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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Tres colores: Rulfo

 

Se puede decir que cada palabra de Juan Rulfo vale por diez de otros. Parece difícil encontrar a algún autor que se haya garantizado un puesto tan excepcional en la historia de la literatura escribiendo tan poco: sus obras completas cabrían en un volumen de trescientas páginas, apretando un poco la letra. Con ocasión del centenario de su nacimiento en 2017, la fundación que lleva su nombre, en colaboración con la editorial RM, presenta una edición especial, no en un volumen sino en tres, correspondientes a los colores de la bandera mexicana (por lo tanto, solo el primero se diferencia de la trilogía de Kieslowski) y a los tres hitos básicos de su camino literario.

Rulfo

Verde. Mi primer acercamiento a su obra fue, de hecho, a través de algunos cuentos de El Llano en llamas, tal y como aparecían recogidos en una breve antología de hace ya años (antología de una colección que de por sí es muy reducida: diecisiete piezas en la lista definitiva que figura en este primer tomo). Ese Juan Rulfo es el que siempre ha prevalecido en mi memoria; el que a un lector joven y poco versado le hizo comprender que estaba ante algo trascendente. El de la tierra seca y desierta, el de la pobreza extrema, la violencia, la tragedia vital del campesino mexicano, todo ello retratado en piezas de obsesionante persistencia como “Nos han dado la tierra”, “Talpa”, “Luvina”, “No oyes ladrar los perros”… Todos los cuentos se parecen y, a la vez, todos ofrecen una perspectiva diferente. Los juegos temporales, a veces inexplicables desde una concepción racional, que caracterizarían su posterior novela se observan ya, por ejemplo, en “El hombre”, mientras que “Macario” juega con el monólogo interior que va revelando implícitamente la naturaleza del personaje. “Paso del Norte” se construye casi íntegramente como diálogo costumbrista entre padre e hijo, sazonado del sarcasmo agridulce que también es común a muchas piezas.

Blanco. Se ha adjudicado a menudo a Pedro Páramo el título de mejor novela de la literatura mexicana, y al menos se puede asegurar que es una de las más ambiguas. Por más que se lea y relea, nadie puede estar seguro de haberla entendido; pero no podrá evitar volver a ella antes o después. Sus setenta secuencias oscilan entre épocas distintas, a veces difíciles de distinguir, y por las que transitan diversas voces narrativas, muchas de ellas pertenecientes a seres del otro mundo. Particularmente chocante es la interacción entre personajes vivos y muertos, presentada con la mayor naturalidad (sí, realismo mágico; deleite para muchos, ligera decepción para quienes preferimos el seco realismo que predomina en los relatos del primer libro). El propio diálogo principal, que sirve para estructurar toda la obra, se desarrolla entre dos personas ya enterradas. Realista o ultrarrealista, la prosa rulfiana es siempre la de un narrador concienzudo, que sopesa el valor de cada palabra y que a través de ellas nos lleva de la mano a las cuestiones fundamentales: a lo que somos. Por más que pese a muchos, Comala es un mundo más grande que Macondo.

Rojo. Al mínimo canon que componen la famosísima novela y el famosísimo libro de cuentos de Rulfo se ha añadido un tercer volumen que incluye El gallo de oro junto a una serie de piezas menores y, en algunos casos, fragmentarias. El gallo de oro es un texto que en las enciclopedias y en las semblanzas del autor se suele citar como “guion de cine” (por tal lo tenía yo mismo hasta hace poco), cuando en realidad se trata de una novela breve. Contribuye a su aura de obra de culto el hecho de que no se conserve una versión original del texto y de que este haya pasado por vicisitudes dignas de un cantar de gesta del siglo XII, hasta llegar a esta edición (supuestamente) definitiva, en la que, a pesar de todo, aún detectamos alguna aparente errata. Es cierto que el autor contemplaba este proyecto como base para una ulterior plasmación cinematográfica, y diversos rasgos del texto lo dejan patente: acumulación de hechos (si bien es cierto que se trata, probablemente, de la más descriptiva de sus tres obras), abundancia de diálogo y, sobre todo, cobertura de un lapso temporal muy amplio, con grandes elipsis para lo que es habitual en un relato de extensión media. Ello sugiere que aquí había material suficiente para una obra más extensa y ambiciosa, en la que se hubiera podido desarrollar con más detenimiento la evolución social y psicológica de los protagonistas. Son estos últimos detalles los que impiden obtener satisfacción total en la degustación de una pieza que comparte con sus hermanas mayores un estilo límpido y ágil, un trazo vigoroso de los personajes y un reflejo impactante de la vida rural mexicana, con su miseria, su violencia, sus pasiones primarias.

Todo esto es Rulfo. Podríamos desear que hubiera escrito mucho más; pero esto es, ni más ni menos, lo que estaba llamado a legar a la literatura. Cien años o doscientos, en este mundo o en el otro; celebrémoslo siempre.

 

 

maaijon

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