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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Once, cuarenta y tres

 

Cuando empecé a leerlo, me resultó desconcertante esa forma tan rara de escribir, todo a base de comas, pasaban las páginas y venga a poner comas, no había ni un punto hasta el final de cada capítulo, que además en ese libro no se llamaban capítulos sino libros, y casi me parecía aquello una tomadura de pelo, pero nos lo había mandado un profesor como lectura obligatoria para el tercer trimestre, yo estaba en primero de BUP, el Bachillerato de antes, que no se parecía en casi nada al de ahora, el caso es que tendría catorce años, a punto de cumplir quince, quizá ahora dirían que no es la edad más adecuada para leer eso, pero eran otros tiempos y no estaba tan de moda como ahora lo de cuestionar las decisiones de los profesores y preguntar,

y esto para qué sirve,

delante de toda la clase, no, no resultaría apropiado, así que había que pensar que, si el profesor nos había mandado leerlo, por algo sería, y nosotros, obedientemente, nos ocupamos de pedir que nos lo compraran o de conseguirlo por ahí, en la biblioteca municipal, por entonces tampoco había Internet ni podía uno descargarse los libros de cualquier página pirata, o leerse un resumen perpetrado por alguien casi tan ignorante como uno, era la época en que un escritor consagrado como aquel todavía podía ganar algo de dinero vendiendo libros, debió de ganar bastante, teniendo en cuenta lo famoso que era, un clásico vivo, y si encima lo ponían de lectura obligatoria en los colegios, pero también es verdad que en las fotos no tenía mucha pinta de rico, bueno, es que tenía muchos hijos, y en los cambios de clase los compañeros decían,

me he puesto a leerlo, pero es un rollo,

pero había que seguir leyéndolo, ya que, además de no haber Internet, tampoco había adaptaciones curriculares significativas, así que nadie podía librarse alegando dislexia o síndrome de Tourette, por no haber creo que no había ni informes sobre necesidades educativas, en fin, la cuestión es que yo seguía leyendo, alguien que quiere llegar a ser un lector de verdad no se amilana, bonita, ante un libro que no tiene ni doscientas páginas, y mientras tanto empezaba a darme cuenta de que aquello no se podía descalificar diciendo simplemente que era un rollo, todo lo contrario, había algo especial en aquella tomadura de pelo sin puntos, y en la que hasta los diálogos formaban parte de la frase general, y era que aquello fluía por sí mismo, era música, además de que no resultaba difícil, se entendía perfectamente lo que quería contar, pero qué bien lo contaba, siempre con la palabra que parecía que había que usar en ese momento, como si el texto se lo hubieran dictado Dios o las musas, qué gran riqueza todo ese vocabulario que un niño de ciudad nunca llegará a conocer a no ser que lea libros como este,

pero qué será eso de rutar, por el contexto parece que es hacer ruidos con la nariz o la boca,

decía, por la propia pereza de ir a mirarlo en el diccionario, y había muchas formas rurales, vulgarismos y alguna palabrota, también era muy gracioso cuando hablaban de la hache y decían que, aunque no sonara, no ponerla era falta de lesa gramática, por el contexto se podía entender lo que era lesa, pero lo más importante es cómo llegaba uno a sufrir las injusticias que sufrían los pobres, y qué despiadado era aquel señorito, no tenía ni un solo rasgo que lo redimiera, en fin, ese puede ser el principal defecto del libro para alguien que ya no tiene catorce o quince años y ha tenido tiempo de leer un poco más, el maniqueísmo de la historia, muy buenos contra muy malos, aunque ahora tampoco parece que estén los tiempos para sutilezas, y oye, qué regocijo en la última página, cuando el autor nos da lo que queremos, como en cualquier drama barroco en que al final el público recibe lo que estaba esperando, porque, como las paga el vulgo, es justo que se haga justicia, y yo sabía que volvería a leer aquel libro, ya solo esperaba que al profesor o a cualquier otro profesor no se le ocurriera proponer alguna de esas frases de treinta páginas como ejercicio de análisis sintáctico, porque eran otros tiempos y nadie se libraba de analizar, en fin, no creo que realmente llegara a temer eso, lo que sí me deprime un poco hoy en día es que un libro tan importante, tan clásico, que después he vuelto a leer varias veces, que seguramente merece figurar en todas las historias de la literatura, sea un poco más joven que yo.

 

maaijon

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