La astronomía: De Mesopotamia a Copérnico

De Mesopotamia a la astronomía en la Salamanca del s. XV y XVI

catalogoptolomeo

La astronomía obtuvo un gran desarrollo la civilización helena, que supo asimilar y engrandecer los conocimientos mesopotámicos y egipcios. La mayoría de los libros de este periodo se han perdido, afortunadamente un astrónomo heleno, ya época romana, recopiló y amplió estos conocimientos en un libro que nos ha llegado hasta nosotros.

En el siglo II, desde la ciudad egipcia de Alejandría, Claudio Ptolomeo escribió Μαθηματικὴ Σύνταξις (Sintaxis matemática), el libro de astronomía más influyente durante los 1 400 años siguientes. Se tradujo del original griego al árabe en el siglo ix con el título Al-Majisti (‘el más grande’) o Almagesto. Fue prácticamente desconocido en Europa hasta que Gerardo de Cremona lo traduce del árabe al latín en Toledo (c. 1175).

En él se desarrolla el modelo geocéntrico tolemaico que describe ingeniosos métodos geométricos que permitían determinar las posiciones y trayectorias de los planetas, la predicción de eclipses y otros cálculos astronómicos. Suponía ocho esferas, con un planeta sobre cada una de ellas, considerándose tales: el Sol, la Luna y los cinco planetas visibles. En la octava esfera estaban las estrellas fijas. La Tierra ocupaba el centro.

Ptolomeo
El Almagesto incluía un catálogo con algo más de mil estrellas. De cada estrella se da su latitud, longitud, magnitud y una descripción. En este último apartado para 11 estrellas aparece su nombre propio; para al resto, siguiendo la tradición de Eratóstenes e Hiparco, una breve descripción de su posición relativa en cada constelación. Por ejemplo: a la estrella que hoy llamamos Denebola, la describe como “la estrella en el extremo de la cola”. Las posiciones tomaban como referencia su situación en el equinoccio del primer año del reinado de Antonino (año 138). Las estrellas se agrupaban en 48 constelaciones: 12 constelaciones zodiacales, 21 al norte de las zodiacales y 15 al sur. Estas últimas eran las visibles desde Alejandría, cuando se confeccionó el catálogo.

El catálogo de Ptolomeo fue mejorado en el mundo árabe, fundamentalmente por el astrónomo persa Al-Ṣūfī (903– 986), o Azophi, en forma latinizada. A él y a otros astrónomos árabes le debemos el nombre de muchas de las estrellas con nombre propio. Al-Ṣūfī recogió su trabajo en el libro titulado Kitāb al-Kawākib al-Thābitah (El libro de las estrellas fijas), que podemos considerarlo una actualización del Almagesto. Una de las características que hacen especialmente atractivo este libro es que las constelaciones aparecen dibujadas con sus estrellas (como ejemplo ver la Fig. 2), algo que no tenía el Almagesto. Una version más precisa de las posiciones de las estrellas las realizó Ulugh Beg, desde su observatorio de Samarkanda (en el actual Uzbekistán), que publicó en 1437. Habría que esperar a Tycho Brahe (1546-1601) para tener medidas mejores.

Ptolomeo y quienes le siguieron consideraban que los cielos influían en el mundo terrenal. Al menos hasta el siglo XVII astronomía y astrología eran indistinguibles. Muchos cálculos astronómicos se hicieron para apoyar a lo que hoy llamamos astrología. Para facilitarlos se crearon tablas y almanaques.
En el pensamiento medieval, y en el del propio Ptolomeo, la astronomía, representada por el Almagesto, y la astrología, representada por el Tetrabiblos, eran inseparables. La aplicación del Tetrabiblos requería de cálculos astronómicos que podían hacerse con los métodos descritos en el Almagesto, pero eran difíciles de realizar. En el mundo árabe se desarrollaron tablas que permitían realizar los cálculos del Almagesto de forma más sencilla. Parte del contenido de estas tablas llegarían a Europa a través de las Tablas toledanas, elaboradas en Toledo. Se le atribuye su realización a Azarquiel (Toledo, c. 1029-Sevilla, 1087), quien probablemente contó con un grupo de astrónomos. Se cree que estaban basadas en las obras de Al-Jwarizmi y Al-Battani. El original estaba en árabe, aunque no se conserva.

