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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Baúl

 

Un aspecto del uso léxico que resulta de gran interés para el docente de Lengua es el que concierne a las que se suelen denominar palabras comodín o baúl. Esas que nos sirven para todo, porque apenas significan nada; esas que acaban haciendo innecesarias otras muchas que aportan diferencias y matices sutiles y que, por la misma razón, solo resultan adecuadas para mentes cultivadas y complejas. En realidad, ¿qué necesidad tenemos de conocer y utilizar habitualmente unas veinte mil o treinta mil palabras distintas, si con cien o doscientas es suficiente para entender una retransmisión futbolística (no digamos ya un mitin político)? En ocasiones, planteo a mis alumnos ejercicios como el siguiente. En cada expresión, se debe sustituir el verbo dar por otro más específico y adecuado al contexto (atención: solo hay que cambiar el verbo, no sustituir toda la construcción; y no se puede repetir ninguno):

 

dar ánimos

dar confianza

dar una beca

dar una paliza

dar la luz

dar lluvia (los meteorólogos)

dar escalofríos

dar clases

dar una noticia

 

Una persona de cierto nivel cultural debería hallar, en cada caso, al menos una unidad léxica que, en su competencia comunicativa, se encuentre asociada típicamente al objeto en cuestión, y que evite la vulgaridad que supondría repetir constantemente el genérico dar. Pero la pereza expresiva y cognitiva de que generalmente adolecemos favorece que un verbo hiperversátil como este acabe por adueñarse del discurso y relegar a los demás al cajón de los arcaísmos.

Baúl

Hoy en día, dos adjetivos parecen haber monopolizado los contextos en que se pretende enfatizar algo de manera positiva: se trata de increíble y brutal.  Enciendan la televisión durante diez segundos (como se sabe, una exposición más prolongada puede causar daños cerebrales irreversibles) y es casi seguro que oirán increíble o brutal al menos una vez. Si da la casualidad de que en ese momento se está emitiendo la información deportiva, o bien un programa de aspirantes a estrellas de la música, no deberían necesitar más de dos segundos. Y lo peor es que ninguno de los dos términos resulta en absoluto adecuado para este tipo de uso. Increíble es, simplemente, lo que no se puede creer (no implica juicio alguno sobre su bondad o maldad). Brutal ni siquiera debería ser aplicable a experiencias humanas, porque es lo propio de los brutos (animales irracionales, especialmente cuadrúpedos), aunque diariamente conozcamos cientos de casos de brutalidad en presuntas personas. El triunfo absoluto de ambos vocablos se comprueba cuando, en una memoria de prácticas docentes, una estudiante de Magisterio concluye que ha logrado “unos aprendizajes brutales”. Al leerlo, inmediatamente me dispuse a denunciar al centro de prácticas por maltrato físico. No obstante, recordé que, para quienes en el futuro habrán de enseñar a leer y escribir a nuestros hijos y nietos, brutal es lo que nosotros hubiéramos caracterizado, dependiendo del contexto, como brillante, espléndido, excelente, excelso, excepcional, incomparable, inmejorable, magnífico, maravilloso, privilegiado, prodigioso, soberbio… y decenas de posibilidades más, todas las cuales, lamentablemente, acabarán desapareciendo del léxico español, brutalmente asesinadas por brutal e increíble, que sin duda están to mejor.

Volviendo al estante, también ya casi despoblado, de los verbos, observamos que el único que necesitan muchos alumnos universitarios a la hora de componer sus textos es trabajar. Si bien resulta admirable (por atípica) esta pasión por el trabajo, es dudoso que convenga emplear tal verbo en cualquier contexto, y en detrimento de otros muchos que resultarían más escogidos y precisos. Además, a pesar de que, en principio, debería construirse como intransitivo (no trabajamos cosas; solo trabajamos, quienes lo hacemos), sus entusiastas promotores lo obligan a coaparecer sistemáticamente con un objeto directo. Sin ir más lejos, la alumna de más arriba había logrado sus aprendizajes brutales a base de trabajar diversas competencias con sus alumnos durante las prácticas. Tal actividad en grupo sirve para trabajar la empatía; cierta lectura, para trabajar los conocimientos culturales; la fiesta de fin de curso, para trabajar la convivencia con las familias. Es de suponer que, cuando dormimos, estamos trabajando el necesario descanso. Y, como casi siempre, los culpables últimos no son los estudiantes: es a la sociedad, con especial mención para buena parte del profesorado universitario (que se expresa igual o peor), a quien corresponde el mérito de trabajar esos vicios. Y, mientras aquí lo trabajamos todo, la inteligencia lleva mucho tiempo cobrando el subsidio por desempleo.

 

 

maaijon

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