En esta última sesión reflexionamos sobre la importancia de la motivación en el proceso de aprendizaje.
Para mí, la principal motivación a la hora de aprender ciencia es la curiosidad, esa curiosidad inherente al niño que juega a explorar el mundo que le rodea, se parece y mucho a la del científico. Por lo tanto debemos despertar de la siesta a ese niño preguntón y experimentador que todos llevamos dentro, pero claro cómo hacerlo no siempre es fácil, más cuando nos vamos llenando la cabeza más con certezas que con preguntas, y más con preocupaciones que con ilusiones según van pasando los años.
Traer de vuelta a ese niño escondido es justo lo que hizo María Jesús, para ello nos trajo una colección de juguetes fantásticos, con los que disfrutamos como Pauli y Bohr frente a la peonza “Tip Top”. El juguete, no es por tanto una motivación en sí mismo, si no más bien algo que despierta la curiosidad, que es la verdadera motivación, el verdadero motor que hace que nos esforcemos para entender algo. Porque la propia satisfacción de saber o entender cómo funciona algo, a la vez que la fascinación cuando algo no se entiende o nos sorprende por inesperado, son dos de las drogas a las que los científicos se vuelven adictos.
Por supuesto que otra motivación para aprender ciencia, al igual que para desarrollarla, pueden ser las consecuencias que tiene en el mundo real, es decir la tecnología. De ahí que trabajar en alumnos con proyectos que tengan alguna aplicación en su mundo puede ser un verdadero acierto. Desde hacer un sistema de riego automatizado por Arduino, fabricar un cargador para la bici que funcione por dinamo o programar un pequeño videojuego.
Hace unos años descubrí este juguete en un mercadillo de Turquía y desde entonces ha sido mi juguete físico favorito, todavía no he sido capaz de encontrar su nombre real, así que lo he bautizado como el bailarín eterno. Si haces clic en la imagen, podrás verlo en acción. ¿Podrías decirme cómo funciona? ¿Parará en algún momento o estamos ante el primer móvil perpetuo?
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