Sistema de blogs Diarium
Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Siete (des)encuentros con Miguel de Cervantes

 

Seguramente, todo hablante de español tiene su relación personal con Cervantes, más lejana o más cercana, que además puede sufrir altibajos y evolucionar a lo largo de los años. Aquí van siete observaciones o anécdotas que en mi caso forman parte de esa relación, y que quizá pueden ofrecer alguna visión no del todo manida de un autor sobre el cual, de todas formas, parece imposible decir algo que no se haya dicho ya. De paso, nos ahorraremos el consabido acto solemne de 23 de abril en que insignes personalidades de la política van subiendo al estrado para leer una frase de un libro que, en algunos casos, les sonará del colegio (y, como casi todo va a peor, lo más esperable es que a partir de ahora tales actos se lleven a cabo por videoconferencia).

1. Cervantes escribe mal. Hace muchos años, el profesor Francisco Rico, seguramente el mayor experto mundial en el Quijote, impartió en la Universidad de Salamanca una conferencia con el significativo título “Pidió las llaves a la sobrina del aposento”. Esta curiosa construcción es solo un ejemplo de los anacolutos y las discordancias gramaticales que plagan los textos cervantinos (también era leísta y laísta, pero esto pasa en las mejores familias madrileñas), rasgos que, desde luego, se hallan muy lejos de los virtuosos hipérbatos de un Góngora. Son, obviamente, el resultado de escribir sobre la marcha y de no querer o no poder editar posteriormente lo escrito; hoy en día, gracias a Word, los perfeccionistas podemos invertir tres horas en reformular cada frase, y aun así, o quizá por ello mismo, la mayoría no vamos a pasar a la historia del arte verbal. Por muchas pasiones que despierte este autor por otros motivos, hay que reconocer que no está a la altura de los grandes narradores de la lengua española; su estilo tiende a ser farragoso, con oraciones largas en que se multiplican las subordinadas y los incisos, y resulta fácil perder el hilo del discurso, más aún cuando la lengua del lector es cuatro siglos posterior. Profesores de Bachillerato: enseñad a Cervantes, proporcionad fragmentos interesantes a vuestros alumnos, pero no los obliguéis a leer textos completos.

2. Cervantes es el mejor psicólogo de la historia. La grandeza de su obra cumbre, y en menor medida de otras, es la comprensión profunda y la elaboración artística de todo aquello que supone ser humano: las aspiraciones, los miedos, la necesidad de sobrevivir; esa conjunción indisoluble del bien y el mal que somos todos. Hay un largo camino de imperfección desde ese superhéroe que es el Rodrigo del Cantar, adornado de todas las posibles virtudes (y que, con la decadencia contemporánea de la humanidad, resurgirá en Superman o en Cristiano Ronaldo) hasta esos seres torpes, vulgares, dolorosamente reales que son don Quijote y Sancho. Los cuales, además, van transmutándose el uno en el otro, como todo el mundo sabe, hasta que la desaparición de la supuesta enajenación mental del primero hace que su vida ya no tenga sentido. Así, cualquier línea de la novela resulta ser una máxima sobre la propia existencia en el mundo.

3. Cervantes no es real. Y no me refiero solo a las muy diversas teorías sobre su existencia y su identidad, si bien estas, en el fondo, también apuntan al mismo hecho: él mismo, con independencia de su posible realidad física, se convirtió en un personaje de ficción. Junto a la profundización psicológica apuntada arriba, el otro aspecto que hace de su obra algo universal es la fusión entre los planos de la realidad y la fantasía que, desde nuestra vulgar perspectiva adulta y positivista, tendemos a percibir como claramente delimitados. Cuando el cura y el barbero se dedican a hacer limpieza en la biblioteca de don Quijote, aparece entre sus manos La Galatea, novela pastoril de un tal Miguel de Cervantes que, irónicamente, se salva del fuego. El propio autor aparece en otro momento recorriendo el Alcaná de Toledo para encontrarse con el manuscrito de un historiador árabe, tan real como él, que narra las aventuras de un caballero manchego. En una narración diferente, nos presenta un diálogo entre dos personajes en el que se inserta un diálogo entre otros dos, los cuales son perros, pero a esas alturas ya no estamos en condiciones de cuestionar que los perros sean capaces de dialogar. Cervantes es, pues, tan ficticio como sus personajes y como nosotros mismos; solo existimos en las palabras.

