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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
The public life of words
 

Normalizar

 

Todo se normaliza en nuestro tiempo, y ese es quizá uno de los grandes problemas. Normalizar es ‘hacer normal’, y normal es ‘perteneciente o relativo a la norma’. De hecho, en lingüística hay un uso técnico de normalizar como ‘someter una lengua a una norma’, es decir, establecer un conjunto de criterios sobre formas correctas e incorrectas. No es difícil percibir la falacia inherente a la suposición de que lo correcto es lo normal. Tantas cosas se normalizan que, de hecho, se normaliza la aplicación a cualquier cosa de ese sufijo -izar, que además es ya prácticamente la única forma que tenemos de crear verbos nuevos en español. Y, así, se dice que se judicializa la política cuando los jueces hacen su trabajo de investigar la corrupción, la malversación, la sedición y el terrorismo, y que se politiza la justicia cuando las élites políticas consideran que son sus intereses económicos, sus cálculos electorales o incluso la satisfacción de sus necesidades básicas los criterios que deben regir la redacción de las leyes y su aplicación. Pero el sufijo es aplicable a cualquier sustantivo o adjetivo, además de hacer posible alargar los propios verbos (de ahí el famoso concretizar mencionado aquí), y se ha llegado a sugerir que hay quien desearía carvajalizar a Vinícius Jr.; la comprensión del neologismo requiere, obviamente, determinar una característica prominente de Dani Carvajal y de la que Vinícius pudiera carecer. No me queda claro cuál es, aunque del contexto en que se usa el término pudiera inferirse algo.

Si a priori no es fácil saber qué es lo Carvajal, no digamos ya decidir qué es lo normal. De ahí surge precisamente el problema: cualquier cosa puede ser normal si alguien, al menos alguien con poder suficiente, decide incorporarla a la norma. Y para ello no se requiere ninguna justificación objetiva. Esas dos expresiones citadas más arriba y perfectamente reversibles, judicializar la política y politizar la justicia, son un buen ejemplo de que hoy todo es cuestión de punto de vista y de que la única verdad objetiva (y lo único normal) es aquello que le parezca bien a cada uno, y en particular a las élites políticas, económicas y mediáticas, que siempre tienen ventaja cuando se trata de normalizar. Y, así, y por aludir únicamente a anécdotas de las últimas semanas (en la era de la infoxicación, una semana equivale a un siglo de los de antes), se normaliza que el poder ejecutivo acuse al poder judicial de servir a intereses políticos cada vez que sus sentencias no le dan la razón. Se normaliza que quienes ostentan los cargos de mayor responsabilidad se dediquen a insultar y bloquear a críticos en las redes sociales, y que sus comparecencias ante la prensa se dediquen exclusivamente a atacar a sus adversarios, en lugar de a rendir cuentas. Se normaliza que en el congreso de un partido político se homenajee a condenados, no ya imputados, por escándalos de corrupción, como si fueran una especie de herederos de Robin Hood. Se normaliza que, en el país con el mayor esfuerzo fiscal de Europa, la ayuda humanitaria tras una catástrofe natural tenga que salir de la generosidad del pueblo, porque los impuestos están para cosas más importantes y, en cualquier caso, las instituciones que tendrían que gestionarlos están ocupadas en obtener rédito político. Se normaliza la sospecha de que algunas de esas instituciones utilizan información privada de ciudadanos concretos como arma de propaganda para destruir a un adversario. Se normalizan también, por supuesto, aspectos que van modificando nuestro día a día. Se normaliza que haya más perros que niños, y que se trate a aquellos como antes se trataba a estos. Se normaliza la recomendación a las jóvenes de que no salgan a la calle con falda, porque puede resultar provocativa para personas de culturas en que esa vestimenta no se considera apropiada. Se normaliza que cada vez haya más paro, sobre todo entre las generaciones jóvenes, que cada vez haya más familias en situación de pobreza, y que todos los ciudadanos (excepto, por supuesto, los que normalizan) pierdan día a día poder adquisitivo, libertad, seguridad y posibilidades de progresar.

Se normaliza, en definitiva, lo que nunca debería ser normal.

 

maaijon

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