Sistema de blogs Diarium
Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Esto no es una entrada de un blog: es una pipa

René Magritte

 

Hace tiempo publiqué aquí un texto titulado “Esto es, en plan, una entrada de un blog”, cuyo objeto era, por supuesto, reflexionar sobre la muletilla o marcador conversacional en plan, por entonces rasgo inequívoco y omnipresente del habla juvenil y que, como todo en el habla juvenil, a estas alturas ya habrá sido erradicada por completo (tengo que acordarme de actualizar mis apuntes de clase con la expresión que esté de moda estos días, aunque primero debería averiguar cuál es). La velocidad con que se renueva el discurso de los adolescentes solo encuentra parangón (no por casualidad, evidentemente) en el ámbito de Internet y las redes sociales; próximamente abordaremos el problema que puede suponer el cambio de nombre de Twitter para un diccionario académico que abunda ya en términos de la misma familia.

Digresiones aparte, el encabezado del presente exabrupto viene a colación de la ola de invenciones léxicas que, sin el menor escrúpulo, están cambiando día a día la realidad delante de nuestros anestesiados ojos y oídos. Se trata, sin duda, de una estrategia tan vieja como el mundo; alguien dice “Ceci n’est pas un pipe” y no solo el dibujo de la pipa pierde toda conexión con una realidad, sino que la propia palabra se vacía de contenido; deja de existir el concepto que tomábamos como realidad sin serlo. Visto desde la perspectiva opuesta, vivimos encerrados en el lenguaje, cárcel sin puertas ni ventanas, y a quien quiere controlar el mundo le basta con controlar las palabras. Si repito suficientes veces (cf. Goebbels 1941) que mi perro es un gato, acabará siendo empíricamente (es decir, en mi mente, que es el único empirismo posible para todo ser humano) un gato. En la actual época de la desinformación instantánea y viral, nuestros gobernantes están llevando a extremos de auténtico virtuosismo este proceso de desconstrucción/reconstrucción. Si mentir ya es simplemente cambiar de opinión, está claro que la verdad ha muerto, si es que alguna vez fue algo más que una ilusión lingüística. “Quid est veritas?”, dice el prefecto mientras pone las manos a remojar, y en esas tres palabras condensa la base de todo totalitarismo: ninguna palabra es necesariamente verdad; la rosa tiene el mismo aroma si la llamamos crisantemo; y aquí están mis tanques y mis bombas, que esto sí es verdad.

Se podrían citar cientos de ejemplos de estos eufemismos que, desde luego, no son “formas distintas de decir lo mismo”, como hemos sostenido desde siempre. Ya dijo el sabio que los sinónimos son los padres. Pero, de todas formas, abundan por ahí y pueden consultarse fácilmente las listas elaboradas por otros, si bien a menudo parecen poco actualizadas (ese reajuste de plantilla), como mis apuntes sobre el lenguaje juvenil y el de Internet; porque esto es una maquinaria que no descansa ni de día ni de noche, y es fácil imaginarse los sótanos de la Moncloa y los de las sedes de los partidos llenas de empleados inventándose un diccionario alternativo a base de leer y releer de arriba abajo el DLE y las obras completas de Gómez de la Serna. Haré solo un humilde homenaje a una de mis genialidades favoritas: la de los fijos discontinuos, que obviamente no son parados ni desempleados ni redundantes (muy destacable aquí la ironía neoliberal anglosajona); son simplemente personas que pueden no estar trabajando mientras enuncio la expresión, pero que en cualquier caso pueden trabajar en algún otro momento y que, desde luego, poseen un puesto fijo, a ver si alguien va a pensar que esto es un mercado laboral de precariedad y tal. Se trata de una floritura verbal digna de los grandes próceres de las letras españolas, a la vez que posee ecos de ese humor de los chascarrillos sobre nuevas denominaciones para oficios de toda la vida: ingeniero de tratamiento de residuos urbanos y demás. Solo que ahora el chascarrillo es un término legal que aparece en el BOE, que los medios afectos y aun los no afectos al régimen difunden con entusiasmo, y que se debe utilizar obligatoriamente en el ámbito administrativo. A ver quién ríe el último.

Por ello, quizá lo único de la política actual que aún puede despertar una mínima curiosidad en el extenuado (eufemismo por asqueado) espectador es conocer las denominaciones oficiales que finalmente se decidirá otorgar a los inminentes procesos de amnistía y referéndum. Porque haberlos los habrá, eso es más que evidente; pero serán mucho más digeribles si nuestros genios culinarios de la palabra los emplatan como merece toda una final de MasterChef, que no otra cosa es ya nuestro ordenamiento jurídico. Propondría algunas ideas, pero para qué, si en esos metafóricos sótanos hay miles de asesores que cobran mucho más que un profesor de universidad o que cualquier persona que haya aprobado unas oposiciones. Por lo menos, que se ganen parte del sueldo; los demás, por cierto, quizá debamos ir preparándonos para un ajuste intersalarial solidario de reconstrucción territorial.

 

maaijon
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