4. Cervantes no quería que supiéramos cuál era el lugar de La Mancha. Los esfuerzos de tantos investigadores por identificar la localidad en la que se inspiró el autor para ambientar su obra más célebre (más o menos igual de productivos como los de otros por averiguar si La Celestina transcurre en Salamanca o en Alcalá de Henares), junto a la obsesión publicitaria de muchos ayuntamientos del sur de la meseta por demostrar que fue en esta casa o en aquella otra donde nació y vivió el hidalgo, olvidan el hecho de que la voz narrativa no quiere (esto es, no consigue) acordarse de su nombre. Como en el punto anterior, nuestra pretensión de delimitar lo real y lo fantástico, en este caso buscando correspondencias entre lo que creemos fantástico y lo que estimamos real, resulta bastante ridícula desde el punto de vista de un autor que nos lleva mucha ventaja a la mayoría.

5. Cervantes era pobre. A diferencia de lo ocurrido con, por ejemplo, J. K. Rowling, antiguamente quien escribía una obra muy popular no se convertía necesariamente en multimillonario. De hecho, la figura del escritor que vive de lo que escribe fue algo prácticamente inaudito hasta tiempos recientes (actualmente vuelve a serlo, por otras razones); a las letras se dedicaban generalmente los nobles, que no tenían que trabajar, quienes conseguían el apoyo de un mecenas o, en general, quienes ya tenían la vida resuelta por algún motivo. Esto, quizá, lleva a matizar la afirmación contemporánea (muy loable como ideal, desde luego) de que los artistas tienen que vivir de su trabajo; quien quiera crear arte lo hará siempre, aunque no pueda vivir de ello, del mismo modo que otros viven y vivirán muy bien a base de crear cosas que solo pueden considerarse arte a partir de un criterio muy laxo.

6. Cervantes sabe que el lenguaje es un recurso de estilo. Cuando don Quijote dice “¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas!” (primera parte, capítulo VIII), está utilizando formas propias del castellano medieval que conocía gracias a sus lecturas habituales, y que le permiten construir su propia identidad de caballero andante; desempeñan, en este sentido, la misma función que la armadura, el rocín flaco y el fiel escudero. Siempre podemos preguntarnos (y no me cabe duda de que el autor quiere que nos lo preguntemos) si las burlas y la incomprensión que suscita este personaje absurdo se deben únicamente a su lenguaje, su vestimenta y sus acciones, o también tienen que ver con su lucha incansable por el amor y la justicia, por la defensa desinteresada de los pobres y débiles, ideales ya obsoletos en su tiempo. Otra genialidad que nos obliga a perdonar cualquier anacoluto.

7. Cervantes tenía seis dientes en 1613. No hace mucho, este dato pintoresco fue objeto de una pregunta en un conocido concurso televisivo. Tal pregunta no es tan absurda, en realidad, si uno conoce el prólogo de las Novelas ejemplares, publicadas justamente ese año, en el que el autor afirma, entre otras cosas, que sus dientes no son “ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros”. El concursante no supo resolver el enigma; quizá no se debiera tanto a su escasa brillantez, que él mismo había podido certificar durante mucho tiempo en otro concurso, como al hecho evidente de que no todo el mundo tiene obligación de recordar los detalles del prólogo de las Novelas ejemplares. Quizá sea más importante subrayar el hecho de que, en plena era TikTok, se pueda seguir mencionando a Miguel de Cervantes en el discurso televisivo y, además, en prime time.

De regalo, una última observación: Cervantes no es don Miguel, aunque muchas veces lo llamen así. Hoy en día cualquiera pueda utilizar títulos nobiliarios como don y doña, pero en sus tiempos no se le habría permitido hacer lo mismo a este genio de origen converso.

 

maaijon

, , , , , ,

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario


*

Política de privacidad
Studii Salmantini. Campus de excelencia internacional