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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Discordancia viene de corazón

 

En última instancia, así es. El latín cor, cordis ha dado lugar en español a una familia (más bien disfuncional, se diría) de palabras que, en muchos casos, apenas recuerdan ya su origen en el músculo más trabajador del cuerpo. Entre ellas hay algunas sorprendentes como recordar, que originalmente significaba ‘despertar’ (no por otro motivo sugiere Manrique que “Recuerde el alma dormida”), debido a la idea de que la consciencia residía en el corazón (como la memoria, y de ahí el sentido actual). Los saludos cordiales que enviamos al final de los correos, tan formales como parecen, son en realidad saludos del corazón (más transparente resulta el alemán herzliche Grüsse). Y la misericordia que caracteriza litúrgicamente al presente año es algo así como la capacidad de sentir en el corazón la miseria o tristeza de otros. Tanto nos ha gustado siempre expandir el cor con otros elementos morfológicos que tuvimos que elegir un extraño derivado para no llamarlo simplemente así, como la mayoría de las lenguas románicas. La secuencia cor existe hoy en forma de supermercado con diversos prefijos, pero parece ser que no tiene el mismo origen, a no ser que aluda al corazón de la sociedad consumista.

Lo que llama la atención es el descrédito que sufren en la actualidad otros miembros de la familia: concordia y concordancia, que, aunque no lo parezca, vienen a significar más o menos lo mismo: unión de corazones. Cabe preguntarse si la discordia imperante en nuestra época, el enfrentamiento constante, el aparente deseo de aniquilar a cualquiera que no piense como debería pensar (es decir, como Yo), no tendrá algo que ver con la proliferación de discordancias gramaticales en el discurso público. La hipótesis no es tan descabellada si pensamos que ambos males son eficientemente difundidos por la red social del pajarito y otros adelantos igual de nefastos, así como por los medios de comunicación, que ya no tienen nada interesante que contar si no es que alguien “ha incenciado las redes” con la estupidez de esta mañana (las redes deben de estar hechas de estopa, porque no dejan de incendiarse; véase alguna entrada futura sobre este fuego en el que han ardido nuestras neuronas).

Parece existir un corolario lingüístico de la ley de Murphy según el cual, si algo se puede decir mal, se dirá mal. Me encantaría preguntarles a esos comunicadores, políticos y figuras públicas en general que continuamente dicen y escriben cosas como “Se han detenido a tres sospechosos”, “En la reunión se hablaron de muchos temas” si, haciendo un pequeño esfuerzo de reflexión metalingüística (sin exagerar), realmente les suenan bien esas construcciones. O si lo que ocurre es que su empresa o partido, según los casos, les exige expresarse así, ya que, como se sabe, el uso de una lengua cuidada y coherente posee una elevada peligrosidad social: hace que la gente piense por sí misma. No levantéis la vista del móvil, niños; nadie os va a ofrecer nada mejor.

No nos engañemos: la corrupción del lenguaje es corrupción de la mente. Cada día vamos siendo un poco menos racionales; se observa en algo tan inocuo como los morfemas discordantes y en algo tan inicuo como las guerras. Crecen y se multiplican, pero desde luego no mueren. En fin, dado que la discordancia gramatical es una cuestión casi tan interesante como los dativos éticos, habrá que seguir hablando de ella en otras ocasiones. Debajo aparecen dos ejemplos, escogidos casi al azar y sin necesidad de buscar mucho.

 

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