A Azarquiel también se le atribuye el almanaque más antiguo conocido. Los almanaques incluyen un amplio número de tablas que proporcionan las posiciones verdaderas diarias en longitud de los planetas clásicos (recordemos que incluyen el Sol, la Luna), a diferencia de las tablas, que suelen utilizar valores medios para largos intervalos y ecuaciones para interpolar a valores verdaderos. La elaboración de un almanaque era engorrosa, pues requería un enorme número de cálculos. Los almanaques frecuentemente tenían carácter de perpetuo, pues se podía asignar a cada planeta un ciclo de repetición.

El trabajo de Azarquiel tuvo continuidad también en Toledo, donde un grupo de astrónomos impulsados por Alfonso X El Sabio elaboraron entre 1263-1272 las Tablas alfonsíes, que al igual que las toledanas toman como referencia Toledo. El interés de Alfonso X por la astronomía era por su aplicación a la astrología, que era lo habitual en esa época.

Como otras tablas astronómicas, las Tablas alfonsíes incluyen unos cánones o reglas de uso, escritas en el castellano de la época. Fue su traducción al latín, particularmente la versión de París de Juan de Sajonia, realizada en la década de 1320, lo que permitió su introducción en Europa, donde tuvieron una amplia difusión.
Se convirtieron en el texto de referencia. Incluso después de De revolutionibus orbium coelestium, de Copérnico (1543), siguieron empleándose, puesto que De revolutionibus utilizaba un modelo geocéntrico complicado (seguían empleándose los epiciclos) que lo hacía poco útil para elaborar tablas. Habría que esperar a las Tabulae Rudolphinae, de Johannes Kepler de 1627, para ser superadas.

A pesar de tener su origen en la Castilla del siglo XIII, las Tablas alfonsíes no eran utilizadas en España hasta que fueron reintroducidas a mediados del siglo XV a través de la Universidad de Salamanca.

En 1460 se creó una cátedra de astrología en la Universidad de Salamanca, que, al igual que en otras Universidades, estaba asociada a la Medicina. Se consideraba que los distintos órganos eran más o menos propensos a ciertas patologías, influenciadas por la posición de los planetas en los signos zodiacales. También eran importantes las cartas natales.

Los catedráticos que la ocuparon y, sobre todo, la figura de Abraham Zacut, hicieron de Salamanca el centro de referencia de la astronomía/astrología en la segunda parte de siglo XV.

La cátedra de Astrología la ocupó desde 1469 a 1475 Diego Ortiz de Calzadilla, y desde 1476 a 1480, Fernando de Fontiveros. El siguiente fue Diego de Torres, quien estuvo vinculado a la Universidad de Salamanca desde 1469, encargándose de la catedra de Astronomía desde 1481 a 1495. Tras dejar la cátedra, asiste a la reina Isabel la Católica como médico, y probablemente asesoró en la confección del Tratado de Tordesillas. Diego de Torres es autor de dos obras de contenido eminentemente astrológico: el Opus Astrologicum , el libro de astrología dirigido a sus alumnos, y un librito referido al eclipse de Sol del 16 de marzo 1485. Pero este no fue el mas grande,  el que se pudo observar el 29 de julio de 1478 fue el mayor que se había visto y se verá desde Salamanca en milenios.

Ya en el siglo XVI la catedra de astronomía siguió desempeñando un papel destacado. Cuando Copérnico introdujo su modelo paso ha enseñarse en la Universidad de Salamanca, los estatutos decían que se enseñase el modelo copernicano  “a votación de los oyentes).

Esta historia ilustrada tuve la oportunidad de contarla en las clases que en Salamanca se dan en la Universidad de la Experiencia. Recientemente he sabido que quedó grabada. Debajo incluyo enlace a la grabación:

La astronomía: De Mesopotamia a Copérnico, con especial referencia a la Salamanca del s. XV.

https://youtu.be/rVMkX7-0Psg

 

guillermo
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