, bien por polisemia o por homonimia, puede funcionar como adjetivo (un chico bajo), sustantivo (vive en un bajo; toca el bajo), adverbio (habla muy bajo), verbo (ahora bajo) o preposición (está bajo la mesa), y a nadie se le ocurre proponer que se escriba de cinco formas distintas para evitar la ambigüedad. Pero ya se sabe que cualquier mínimo cambio encontrará oposición; la norma gráfica es lo más universal que tiene el español y, probablemente, una de las principales razones de que mantenga una relativa homogeneidad a lo largo del mundo. Pero, por la misma razón, parece arriesgado introducir la mera intuición personal como criterio válido para acentuar algunas palabras.

Lo más divertido es observar las pasiones que levanta un simple signo gráfico que, en la comunicación cotidiana, muchas personas ni siquiera se molestan en escribir, ni tampoco exigen a otros (excepto cuando se trata, por ejemplo, de despellejar en las redes sociales). Eso sí, en el momento en que nos dicen que se suprime una tilde que antes se debía escribir, dicha tilde se convierte en algo tan propio, cultural y necesario como la paella, el fútbol o el puente de la Constitución. Y así, en una época en que imperan la ignorancia y, sobre todo, el desprecio de las normas sociales (que no otra cosa es la ortografía), las únicas tildes que pone todo el mundo son las de solo, los demostrativos y guion (y similares “falsos hiatos” que en realidad deberían ser monosílabos). En parte, puede deberse a ese resentimiento, confeso a medias, de quienes tuvieron que dedicar años de su formación a dominar las reglas y ahora no están dispuestos a aceptar que a las nuevas generaciones se les facilite la tarea; como si las nuevas generaciones no tuvieran ya bastante desgracia con las actuales leyes de educación y el sistema de evaluación por competencias. Pero, sobre todo, se percibe esa asunción de que hay que defender lo nuestro, cuando seguramente se trata de los aspectos más accesorios e irrelevantes de lo nuestro, como cuando se pensaba que los ordenadores e Internet acabarían con la eñe, que por suerte sigue gozando de buena salud.

Parece que los profesores de Lengua, y no todos, somos prácticamente los únicos que apoyamos o, al menos, comprendemos el sacrificio de esas tildes que constituyen casos especiales. Ello es porque somos conscientes de que la ortografía no es más que una convención, no algo natural ni lógico; como tal convención, lo deseable es que sea lo más sistemática posible, en lugar de obligar a memorizar casos particulares que solo afectan a una o unas pocas palabras. Y, si hay un aspecto en el que se puede alcanzar esa sistematicidad, es el de la acentuación: solo no es más que una palabra llana acabada en vocal y, por lo tanto, debería seguir la misma norma que los miles y miles de palabras del mismo tipo. Pero está claro que esta postura, que para nosotros es tan razonable, nos separa del resto de la sociedad, empezando por los propios escritores e intelectuales que parecen haber convertido esta cuestión en una cruzada personal. Como dijo William Wallace, podrán quitarnos la vida, pero no nos quitarán la tilde de solo. En fin, que hagan lo que quieran; solo (sólo) es una tilde.

 

maaijon

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Una respuesta para Solo otra vez

  1. Christian_M 17 marzo, 2023 en 17:01 #

    Lo toman como una cuestión personal, pero sóóólo es una forma de escribir y no es lo importante.

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