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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Lamento ucranio

 

Las constantes y terribles informaciones que recibimos sobre la sangrienta invasión de Ucrania por parte de Rusia dejan, inevitablemente, su impronta en la comunicación cotidiana. Parecía imposible que la pandemia dejara de ser nuestro tema de conversación favorito, pero, al fin y al cabo, hace algo más de dos años tampoco podíamos imaginar que el tiempo y el fútbol retrocederían puestos en ese escalafón por una simple gripe que en España iba a tener, como mucho, uno o dos casos diagnosticados. Dejando aparte las discusiones sobre si es guerra o invasión y sobre si hay que mandar armas o seguir diciendo que no las mandamos, es curioso el esfuerzo que parecen estar realizando algunos medios de comunicación, con El País en vanguardia, por generalizar el uso del gentilicio ucranio, -a frente al que casi todos habíamos usado desde siempre. Y, así, ya estamos oyendo y leyendo a todas horas sobre refugiados ucranios que necesitan asilo, mujeres ucranias que se alistan en el ejército y un presidente ucranio que ha sorprendido por su firmeza ante la ofensiva.

A mí, ucranio me suena a esos errores que comete un niño de cuatro años y que suscitan las sonrisas condescendientes de los adultos. Pero lo cierto es que esta variante del gentilicio, como todo, está recogida en el diccionario de las Academias; por lo tanto, “existe” y a priori no se puede tachar a nadie de ignorante o de gramaticalmente inmaduro por utilizarla, del mismo modo que en Pasapalabra no se le podría tener en cuenta al gran Orestes como fallo (con /ll/ palatal lateral), para frustración de sus detractores. Tampoco aparece con ninguna de esas marcas de uso que emplea la lexicografía académica cuando se da cuenta de que algo “no es normal”, pero no sabe muy bien por qué, como vulg., p. us., desus. o fam. A pesar de todo, el diccionario tiene sus maneras de dar a entender las cosas, y todos sabemos que el hecho de que la entrada de ucranio remita a la de ucraniano es de por sí una indicación de que esta última se considera preferible o más habitual. Es, por cierto, lo que indica (o al menos indicaba en una nota reciente) la Fundéu, que la considera de uso mayoritario en el mundo hispánico.

Lo cual, sin duda, cambiará pronto, teniendo en cuenta el citado designio de poderosos grupos mediáticos y maniáticos, que son quienes verdaderamente marcan las líneas de eso que algunos llaman (sin sonrojarse) el uso culto. Acabará, pues, siendo ucraniano la que se considere una de tantas rarezas arcaicas que pululan por el repertorio léxico, sinónimo no recomendado de la mucho más natural y extendida ucranio. Que (y esto es lo importante) tiene la ventaja de simplificar la derivación gramatical, y con ella los procesos cognitivos que ponemos en juego. De hecho, cabe cuestionar la utilidad de tanto sufijo para formar gentilicios como tenemos en español: -ino, -és, -ense, -eño, -í, -ita, entre otros, cada uno de los cuales se combina con ciertos nombres de países, regiones y localidades sin que apenas se puedan detectar patrones recurrentes y sin que, por lo tanto, se pueda hacer mucho más que memorizarlos uno por uno. Si los naturales de Ucrania son ucranios, no hay motivo aparente por el que los de Zamora no puedan llamarse zamoros, los de Italia, italios, y los de Cuba, cubos. Los de Ecuador, por supuesto, serán ecuadoros, porque el sufijo de ecuatoriano puede ser difícil de explicar, pero lo que no tiene ningún sentido es esa -t- que parece dar a entender que antes que el español existió otra lengua en que los sonidos eran diferentes, o cualquier otra barbaridad que podría traumatizar a la ciudadanía si se enterara.

En fin, tampoco estaría de más preguntarse por qué los oriundos del actual país invasor son rusos y no rusios, más que nada por mantener la coherencia; que, como creo que dijo Oscar Wilde, tiene todo lo que le falta a la inteligencia.

 

maaijon

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